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La realidad de nuestros días, en especial por lo que ha venido a denominarse “revolución tecnológica”, ha producido un creciente aumento en el valor económico y social de objetos intangibles susceptibles de “explotación cultural”.
Mal denominada a veces “desmaterialización”, esta realidad corre el centro de los activos de mayor valor de lo material a formas representativas algunas (v.g. marcas, frases publicitarias) o de conocimiento otras (v.g. obras literarias, aplicaciones virtuales, know how diversos).
Esto también alcanza a los bienes culturales, que se han digitalizado de un modo creciente. Incluso en el derecho de propiedad de las obras, de la absoluta materialidad de los romanos, en donde era el señorío que ejercía una persona sobre una cosa, en el presente cobran cada vez mayor vigencia los llamados derechos reales limitados, derechos en cosa ajena o derechos fraccionarios, donde el poseer pasa a un segundo plano respecto de la posibilidad de su uso y en particular, de su explotación económica.
Esto es particularmente apreciable en cuanto a las nuevas formas digitales de la difusión de las creaciones culturales. Lugares como Spotify para la música o Inkitt para los textos, son muestras de ello. Publicitar una obra artística, literaria, musical en cualquier formato digital es mucho más fácil que por los canales tradicionales.
Estas nuevas modalidades abren nuevas posibilidades a la creación y difusión de las artes, a la par que reclaman nuevos abordajes públicos.
En tal sentido, nuestra Córdoba tiene muchísima producción artística en casi todos los rubros comprendidos dentro del concepto. Pero nunca se ha dado la posibilidad de proyectar eso en las denominadas “industrias culturales” como es debido.
Ramón Zallo en Economía de la comunicación y la cultura (Madrid, Akal, 1988) define la industria cultural como “un conjunto de ramas, segmentos y actividades auxiliares industriales productoras y distribuidoras de mercancías con contenidos simbólicos, concebidas por un trabajo creativo, organizadas por un capital que se valoriza y destinadas finalmente a los mercados de consumo con una función de reproducción ideológica y social”.
El desarrollo de este tipo de industria trata de potenciar una de las dimensiones más enriquecedoras de la naturaleza humana -que no se detiene solo en lo artístico-; apuntando a que sus productos no sólo adquieran la significación económica suficiente como para que tales creaciones puedan ser retribuidas sino también para hacer a la actividad sustentable económicamente en el tiempo.
Una matriz productiva, que como hemos dicho otras veces aquí, no sólo es «limpia” por su nulo impacto sobre el medio ambiente sino que, además, acarrea trabajos de calidad, un mayor nivel cultural de la sociales y un acceso mucho más amplio a bienes culturales por parte de la población.
No pocas veces hemos escrito desde esta columna la necesidad de políticas públicas más activas en materia de producción y difusión de bienes culturales. Algunos pasos se han dado, pero faltan muchos otros.
En tal sentido, en abril de este año tuvo lugar la Primera reunión del Clúster de Industrias Culturales y Creativas de Córdoba en la antigua capilla del Buen Pastor. Una iniciativa de articulación entre el sector público y los diferentes actores culturales para impulsar la producción cultural de la Provincia.
En el marco de la Ley de Promoción Industrial y Desarrollo de Clúster Productivos N° 10792, con la participación del Ministerio de Industria, Comercio y Minería, quedó en tal oportunidad conformado el Clúster de Industrias Culturales y Creativas.
Es de esperar que este Clúster, una vez pasados los tiempos electorales, tenga la actividad necesaria para definir esa identidad, tanto creativa como productiva.
(*) Abogado. Doctor en ciencias jurídicas
(**) Abogado. Doctor en derecho y ciencias sociales
