La semana pasada, horas antes del partido que Belgrano tenía que jugar con San Martín de Tucumán, en una pelea entre barras moría a causa de un disparo un integrante de una de las facciones del equipo azucarero. El mismo día, horas antes, hinchas de Nueva Chicago se enfrentaban violentamente con la policía de Buenos Aires, luego de que su equipo fue derrotado. ¿Cuál fue la reacción de las autoridades con injerencia en el particular (AFA, políticas, por citar sólo dos) ante estos acontecimientos? ¡Ninguna! Incluso el partido Belgrano-San Martín se jugó como si nada hubiera pasado.
Las cifras relativas a la violencia en el fútbol son alarmantes pero parece que no se ven. Si nos remitimos sólo a las muertes, tenemos -según la información brindada por la ONG Salvemos el Fútbol- que desde el año 1922 han fallecido 345 personas, siendo la gran mayoría de los decesos producida en los últimos años. Desde el levantamiento de las restricciones decididas por la pandemia del covid ocho han sido los fallecidos, cuatro de ellos en lo que va de este año.
De una manera inconcebible, lo narrado ya no produce ninguna sorpresa. Es que todos los fines de semana se divulgan actos de violencia en el fútbol sin que se vea una reacción seria de las autoridades. Parece que se han naturalizado de tal manera estos acontecimientos violentos que, no sólo no sorprenden sino que tampoco llama la atención la falta de respuestas institucionales.
¿Será porque hay alguna protección a estos grupos de choque que son las barras bravas? La pregunta siempre queda flotando.
No hay dudas de que éstos no son actos aislados: todo lo contrario, se trata de un tipo de violencia estructural. No es raro que una barra aparezca luego en algún acto de violencia sindical, política o producto de delitos comunes. Por lo bajo, son muchos los que hablan de un conglomerado de responsabilidad y ocultamiento en el que se hallan involucrados, cada uno con su grado de responsabilidad, dirigentes, jugadores, gobernantes, policías, miembros del Poder Judicial e incluso los mismos hinchas que no participan de tales actos pero que avalan o festejan “el aguante de la hinchada”.
Al escribir esto recordamos las palabras Federico Czesli, secretario General de la ONG Salvemos el Fútbol, quien en ocasión del ataque con gas pimienta que sufrieron los jugadores de River Plate en un partido contra Boca Juniors, en la Bombonera, respecto de la violencia en el fútbol expresó: “Cuando decimos que (la violencia) es estructural, decimos que ni los jugadores sintieron vergüenza por saludar ni el presidente de Boca por mostrarse sorprendido, ni el de la AFA por -pese a todo- sostener la estructura que generó este ataque. Decimos que nadie del Gobierno salió a replantear la continuidad o las condiciones de financiar un espectáculo que genera muertes: el mismo día en que Emanuel Ortega murió por negligencia en un estadio de fútbol (una muerte que podría haberse dado en cualquiera de los miles de estadios de todo el país con similares condiciones edilicias), toda una estructura dirigencial, policial, política y periodística se lavó las manos”.
No se trata de Boca ni de la Bombonera sino de empezar a pensar la violencia en el fútbol como problema general y extendido, sin reducirla ni que se vea afectada, a favor o en contra, por donde o quienes han tenido la participación en un determinado hecho.
Algo que hay que hacer y es necesario que se haga pronto y seriamente. Es cierto que vivimos en una sociedad en la que la agresión es cotidiana y la impunidad parece ir en el mismo camino, que no sólo sucede en los espectáculos deportivos. Pero eso no es para nada incompatible con lo que afirmamos; hay que erradicar todo tipo de violencia o al menos poner todas las fuerzas en ese objetivo. Algo que no se advierte en el ámbito que tratamos puntualmente, en el que, conforme fuentes consultadas, resulta alarmante la inacción general y la falta de objetivos a mediano y largo plazos, por lo que se puede afirmar, hasta donde nos han hecho conocer, que se ha naturalizado la violencia de tal manera que parece formar parte ya del “folclore del fútbol”. No va a expresarse de modo abierto pero tampoco se hace nada de fondo para evitarla y que se perpetúe en el tiempo.
Es necesario que la violencia en el fútbol se enfrente de manera estructural y con proyección a mediano y largo plazos. No es menor su conexión con otros ámbitos de poder y con ciertas formas de delincuencia organizada.
Es imposible aceptar que una fiesta popular como la que genera ese deporte termine en una tragedia. Nunca dicho de frente, pero no pocas veces practicada, esa conducta de que “el show debe continuar” habla pésimamente de muchos.
(*) Abogado. Doctor en ciencias jurídicas. (**) Abogado. Doctor en derecho y ciencias sociales