Yo soy yo y mi circunstancia, dijo el pensador Ortega y Gasset. Se refería a las vidas humanas, pero también se aplica a ciertos personajes de ficción.
Por Luis Carranza Torres (*) y Sergio Castelli (**)
El superhéroe llamado el Hombre Araña entre nosotros, Spider-Man en la lengua inglesa, no sólo es uno de los miembros del género de los personajes de fantasía más renombrados y de larga trayectoria. La historia de su historia condensa -como pocas- aspectos tan interesantes como poco conocidos respecto del universo del comic, en casi todos sus aspectos: creación, comercialización e impacto cultural.
Se trata, asimismo, de una de las numerosas creaciones de esa usina de la historieta que fue —y hasta cierto punto, sigue siendo— Marvel, creado nada menos que por Stan Lee y Steve Ditko.
Apareció por primera vez en el número 15 de la revista Amazing Fantasy. Era agosto de 1962. Aun cuando no tuviera publicación propia, el personaje, desde el vamos, rompía con varias constantes de las historietas, imponiendo nuevas reglas a la historia: nunca antes un adolescente había sido un superhéroe central, limitándose a fungir de ladero de otro. La tira, a la par de los consabidos enfrentamientos con malvados, planteaba los problemas típicos de un joven en formación y su descubrimiento del mundo de los adultos. Poderoso en su identidad secreta, en su vida normal el adolescente Peter Parker es listo pero también un solitario, víctima de lo que hoy llamamos hostigamiento escolar o bullying, con miedos e inhibiciones a la hora de acercarse a las chicas que despiertan su interés. No es de extrañar que, con tales rasgos, el éxito de la tira fuera propulsado por el público joven.
Cuando Stan Lee le presentó el proyecto al director de la editorial, Martin Goodman, éste rechazó inicialmente el personaje por entender que alguien asociado a un aminal como las arañas, de tan mala consideración popular, no prendería en el público. Sólo después de mucho insistirle accedió a que se lo presentase, a modo de prueba, al final de una revista que mostraba en cada ejemplar diferentes historias, casi siempre sobre monstruos, aliens o fenómenos paranormales varios. Su éxito fue tal, que pronto comenzó a tener sus propias publicaciones.
Corría el año 1962 y se estaba en los comienzos de lo que fue denominado la “Edad de Plata” —Silver Age— de las historietas, que se prolongaría hasta comienzos de los 70. El mundo había cambiado y estaba cambiando todavía más. Y eso, en materia de superhéroes, suponía dar un giro no menor al argumento y hasta la forma de graficar las historias en el ramo.
Fue el tiempo cuando más se echó mano a la ciencia ficción para apoyar el argumento de las historias, a la par que se bajó del pedestal a los personajes haciéndolos más realistas. Se buscaba contar historias de gente común que pasaba por circunstancias extraordinarias. Todo lo contrario de la “Era dorada”, marcada por la clara división entre el mundo en que se movían los personajes y el que habitaba el común de los mortales.
Héroes de la historieta como Los Cuatro Fantásticos, Hulk o Iron Man son ejemplos representativos de esa época. Pero ninguno escaló tanto en la consideración pública como el Hombre Araña.
Como dijo con gran sapiencia el tío Ben a su sobrino Peter Parker, poco antes de ser asesinado: «Un gran poder conlleva a una gran responsabilidad». Con los éxitos pasa lo mismo. Pero lejos estaban de saber que el primer enemigo contra el que lidiaría el nuevo personaje no sería, en la realidad, un supervillano sino un fenómeno de la economía: la inflación. Pero esa historia la dejamos para una próxima columna.