Superadas las elecciones, el escenario político-social no varió en demasía, ya que el sufragio se repartió casi en partes iguales en las dos expresiones partidarias en pugna. Una que reclama un cambio de modelo, mientras la otra mitad quedó sujeta al modelo actual. Las últimas manifestaciones de ambos contendientes después del resultado obtenido en el balotaje, ha sido la de ratificar el rumbo que cada una impuso en la campaña. El representante del Pro asegura que gobernará los próximos cuatro años con los cambios propuestos, con un estilo menos confrontativo, terminará con la pobreza, restablecerá un nuevo orden económico, asegurará trabajo para todos los argentinos, etcétera. Mientras, el partido Frente para la Victoria mantiene la postura de defender a rajatabla las políticas públicas instrumentadas en estos últimos 12 años, ejerciendo una firme oposición a cualquier intento de cambiarlas.
Como el sistema electoral establece que en un balotaje el que gana, aunque más no sea por un solo voto, legalmente puede asumir la conducción del Estado, presentimos que si no se establece un pacto de gobernabilidad, nadie podrá avanzar institucionalmente en la consolidación del régimen democrático, sobre todo si se insiste en desvirtuar el sentido de unidad del pueblo argentino por encima de visiones e intereses parciales.
Por lo tanto, la confrontación nos retrotrae a viejos paradigmas basados que el que gana la contienda gobierna y el sector que pierde ejerce la oposición, poniendo en evidencia que la defensa a ultranza de proyectos parciales convierten a las propuestas muchas veces en clasistas, sectarias y excluyentes.
Es por eso que más allá de ratificarse en las urnas un régimen democrático de fuerte signo presidencialista, se comprueba que la comunidad manifiesta además la necesidad y el deber de asumir un papel más activo y protagónico ofreciéndole a los que tienen que conducir los destinos del país la presencia fundamental y activa de los sectores organizados, a partir de los acuerdos institucionales que deciden el rumbo y el cariz que debe tomar el país.
Hoy la sociedad no está conformada por un conjunto de rebaños de seres dóciles e incapaces de decidir estrategias. Esta madurez democrática puede ayudar a la dirigencia en general y a todos los gobernantes que, sin tener la dimensión de estadistas, las acepten como una posibilidad que facilita la conducción de las administraciones públicas, bajo el signo de la confluencia público-privado.
Antes y después del 10 de diciembre
En este último proceso electoral no sólo ha habido cambio de nombres. Una lectura más profunda nos indica que en general se ha realizado una crítica a las formalidades democráticas y partidarias como a los desmanejos de muchos funcionarios en las distintas jurisdicciones.
En estos pocos días que quedan para la asunción de las nuevas autoridades, será saludable establecer auditorías que dejen sin ningún lugar a dudas qué es lo que dejan los que se van y qué reciben los que asumen. Esto marcará un cambio en relación con la trasparencia que reclama toda la población para que si se disponen medidas correctivas sepamos cuáles son las causas que las justifican.
Los tiempos futuros deberán explicitar en forma clara y concisa el sentido de la unidad del pueblo argentino, superando las parcialidades de circunstancia y restableciendo en el seno de la sociedad la convivencia imprescindible para que cualquier cambio de gobierno no altere medularmente la prosecución de un mismo proyecto, más allá de las particularidades que puedan enriquecerlo.
Sería el mejor legado que nos pueden dejar más de 30 años de democracia, después de corregir desviaciones y fortalecer la idea de que además de gobernar para el pueblo se debe hacerlo con el pueblo, única manera de que la sociedad no se sienta una convidada de piedra.
* Vicepresidente primero del Foro Productivo de la Zona Norte.