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La explotación de la mujer, factor esencial del éxito del capitalismo

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Por Silverio E. Escudero

Las mujeres jóvenes constituyen una proporción, en constante aumento, de la fuerza de trabajo en los países asiáticos. En algunas industrias, tales como la electrónica y textil, es mujer 80 o 90 por ciento de la plantilla de trabajadores. Para controlarlas, la administración apela a una batería de ardides de los que hace uso en forma abusiva. Desde la utilización de imágenes de la mujer tradicional hasta mensajes subliminales para doblegar su voluntad.

Así se las persuade o se las induce a ser iguales a sus madres y abuelas: dóciles, meticulosas, pasivas, obedientes, respetuosas, dulces y estoicas. Ésa es la condición esencial que requieren los inversionistas extranjeros a la hora de la selección de personal.

Esta imagen ha sido a tal punto absorbida por las jóvenes que constituye un serio obstáculo para la organización obrera; sólo las mujeres libres, organizadoras y conscientes pueden ayudar a las chicas a superar ese yugo psicológico.

La organización laboral de la mujer en Asia, África, América Latina y el Caribe y Europa del Este es un trabajo urgente, compatible con la liberación de la mujer en el sentido más amplio de la frase.

Es difícil, se nos ha explicado, para una persona no asiática darse cuenta de la enajenante imagen que la esa cultura presenta a sus mujeres. En las culturas confucianas de Asia Oriental la identidad misma de una mujer durante toda su vida está relacionada a la de un hombre, como hija, esposa o madre del hijo mayor, a todos de los cuales les debe obediencia.

Si no está casada antes de llegar a los 30 años de edad, literalmente carece de identidad. Lo mismo sucede en las áreas hindúes, budistas o musulmanas. 

En toda Asia la mujer es un ciudadano de segunda clase. Si se necesitara algún testimonio de ello, en China, donde hasta hace poco tiempo sólo se les permitía tener un hijo, el gobierno hacia a los padres la repetida advertencia de no matar a sus bebes del sexo femenino a fin de tratar nuevamente de tener un hijo varón, y el sur de Asia es la única región del mundo en la que hay más hombres que mujeres, un signo de que las niñas reciben alimentación y cuidados menores que los varones.

Cuando las mujeres crecen en Asia llegan a aceptar esta evaluación negativa y desempeñan sus papeles en forma sumisa. Incluso en Filipinas, por ejemplo, en que las mujeres son relativamente más libres, ya sea debido a la influencia cristiana o porque ninguna de las religiones asiáticas tradicionales había adquirido gran influencia antes del periodo colonial, las obreras no consideran que haya nada anormal en tener dirigentes o delegados sindicales masculinos aunque ellas mismas constituyan largamente la mayoría absoluta del sindicato.

La administración, y por ende los patrones, han aprovechado rápidamente el sentimiento de inferioridad de la mujer asiática. Un experto en personal femenino, en Singapur, les dijo a las obreras: “Si eres mujer, da un paso atrás. Mientras más desciendas o retrocedas, serás más mujer, y más virtuosa”.

En sus esfuerzos para fundar los hábitos de trabajo de la mujer en los valores culturales, la administración está tratando de crear lo que puede denominarse, sin mucha exageración, una espiritualidad del trabajo.

Según la cronista de El Español destacada en Extremo Oriente, el trabajo esclavo de la mujer es una constante mientras recoge el testimonio de 10 trabajadoras fabriles. Una de ellas cuenta su rutina: “Mi trabajo consiste en inspeccionar 2.000 objetos brillantes (partes sensibles de los televisores) todos los días. Utilizo una fuerte luz que me ciega. Tengo 16 segundos para inspeccionar cada objeto desde cuatro ángulos. No tengo periodos de descanso. No puedo ir al baño. Me duelen los ojos y la cabeza”. 

Si una mujer asiática se atreviera a rebelarse ante su situación de segregación encontraría profunda resistencia entre sus propias congéneres, quienes condenarían su audacia, porque ese gesto no es propio de la condición de mujer.

Los valores de la masculinidad, tales como la lealtad, son también explotados por la administración pero existe una diferenciación por demás notable. Se alienta a los hombres a ser creadores, a tomar iniciativas, a ejercer su liderazgo, todo en servicio de la compañía como una forma de expresión de su lealtad. El control de la mujer se inclina a destruir su personalidad. 

Con obreras tan dóciles, tan obedientes, la administración puede pagar salarios mínimos, reducir las prestaciones y reconocimientos sociales y aumentar la cuota al máximo las cuotas de producción que tienen que ser llenadas a cualquier costo. Además, se espera, siguiendo las tradiciones culturales de la región, que las jóvenes se casen y dejen de trabajar después de llegar a la edad de 20 años. Como la administración no conserva a las muchachas en la plantilla durante largo tiempo, puede explotar su juventud y buena salud sin preocuparse por el futuro.

Un punto final es el siguiente: si no funcionan las sutiles manipulaciones culturales de la mujer, la administración no dudará en usar la fuerza y así lo han hecho en el pasado; cuando las muchachas coreanas se declararon en huelga, la administración contrató matones para que las amedrentaran, las azotaran en la vía pública y las cubrieran de excrementos humanos.

En medio de tanta tragedia hay que celebrar que existe un número cada día mayor de organizaciones sindicales en toda Asia que tratan de ayudar a las obreras.

Estas organizadoras de la resistencia dicen que es importante que las obreras se reúnan e intercambien experiencias para así superar sus temores culturales y supersticiones. De esa manera compartirán entre ellas sus sentimientos respecto de sus vidas y tratarán de descubrir por qué las cosas son como son. 

Es notable, en pleno siglo XXI, descubrir que, si las trabajadoras son abandonadas a su suerte, crecerá su sentimiento de culpa por haber violado mandatos ancestrales o, en alguna forma, no haber sido una buena chica siendo obligada a guardar silencio sobre los abusos a que es sometida. 

Resultaría muy interesante conocer la cara represiva de las potencias hegemónicas de la región dirigida a las mujeres para saber en cabalidad sus intencionalidades políticas.

Esta batalla cultural, trabajosa, permite que las trabajadoras se den cuenta de que sus tradiciones culturales han sido aprovechadas para amordazarlas y la administración crecerá a la hora de contabilizar sus ganancias,

Por ello, las líderes sindicales piensan que la solidaridad de las trabajadoras, lentamente, es más profunda y más franca que la existente entre los hombres, que carece del componente político e ideológico, que fomenta el oportunismo y la especulación. Por eso resaltan que entre las mujeres “siempre hay mayor lealtad, son más sinceras y honestas”.

Sostienen, además, que sólo las mujeres pueden realmente organizar a las mujeres.

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