Luis A. Esterlizi
Desde hace bastante tiempo que las crisis nacionales casi siempre se producen por razones que devienen de una visión especialmente materialista. Y esto inexcusablemente suele tener su explicación en el desafuero de una dirigencia que desde su egocentrismo busca – como objetivo supremo – proyectar su futuro por medio de la ejecución de grandes obras públicas, como si fuese el distintivo más importante de su gestión.
El error conceptual de tal actitud es dejar a un costado las políticas públicas relacionadas con el desarrollo del pueblo que ha elegido a esa persona.
Los políticos se han olvidado que la economía forma parte de la filosofía moral de los gobiernos. Y esto significa concretar beneficios integrales al país y a la sociedad en su conjunto.
Los episodios que por estos días involucran homicidios infantiles en sectores y ambientes degradados socialmente no son productos ajenos a la falta de observancia y responsabilidad de los que ejercen la función pública, sobre todo cuanto a la economía solo se la pondera o denosta por el equilibrio o desequilibrio de las cuentas públicas, el exceso de subsidios, el poco valor del dólar para exportar, la desactualización de las tarifas, la falta de inversiones en infraestructura, etc., etc.
Porque se comete el error de otorgarle a la sociedad el único objetivo como proveedora de los recursos que cada gobernante podrá administrar casi a destajo, sin que mayormente les interese la ejecución de políticas de Estado que incidan en el desarrollo social, en la calidad del consumo interno, en la dignificación del trabajo o en la importancia del rol y calidad de las instituciones del trabajo y la producción.
Por eso resulta inmoral que ciertos modelos económicos sean elegidos como exitosos, a pesar de no haber solucionado integralmente los problemas sociales estructurales, combatiendo la pobreza, la inequidad social y elevando el estándar de vida de la población.
Sólo se glorifican las grandes obras públicas, aunque muchas de ellas queden luego acorraladas por una marginalidad social inconcebiblemente infame.
Sin embargo, la mayoría de los gobernantes ponen el acento en que su gestión se preocupó y preocupa realmente por “ayudar a los pobres” y entre ellos disputan quién produjo más planes sociales, repartió más vasos de leche o abrió más comedores en las escuelas, como también quién otorgó más incentivos para construir un baño, ampliar un dormitorio o disponer de una tarjeta para comprar alimentos, etc., etc., etc.
Hasta resulta de una inconsistencia ridícula lo acordado entre el gobierno nacional y el Fondo Monetario Internacional, asegurando planes sociales para la “contención social”, ante la exposición de una crisis que califican como “inevitable”, prometiendo que meses después se producirá la expansión de una economía de abundancia.
Y allí está el verdadero crimen social, cuando se prolonga indefinidamente la dependencia de vastos sectores de la comunidad nacional al sistema de subsidios de los Gobiernos para que sigan quedando relegados o se degraden con el tiempo, lo que es aprovechado también por quienes especulan electoralmente tanto en la actividad pública como privada. Tanto en el oficialismo como en la oposición.
En la actualidad, nadie habla sobre economía basado en una moral incuestionable, ante la profundidad de una recesión que es generada, según se dice, por “tormentas imprevistas e inevitables”.
Nos obligan a sufrir un ajuste sin precedentes, postergando las alternativas de un proyecto nacional que proponga soluciones definitivas de una vez y para siempre. Y por eso, la incertidumbre no es mañana, es hoy.
Los sectores partidarios juegan a las elecciones del 2019, algunos minimizando los problemas y otros aumentándolos indebidamente, pero ambos son culpables de la continuidad escandalosa en la cual se postergan las propuestas de consistencia estratégica para terminar con tanta procacidad.
La economía es una ciencia eminentemente social cuando una parte importante de su implementación responde a políticas públicas que coadyuvan a la realización integral de una comunidad, reparando las injusticias, dignificando al hombre, su familia y su entorno, haciendo que los dineros públicos y privados se vuelquen como corresponden en educación, en salud, en vivienda, en formación profesional y tecnológica.
Es fundamental comprender que la subsidiariedad del Estado no la imponen los habitantes, son recursos que aviesamente fueron institucionalizados y sostenidos durante muchos años, ya que ningún gobierno los ha eliminado. Muy por el contrario, los aumentan aun disfrazándolos de jornales de trabajo sin trabajo.
Lo peor de estos modelos económicos es cuando las autoridades deciden terminar con los subsidios sin establecer la superación de los mismos. Cuando no son reemplazados por trabajo digno y producción con enorme demanda de mano de obra.
Un país con hombres, mujeres, jóvenes y ancianos sanos, fuertes, lúcidos y vigorosos, constituyen el resultado más apreciado de la economía al servicio de una política dispuesta a construir una auténtica nación, donde todos contribuyen a su realización con dignidad, con esfuerzos pero con valores y virtudes esenciales.
Thomas Moro decía en 1516 en su libro Utopías: “La situación actual arrastra a esa gente del peor modo posible y los corrompen sistemáticamente desde su juventud. Finalmente cuando crecen y cometen los crímenes que obviamente estaban destinados a cometer desde que eran niños, se los castiga. En otras palabras, ¡ustedes crean ladrones y entonces los castigan por robar”.
Algunos presuponen que solucionar esto es una utopía. Pero sería más que importante si la mayoría de los argentinos tomamos conciencia y trabajamos para ello.
Ex ministro de Obras y Servicios Públicos de la Provincia de Córdoba 1973/74