Por Silverio E. Escudero
A Juan M. Vanadia, quien vivió nuestra Córdoba con intensidad.
La ciudad, ese maravilloso caos que nos cobija, es uno de los más complejos problemas que aborda el hombre de este tiempo. Debe encontrar soluciones a las graves dificultades que presentan la revolución urbana y la constante migración del campo a ella.
Alojamiento, transporte, abastecimiento de alimentos y agua, escolarización, salubridad, aprovechamiento del tiempo libre y seguridad son apenas salientes de un inmenso iceberg que por momentos parece navegar sin rumbo.
Temas que, al afrontarse, abren un sinnúmero de cuestiones cada día más complejas que requieren el concurso de especialistas coordinados por un equipo de administradores especializado en cuestiones comunales.
Es decir, la ciudad moderna exige que los políticos no la consideren un mero escalón en sus ambiciosos planes personales sino que la tomen como eje prioritario de su ¿vocación de servicio?
Los problemas de la ciudad moderna son los mismos -más allá de las complejidades propias del crecimiento y del desarrollo tecnológico- que tuvo que afrontar el hombre de la Mesopotamia asiática, asiento de las primeras ciudades de la historia.
Resulta, en consecuencia, curioso encontrar en la Grecia Clásica o en la antigua Roma ordenanzas que intentaban regular la vida en comunidad. Reducir, mediante multas o penas de arrestos, los excesos en la velocidad de los carros tirados por caballos, las carreras de cuadrigas, los ruidos molestos producto de la exaltación juvenil a la hora de la algarabía o investigar la rotura del mobiliario urbano. Como también el siempre irresuelto problema de los residuos urbanos, las excretas y las aguas negras.
Es decir, siguiendo al arquitecto Oscar Niemeyer, uno de los padres de Brasilia: “Tal vez los habitantes de Nínive o de Babilonia, pero con seguridad los de Roma y Alejandría, se toparon ya con ciertos problemas que hoy nos conciernen.
La metrópoli constituía un caso tan insólito que podemos afirmar que corresponde realmente al siglo XX (o XXI, agregamos por nuestra parte). En su ensayo On the Populousness of the Ancient Nation, David Hume sostenía, a partir de ciertas experiencias, que ninguna ciudad tendría en el futuro más de 700 mil habitantes.
Por su parte, William Pelter afirmaba que Londres alcanzaría un máximo de 5 millones y Julio Verne, más realista, concibió ciudades de hasta 10 millones.
Pero el crecimiento demográfico de las ciudades ha superado tales estimaciones. Por ejemplo, Londres tenía 864.845 habitantes en 1801 y 8,136 millones en 2011.
Cada etapa histórica muestra la misma ciudad con sus luces y sombras. En la Edad Media, al amurallarse con fines defensivos se acentuará la diferenciación de clases sociales entre lo urbano y lo rural y en la calidad del trabajo de los vasallos del señor feudal.
Contraste que establece nuevas formas de producción y comercialización, obligando a las autoridades municipales a plantear normas de higiene y salubridad.
Medidas que no alcanzaran a paliar las enfermedades propias de la suciedad acumulada en sus calles y el deficitario sistema de salud, atacado por curas, monjes y frailes que pretendían curar a los enfermos con fórmulas mágicas, responsos y pases de hechicería.
La batalla culminó en el siglo XIV, cuando las ratas transportaron una variante de la bacteria Yersinia pestis que apareció en 1320 en el desierto de Gobi, y en 1331-1334 llegó a China, tras un año de inmensas inundaciones devastaran ese país y Birmania para arrasar más tarde Rusia, luego India en 1342 y Europa.
Según las crónicas de época, murió un tercio de la población china. En efecto, entre 1331 y 393 su población cayó de 125 a 90 millones. Es común que la palabra “peste” se utilice -en los textos de divulgación- como sinónimo de “muerte negra”, aun cuando aquella deriva del latín “pestis”, es decir “enfermedad” o “epidemia” y no del agente patógeno.
Modernos tratadistas aseveran que la pandemia irrumpió en primer lugar en Asia, para después llegar a Europa a través de las rutas comerciales. Introducida por marinos y las caravanas, la epidemia dio comienzo en Mesina.
Mientras que algunas áreas quedaron despobladas, otras estuvieron libres de la enfermedad o sólo fueron ligeramente afectadas. En Florencia, solamente un quinto de sus pobladores sobrevivió. En el territorio actual de Alemania se estima que uno de cada diez habitantes perdió la vida a causa de la peste negra. Hamburgo, Colonia y Bremen fueron las ciudades en donde una mayor proporción de la población murió. No obstante, el número de muertes en el este de Alemania fue mucho menor.
En el año 1665, Londres sufrió una de las plagas más devastadoras de su historia, la Gran Plaga. Si bien no fue tan letal como la que había asolado a Europa en 1347 (peste negra), acabó con la vida de unas 100.000 personas en Inglaterra. Concretamente en Londres falleció la quinta parte de la población de la ciudad, datos que sin duda alguna justifican esta denominación de Gran Plaga.
Nadie puede justipreciar las consecuencias de la peste negra. Desde los púlpitos, para frenar el despoblamiento de las iglesias y la pérdida de prestigio de los santos patronos, acusaron a los judíos de haber envenenado los pozos de agua. Decisión aupada por el papado, que fue cómplice de uno de los mayores crímenes raciales de los que se tenga memoria.
La ciudad del siglo XXI, que identifica los problemas ambientales y las condiciones de vida de sus habitantes, no encuentra soluciones definitivas. Es centro de toma de decisiones que incluyen la contaminación ambiental y los problemas que conllevan el crecimiento: las desigualdades socioeconómicas.
A medida que crece la ciudad se van diferenciando áreas con mejor dotación de agua, gas, red eléctrica, cloacas, desagües pluviales, calles, transportes y autopistas. Esta infraestructura y estos servicios aumentan el valor de la tierra.
Así surgen áreas donde sólo pueden acceder a la vivienda los sectores sociales con ingresos medios o altos. Los habitantes de menor nivel socioeconómico no tienen opción que radicarse en lugares más alejados, donde el valor de la tierra es menor y el abandono institucional casi absoluto.
Ergo, las familias de ingresos reducidos se ven obligadas a residir en lugares donde los terrenos tienen bajo valor en el mercado: en la periferia de las ciudades, sobre terrenos inundables o en barrancas, donde no hay obras de infraestructura ni servicios. Existen también asentamientos ilegales en tierras del Estado o privadas no utilizadas.
Los habitantes de estos asentamientos pagan transporte para llegar a sus lugares de trabajo y demoran más de una hora en el viaje, y el valor del pasaje significa un porcentaje alto de sus ingresos. Sectores duramente golpeados por las políticas de exclusión que practican los gobiernos de matriz conservadora que adscriben a las “teorías económicas de derrame”.
A causa de la gran demanda de agua para consumo domiciliario e industrial y al aumento de desechos que se vierten en las redes de recolección de aguas cloacales, en algunas ciudades latinoamericanas se han agotado las fuentes cercanas de agua dulce. Se han contaminado los ríos y las zonas costeras que reciben las descargas de aguas cloacales no tratadas.
Todos estos problemas ambientales están generando graves problemas sociales como la miseria, extrema pobreza, problemas de salud y baja calidad de vida de los habitantes.
Tal y como lo expresa la ONU Hábitat (2012): “La tendencia a la urbanización tiene enormes repercusiones para las medidas encaminadas a reducir la pobreza, ordenar los recursos naturales, proteger el medio ambiente y responder al cambio climático”.
Este artículo es también una denuncia. Lamentablemente, caerá en saco roto. Muchos otros pensadores alertaron sobre la irrqacionalidad de las grndes urbes. En el cao de la ciudad de Córdoba, propietarios latrifundistas pudieron lotear sus campos al rededor del caso céntrico según sus criterios especulativoa, pues contaban con la anuenca de las autoridades, que eran sus parientes o ellos mismos.