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La ajetreada existencia del autor de nuestro himno

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Por Luis R. Carranza Torres

Su compromiso con la Patria lo llevó a la batalla, a magistraturas varias, a la poesía y al derecho

Alejandro Vicente López y Planes tiene, desde la más temprana edad escolar, una obligada asociación a la letra de nuestra canción patria. Sólo eso, y nada más, es lo que se conoce en general sobre su vida.
Se trata de una omisión por demás injustificada. El recuerdo -merecido- del poeta relega a las sombras al hombre de acción. Se trata de un recorte muy parcial de su vida, que deja fuera al militar, al político, al hombre de justicia y al piloto de varias tormentas públicas.
No dejó cargo político por desempeñar, a lo largo de más de cuatro décadas, en los inicios de nuestra historia independiente. Y en no pocas ocasiones se acudió a su persona para apagar incendios institucionales y restaurar las cosas a un nivel de razonable orden y sosiego.
Acaso se trate su vida pública de la única que pudo sobrevivir a los avatares de las campañas de la independencia, las guerras civiles y las distintas luchas políticas de facción durante todo ese tiempo, desde morenistas y saavedristas hasta los chisporroteos entre el estado de Buenos Aires y la Confederación Argentina. Fue un hombre respetado por encima de banderías y con el talento para no resultar especialmente irritante ni incómodo a ningún bando. Por eso, Paul Groussac lo definió alguna vez como un «venerable comodín».

Cursó sus primeras letras en la Escuela San Francisco, para luego proseguir en el Real Colegio San Carlos, ambos en Buenos Aires, por entonces capital virreinal, antes de obtener su título de leyes en la Universidad Mayor Real y Pontificia de San Francisco Xavier, en Chuquisaca.
Su actuación como oficial del Regimiento de  Patricios durante la segunda invasión inglesa le valió un ascenso al grado de capitán, luego de lo cual compondría su «triunfo argentino», poema heroico en memoria de la gloriosa defensa de la ciudad de Buenos Aires ante el invasor británico.
La Semana de Mayo de 1810 lo encontró en el bando patriota. Participó en el Cabildo Abierto del 22, apoyando la formación de la Primera Junta. Luego se lo envió como secretario auditor del coronel Francisco Ortiz de Ocampo en la Expedición Auxiliar a las provincias.
A la vuelta, se lo eligió alcalde del Cabildo de Buenos Aires, depurado ya de sus miembros realistas. Fue el primero de sus muchos cargos públicos. Más cercano a Belgrano y Mariano Moreno que a Saavedra, fue uno de quienes pergeñaron el Primer Triunvirato, ejecutivo colegiado del cual fue síndico y secretario de Hacienda.
Por ese tiempo se casó con Lucía Petrona Riera Merlo, y nació de tal enlace el abogado e historiador Vicente Fidel López, el 24 de abril de 1815.
Cuando era miembro de la Asamblea del Año XIII, fue a pedido de ésta que compuso la letra de una «marcha patriótica», que con el andar del tiempo es hoy nuestro Himno Nacional, aprobada el 11 de mayo de 1813 luego de su ejecución en la tertulia del sábado 7 de mayo en la casa de Mariquita Sánchez de Thompson.
Tuvo algunos puestos durante los gobiernos de la época directorial, especialmente con Alvear. En 1824 fue miembro y secretario del Congreso Constituyente. Luego, cuando se desempeñaba como ministro del presidente Rivadavia, al renunciar éste a la magistratura por el escándalo de los términos que ponían fin a la guerra con el imperio del Brasil, fue electo Presidente provisional, tocándole la tarea de disolver lo que quedaba del congreso y normalizar institucionalmente la provincia de Buenos Aires mediante el llamano a elecciones para gobernador.

Dorrego lo nombró ministro suyo pese a tener ideas más afines al bando unitario que al federal. Luego, Rosas lo designó juez de la Cámara o Tribunal de Justicia, en 1830, máximo órgano judicial de la provincia. Actuó en tal función durante toda la época federal, presidiendo -entre otras causas- el juzgamiento de Santos Pérez y los hermanos Reinafé, acusados de la muerte de Juan Facundo Quiroga.
Luego de la caída de Rosas, Urquiza lo nombró gobernador de Buenos Aires. Firmó en tal carácter el Acuerdo de San Nicolás de los Arroyos, que convocaba a la convención constituyente que daría luego la Constitución Nacional que todavía hoy nos rige. Pero la legislatura, controlada por los antiguos unitarios, no ratificó su actuación, pese a su ardorosa defensa en el recinto, sobre la necesidad de constituir de una buena vez la unión nacional. Separado de su cargo, fue repuesto en el gobierno por Urquiza, quien intervino la provincia, no obstante lo cual López renunció  a fines de julio de 1852.

Vivió un corto tiempo en Paraná, luego de la separación de Buenos Aires de la Confederación, antes de volver a la ciudad, donde murió en 1856.
Protagonista privilegiado de los primeros y tumultuosos tiempos de vida independiente, como puede verse, su actuación de vida registra muchos otros hitos más que la composición magistral que lo llevó a la inmortalidad histórica. Una prueba más de que muchas veces simplificamos demasiado los hechos y personajes de nuestra historia.

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