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Il consiglieri fascista

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Dino Grandi, una rara avis de la política autoritaria. Fue la mente jurídica en el surgimiento y muerte política de Benito Mussolini.

Por Luis R. Carranza Torres

La vida de Dino Grandi fue tan cambiante y controvertida como la época en que le tocó actuar su vida pública. Aún se debaten, en Italia y fuera de ella, muchas cosas de ese período. También sobre él.

Nació en Mordano, cerca de Imola, un 4 de junio de 1895. Con nada más que dos décadas de vida fue soldado en el Regio Esercito italiano durante la Primera Guerra Mundial. Destinado en el cuerpo alpino del general Balbo, ascendió hasta el grado de capitán por méritos de guerra, siendo condecorado con la medalla de plata al valor y dos cruces de guerra. Después del conflicto estudió en la Universidad de Bolonia, donde se graduó en derecho y economía.

Se unió, apenas salido de las aulas, al Partito Nazionale Fascista, en 1920. Se destacó como líder desde el comienzo, siendo electo diputado en 1921; tan joven que no pudo ocupar la banca a causa de no contar con la edad constitucionalmente requerida. Combinó entonces en Imola la práctica de la abogacía con la actividad política, sobresaliendo como uno de los líderes más intransigentes de las “camisas negras”, esas formaciones paramilitares de choque del fascismo de triste memoria. Participó con ellas en diversos enfrentamientos violentos contra socialistas y comunistas, resultando incluso su estudio de abogado destruido en represalia de tales actividades. Es que unos y otros no se andaban con chiquitas a la hora de devolverse cortesías. Era un tiempo agitado en que la mayoría hacía política, a veces con el “apriete”, y casi siempre a los golpes.

Participó de la llamada Marcha sobre Roma de los fascistas. Tras el ascenso al poder de Mussolini en 1922, ocupó diversos puestos públicos, siendo viceministro del Interior con 29 años, y dos años después, en 1926, ministro de Asuntos Exteriores.

Su relación con Benito Amilcare Andrea Mussolini transitó por todas las etapas, desde la hermandad cercana hasta el odio declarado. Era el más anticomunista y partidario de las potencias occidentales dentro del partido, lo que lo condenó a un progresivo ostracismo mientras la Italia mussolinesca se acercaba más y más a la Alemania nazi.

Designado embajador italiano en Gran Bretaña, para sacarlo de la escena, logró que el premier inglés Neville Chamberlain mirara a otro lado, o a lo sumo, mas sólo protestara en voz baja ante el expansionismo italiano en el Mediterráneo.

Fue cesado en tal cargo en 1939 por presiones de Berlín, que lo hallaba demasiado anglicista. La excusa fue que debía retornar a Roma para ser nombrado ministro de Justicia.

Al estallar la Segunda Guerra Mundial, en septiembre de 1939, se manifestó abiertamente a favor de la neutralidad de Italia. La grieta existente con Mussolini creció hasta transformarse en un símil del Gran Cañón del Colorado. Fue, por ese tiempo, el dirigente fascista más cercano a los aliados. Y el más alejado de los alineamientos itálicos con el modo de pensar nacionalsocialista.

Cada vez más desoído respecto de los asuntos de la guerra, se dedicó a la reforma de la legislación italiana, modificando el Código de Procedimiento Civil, el Código de la Navegación y el Código Civil de 1942. Contrario a las leyes raciales alemanas de Nüremberg, consiguió, pese a las presiones nazis, que no se incluyeran dentro de este último ordenamiento, si bien no pudo impedir que se sancionaran como una legislación transitoria ordinaria. No obstante su pública antipatía, fue distinguido públicamente por las SS alemanas.

Tras una breve «movilización» en las fuerzas armadas y ser enviado al frente bélico de Grecia, se convenció de que la guerra estaba perdida para Italia si permanecía en el bando del Eje. En 1943, luego de la invasión aliada en Sicilia, que amenazaba con convertir el país en un campo de batalla, persuadió al rey de quitarle su apoyo a Mussolini. El 25 de julio de ese año, tras diez horas de acalorados debates desde el día anterior, el Gran Consiglio del Fascismo depuso a su líder como cabeza del Estado italiano, a propuesta del propio Grandi, reemplazándolo por el general Pietro Badoglio.

Ocupado el país por los alemanes y rescatado Mussolini de su arresto en el Gran Sasso por comandos de las SS, Grandi debió refugiarse primero en Portugal y luego en Brasil. Fue condenado a muerte en ausencia por traición por un tribunal fascista proalemán, en Verona.

Luego de la guerra, el nuevo gobierno italiano proaliado de posguerra intentó juzgarlo por crímenes de guerra, pero fue exonerado en 1947.

Por 25 años Grandi se dedicó, con buen suceso, a desempeñarse en Brasil como abogado especialista en leyes internacionales de comercio. Luego regresó a Italia, sin volver a tomar parte de la vida pública. Murió el 21 de mayo de 1988, a la edad de 93 años, en la ciudad de Bolonia. Ciego y casi sordo, pero conservando hasta el fin de sus días una gran lucidez, se dedicó a redactar las memorias respecto de su ajetreada y discutida existencia.

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