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Filipinas: Bong Bong no llegó en un OVNI

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Por José Emilio Ortega y Santiago Espósito (*)

Con elecciones periódicas desde 1986 pero sin chance de segundo mandato consecutivo, Occidente se escandalizó por el rotundo triunfo, en Filipinas (9 de mayo), de Ferdinand “Bong Bong” Romuáldez Marcos con 58% de los votos.

La candidata independiente Leni Robredo, vicepresidente en ejercicio, apenas arañó 27%.

Por un margen aún mayor, en la elección vicepresidencial, Sara Duterte -alcaldesa de Davao e hija del actual presidente, Rodrigo Duterte- aplastó al liberal Francis Pangilinan.

El apellido del presidente electo remite a las peores páginas de la historia del país. El de la vicepresidente (en Filipinas no se eligen fórmulas) sugiere nepotismo.

¿Es que nadie lo vio venir? Beatrice Rangel, integrante del Consejo de Relaciones Exteriores de EEUU, ensaya una explicación que resume el pensamiento occidental: “Filipinas es un excelente campo de aprendizaje para las fuerzas democráticas a nivel mundial. Porque muestra claramente cómo las culturas corporativistas heredadas del Medioevo español crean poderosísimos grupos de poder que no están dispuestos a dejar de beneficiarse de los múltiples monopolios generadores de rentas que les mantiene vigentes por los últimos cuatro siglos”.

Un poco de historia

El conglomerado de más de 7.600 islas que hoy se conoce como República de Filipinas representa una «Babel de etnias».

A las muchas etnias insulares -en las que sobresalen tagalos y moros- se suman las propias del extenso litoral oriental del Pacífico -desde japoneses a indonesios pasando por chinos, taiwaneses, malayos y vietnamitas- y el oriente medio y profundo -panarabismo, judaísmo, entre otras-. También las iniciadas por España y otros países europeos, que en 1521 -expedición de Fernando de Magallanes, quien murió combatiendo en sus costas- ensayaron sus primeros actos soberanos. Entre 1561 y 1571, después de un traumático proceso de unificación del mando sobre el archipiélago, se le otorgó al país su denominación actual, en homenaje a Felipe II, constituyendo la base comercial española para la región.

A lo largo de todo el siglo XIX, la decadencia del imperio se sintió especialmente en las islas, donde sus nativos e inmigrantes ensayaron, sin suerte, sucesivas revueltas revolucionarias -alentadas por Hipólito Bouchard, visitante en 1818-.

Emilio Salgari narró aquella batalla franca en el imperdible Los horrores de las Filipinas (1897). Hoy los filipinos representan una población de más de 109 millones que se apretujan en un territorio de 300 mil km2 (un poco menor que la provincia de Buenos Aires)

La guerra de España con EEUU (1898) coincidió con el primer intento republicano filipino -soliviantado inicialmente por Washington-, bajo un marco constitucional parlamentarista no reconocido por Madrid ni mucho menos por los estadounidenses quienes, al vencer la contienda, iniciaron su propia experiencia colonialista (1902) después de una sangrienta represión que dejó más de un millón de muertos.

La resistencia continuó hasta 1907 y las crónicas que se conservan revelan el desprecio norteamericano por los nativos.

En 1916 se inició una nueva etapa para Filipinas como “Estado asociado” a EEUU, con rango constitucional desde 1935, aunque no cambiaría sustantivamente la política, sin cuestionamientos europeos.

En la Segunda Guerra Mundial, Filipinas fue incluida entre los objetivos japoneses en el Pacífico -como Hawái o las islas Marianas-, salvajemente atacada y además ocupada -a diferencia de Pearl Harbour- por el imperio nipón. Aunque EEUU -como señala el académico Daniel Immerwahr-, probablemente por las dificultades de presentarla como “estadounidense” -a diferencia de Hawái, con significativa presencia de población blanca-, no recriminó internacionalmente el avance japonés, que incluyó la instalación de un gobierno títere (Segunda República).

En 1946 culminó la experiencia colonial estadounidense. En 1965, Ferdinand Marcos, abogado y senador, asumió en un país políticamente endeble y gravemente complicado en lo socioeconómico. Aplicó un ajuste ortodoxo y con el apoyo de las fuerzas armadas impuso una dictadura, consolidada al filo de su segundo mandato (1972).

Suprimió el Congreso (lo reemplazó una legislatura elegida por él mismo) y acumuló los cargos de presidente y primer ministro.

La Guerra Fría, la ascendencia islámica y la insurgencia comunista lo hacían confiable para Occidente, que lo sostenía del mismo modo que en nuestra región apoyó las dictaduras militares.

Marcos convocó a elecciones en 1981, aunque para entonces sus adversarios estaban presos, muertos o exiliados. En 1983 fue asesinado su principal opositor, Benigno Aquino, en el aeropuerto de Manila, al regresar del exilio.

En 1986 se autoproclamó ganador en contienda con la viuda de Aquino, María Corazón (Cory). Pero ya no podría detener la revuelta popular que lo derrocó ante el fraude electoral y determinó el exilio a Hawái con toda su familia.

Los actos de corrupción que se le adjudican a Marcos explicarían entre 5.000 y 10.000 millones de dólares esfumados del erario filipinoen 21 años. Fueron recuperados casi 700 millones desde cuentas suizas.

Mientras Filipinas inició con Cory una etapa democrática, con una nueva constitución en 1987, los Marcos (sin Ferdinand, fallecido en 1989) se reinstalaron en las islas al comienzo de los 90.

Desde entonces enfrentaron decenas de juicios por hechos de corrupción y evasión fiscal, mientras se dedicaron a recuperar el tiempo perdido.

La viuda Imelda -el poder detrás del poder en la dictadura de Ferdinand- y sus hijos ocuparon posiciones en el Congreso y en la región de Ilocos Norte, donde se encuentra la base de su poder político y económico.

En 2016, Bong Bong -para entonces varias veces gobernador de Ilocos y senador- perdió por apenas 200 mil votos la elección a la vicepresidencia con Leni Robredo.

Tuvo revancha en 2022, cuando fue votado por más de 30 millones de filipinos. Lo precede la gestión Duterte, cuestionada por Occidente por su viraje hacia Pekín. También por violaciones de los derechos humanos devenidas de su autoproclamada “guerra a las drogas”, con 6.000 muertos reconocidos que podrían multiplicarse por cuatro o cinco, según diversas fuentes. De todas maneras, Bong Bong es bien ponderado socialmente, valorado su perfil de “hombre fuerte” y fue ayudado por la recuperación económica que, aunque interrumpida por la pandemia, mantiene a Filipinas en un lote de países emergentes.

La elección de esta dupla supone para Filipinas confianza en lo conocido.

Sara supone la prolongación de la gestión que termina (y una chance de continuarla ella misma al finalizar este mandato). Bong Bong sigue su carrera ascendente, allí donde lo quería mamá Imelda.

El tiempo dirá si son la excepción que confirma la regla o si agregarán otro capítulo a aquella matriz medieval que tan funcional ha sido a Occidente pero que, cada tanto y por razones siempre a la vista, la escandaliza.


(*) Docentes, UNC

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