ESCUCHARPor Silverio E. Escudero
La vieja y achacosa Europa aún no ha despertado de su asombro. Con distintos matices se analizan los resultados de las elecciones continentales. El mapa político ha quedado reflejado en el Parlamento Europeo y preanuncia un tiempo de tormentas que puede acabar con el sueño de la unidad europea y retroceder -si se pudiera atrasar el reloj de la historia- hasta mediados de la década del 50 del siglo pasado, cuando se echaron las bases de lo que se dio en llamar, casi con timidez, «La Europa de las Naciones».
La idea central era preservar la paz tan duramente conseguida en 1945. Fundar una sociedad de países indisolublemente unidos por lazos de hermandad y fraternidad con intereses económicos comunes, que tendrían -con el paso de las décadas- en el Euro su nave insignia para protegerse de los embates del dólar, que hacía trizas a las monedas nacionales.
Había mucho de utopía y de pesadilla. Los sectores políticos que habían llevado al viejo continente a una carnicería agitaban sus banderolas nacionalistas.
Nacionalismos populistas que se siguen postrando ante las imágenes de Adolf Hitler, Benito Mussolini, Engelbert Dollfuss, Primo de Rivera, Francisco Franco, António de Oliveira Salazar que, como inventor del Estado Novo, despertó la admiración sin límites de un gobernador de nuestra Córdoba. Gobernante que, en el ejercicio del poder impuso ese modelo institucional -que está vigente- para eludir los controles constitucionales que garantizaba la bicameralidad derogada del Poder Legislativo de la Provincia de Córdoba, entre otras medidas que resultan atentatorias contra el orden democrático y republicano.
El Tratado de Maastricht (7 de febrero de 1992) y el proyecto de Unión Monetaria fue un salto pleno de audacia política. El sistema de Bretton Woods se sacudió hasta sus raíces.
Sin embargo, el cimbrón no se sintió demasiado en la economía doméstica de los europeos. En la Cumbre Europea de La Haya de 1969, los jefes de Estado y de Gobierno de la Comunidad Europea, al acordar preparar un plan para la unión económica y monetaria, tomaron protecciones adicionales de carácter político.
Las recomendaciones estaban contenidas en las adendas que complementaban el Informe Werner, elaborado por un grupo de trabajo presidido por Pierre Werner, primer ministro de Luxemburgo y ministro de Finanzas de la Comunidad Europea. El informe fue presentado en octubre de 1970.
El plan de tres etapas propuso una reforma institucional gradual que conduciría a la fijación irrevocable de los tipos de cambio y la adopción de una moneda única dentro de una década, pero no recomendó el establecimiento de un Banco Central europeo.
El plan nunca se implementó debido a la presión que ejerció de Estados Unidos, que lanzó a sus servicios secretos para que desestabilicen Europa Occidental, mientras Francia, en forma intempestiva, retiró su apoyo después de una reunión bilateral con Estados Unidos realizada en las Islas Azores a fines de 1971.
A pesar de su fracaso, Werner advirtió en su discurso de presentación del trabajo que la apertura de las fronteras hacia Europa del Este pondría en peligro al sistema democrático, ante el surgimiento de fuerzas políticas de extrema derecha. Partidos o corrientes de opinión que, hasta ayer, reportaron a José Stalin ofreciendo su «fuerza de trabajo» para colmar los campos de concentración en los gulag que tan bien conocía Alexander Solzhenitsyn por haber permanecido en ellos como prisionero durante 11 años.
Conocía además las celebérrimas purgas stalinianas y el asesinato en masa de, al menos, 20 millones de personas.
Frente al avance de la ultraderecha xenófoba y racista, los más importantes diarios suecos – Aftonbladet, Dagens Nyheter, Expressen y Svenska Dagbladet- publicaron el 30 de noviembre de 1999 un reportaje común en el que denunciaron con todo lujo de detalles las actividades del movimiento nazi en Suecia.
“Así como como de las bandas de moteros que desde hace unos años han protagonizado atentados, extorsiones y otras actividades delictivas, especialmente en la zona sur de Suecia y en Copenhague, la capital de Dinamarca», describieron sorprendidos los diarios de todo el mundo, ante tamaña decisión editorial.
Han transcurrido desde entonces dos décadas. Los partidos políticos desoyeron las recomendaciones de la prensa sueca. Se dieron a la tarea de desacreditar los dichos y vivieron cinco años autoengañándose. Todos se aferraban con desesperación al «a mí no me tocara».
Cuando el Vaticano dio la voz de alarma, los musulmanes habían colonizado todos los santuarios, en especial el de Fátima. Muchos comprendieron que era tarde. En el lugar se libra una enorme batalla cultural entre los seguidores de la hija (Fátima) de Mahoma el Profeta y la leyenda de la Virgen y los pastorcitos, que es descalificada por la propia jerarquía eclesial portuguesa.
Pero existe otro elemento preocupante para los católicos europeos. Agentes inmobiliarios del Islam hacen ofertas imposibles de rechazar por antiguas iglesias desacralizadas en Alemania y Austria.
Decíamos en nuestra columna anterior que la crisis europea era mucho más profunda de lo que se muestra a la sociedad. En Bruselas -sede de las autoridades comunitarias- siguen con atención la evolución de la ultraderecha, que va ganando bancas regionales y comunitarias.
Los líderes europeos, en consecuencia, deliberan por estos días para nominar a los candidatos principales para ocupar los principales puestos de las instituciones europea de cara a las crisis que se anuncia y que aparecerán con la fuerza de un tsunami.
Se elegirá un nuevo presidente -varón o mujer- para la Comisión de la Unión Europea, que está en manos de Luxemburgo; la mesa directiva del Parlamento Europeo hasta hoy liderado por una vacilante Italia, que vive una profunda crisis en la alianza gubernamental que encabezan la Liga del Norte y la hilariante Cinque stelle; los miembros del Consejo Europeo; el directorio del Banco Central Europeo y el Alto Representante para Asuntos Exteriores, que hace las veces de canciller de la Unión Europea.
La guerra comercial entre Estados Unidos y China, y la que protagonizan Washington con Irán, han alterado las reglas del comercio entre las naciones. Las primeras consecuencias golpean las puertas de la economía mundial. Las aseguradoras huelen un clima de guerra, razón por la cual han multiplicado exponencialmente el valor de las pólizas de seguros de navegación.
Estados Unidos, por último, está dispuesto a enfrentarse con todo el mundo. Amenazó con sanciones económicas y un eventual bloqueo a Europa, para que desista de crear un ejército europeo.
La pretensión estadounidense exige la sumisión del continente a los planes estratégicos de Washington y Bruselas rechaza la idea por temor de quedar atrapada en las trampas de la Administración de Donald Trump, que ha advertido a la UE de que se expone a quedarse sola ante amenazas constantes de Rusia.
Todo sucedió el 22 de mayo en Washington. «Cuando se produzca una crisis y si vuestras defensas fracasan, vuestros ciudadanos no se van a sentir muy impresionados por el hecho de que el armamento adquirido fuera solo de los países europeos», advirtió Michael Murphy, máximo responsable para Europa de la Administración estadounidense, durante un encuentro entre las dos partes en Washington. El choque transatlántico fue explosivo. Los miembros europeos del Comité de Embajadores de política y seguridad se desplazaron hasta la capital estadounidense para reunirse con miembros destacados de la Administración de Trump.
Europa tiene una larga experiencia náutica. Es capaz de navegar en aguas procelosas (lo hizo ya cuando, en la Edad Media constituyó la Liga Hanseática como una confederación comercial y defensiva de los gremios de comerciantes y ciudades mercado del noroeste y Europa Central).
