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¿Es posible mediar con jóvenes infractores y conseguir resultados? (I)

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Por Blanca B. González / Abogada, mediadora

¿A quién obedece un niño? En el comienzo, a la persona que lo nombra; es el momento en el cual se ponen en juego dos elementos indispensables para la constitución del Sujeto: el Amor y el Temor o la Fuerza. Ambos componen la verdadera razón de la Autoridad y ésta se sostiene en aquel padre o referente amoroso que no vacila en retirar el amor a quien lo necesita en el momento preciso, imponiéndole el límite -con el tirón del brazo cuando mete el dedo en el enchufe u otra situación riesgosa; con la cara, con el gesto, con la voz, etcétera-. La posibilidad de perder el amor del otro es el imprescindible requisito que organiza al sujeto y lo constituye como tal. Si los papás no lo asumen, es muy difícil después que los niños y adolescentes puedan entender y aceptar los límites que el vivir en sociedad les va a exigir.

Para ello, existe la necesidad ineludible que se instaure la Asimetría necesaria del saber y el poder entre el adulto  y el niño, y la responsabilidad que esta asimetría se le impone al adulto en razón de respetar debidamente los derechos de los niños y las etapas vitales de éstos, para no caer en un autoritarismo caprichoso por parte del adulto.

Donde solamente haya fuerza, se engendrará temor en los hijos y así solamente se conseguirá sumisión, alimentando la venganza;  con el temor al dolor sólo se obtendrá domesticación y con el correr del tiempo ese temor se irá perdiendo.

En la preadolescencia (cuando no mucho más pequeños) es el momento en que los padres comienzan a preocuparse, ya sea por que sus hijos fueron derivados a la consulta por problemas de conducta en las escuelas, o bien porque ya cometieron algún acto infractor y han sido judicializados; entonces se escuchan estas expresiones: “no se qué le pasa a mi hijo, antes era obediente, ahora hace lo quiere, se escapa, vuelve a cualquier hora de la madrugada, ha tenido peleas con otros chicos en las salidas de los bailes, desde hace poco comenzó a tomar cerveza, etcétera”.  En la mayoría de estos casos, los papás no están pudiendo decodificar cuándo estas actitudes pueden considerarse comunes de una etapa evolutiva que están viviendo sus hijos, o cuándo son situaciones que puedan considerarse más preocupantes.

En otras circunstancias, los niños o adolescentes están puestos en un lugar – en la dinámica familiar – en el cual se los valora desde el lugar de transgresor; es entonces muy difícil que modifiquen sus actitudes, dado que ese lugar los identifica y es considerado en el grupo familiar por ser tal.

También se puede encontrar a padres desapoderados, con una importante pérdida del poder en su autoridad, totalmente impotentes, no pudiendo replantear la situación y restablecer un orden mínimo de pautas en la familia, en el cual ésta pueda cumplir su función y tener hijos deseantes de un posible futuro construido por ellos y apoyado por sus adultos. Conmueve ver y escuchar – desde el dolor o la bronca – a padres en un estado de  indemnidad y soledad, saturados de problemas vitales como pueden ser los económicos, y con falencias profundas de instrumentación para reflexionar sobre los mejores modos de acompañar el crecimiento de sus hijos con los límites pertinentes para poder cuidarlos y sostenerlos en el despegue a la exogamia, a la salida del nido familiar.

En otros casos, padres facilitadores de infracciones, quienes de una u otra manera justifican al hijo, lo “retan” pero a su vez lo perdonan, le tienen lástima, en general son padres que se justifican o excusan sus propias infracciones, sus errores, sus ilegalidades. Son padres infractores.
Esta pérdida del rol paterno trae como consecuencia disfunciones tanto en el ámbito familiar como en el social, que son extremadamente costosas tanto para los padres, los hijos y el resto de sus familiares, como también para la sociedad toda.

Reflexionando sobre esta ineludible función paterna, se puede decir que para poder constituir un ser en un sujeto ético con una producción de subjetividad, en la que la ética “se caracteriza por la instalación temprana de modo de identificación con el semejante con respecto al sufrimiento que sus acciones  puedan producirle o a las que padezca sin su intervención directa” (S. Bleichmar), son elementos fundantes el Amor y el Límite. Por medio de ellos se inscribe la pauta moral en el sujeto.

Por todo lo anterior se puede pensar que es muy difícil trabajar con un chico des-sujetado, en el sentido de un niño o un adolescente que no pudo constituirse como sujeto ético, que no pudo introyectar límites, o también de un joven que no los acepta por parte de nadie, que actúa sin pensar o sin importarle si su accionar afecta a otros, sólo para conseguir objetos o cosas materiales, o bien para satisfacer cualesquiera otras necesidades a cualquier costo, aun causando daño.

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