sábado 23, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

Elogio y necesidad de la amistad cívica

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 Por Luis Carranza Torres* y Carlos Krauth **

Desde los antiguos griegos hasta nuestros días, empezando por el mismo Aristóteles, se ha reivindicado la amistad cívica como necesaria para la salud y prosperidad de las sociedades, a la par de las leyes e instituciones justas y los gobernantes honestos.
Con dicho concepto no aludimos a que seamos todos amigos de todos sino a que los ciudadanos de un Estado, por pertenecer a él, deben perseguir metas comunes entre todos (aunque sean unas pocas) y eso les lleva a tener respeto, consideración y hasta apoyo entre ellos, aun teniendo marcadas diferencias en sus ideas.
Se trata, en buen romance como lo hemos puesto de manifiesto tantas veces, de “tener códigos”. O en otras palabras: ser gente “de bien”. Privilegiar los intereses colectivos y no una mirada egoísta de la realidad, invariablemente puesta en función de las propias necesidades individuales.

Sin embargo, no parece que ese vínculo amistoso exista en nuestro país. Las últimas elecciones generales, endurecidas como pocas, han generado la sensación de una ciudadanía enfrentada en la solución de cada uno de los problemas comunes, como si para cada tema hubiera dos bandos: si unos dicen “blanco”; los otros han de decir “negro”.
La grieta se ha llevado al infinito, como si hubiera demasiada diferencia en la clase política. No estamos en una época de muchas ideas. Tampoco, en el mundo interdependiente que vivimos, se puede ser demasiado original. Por si fuera poco, la propia crisis argentina que arrastramos desde hace tiempo tampoco tiene muchas recetas.
Lo hemos dicho muchas veces: de uno y otro lado se ha fomentado una división artificial de la sociedad sumamente peligrosa, muy conveniente para tapar la falta de ideas y hasta de valores, pero que corre el riesgo de dividir de forma permanente a la ciudadanía en dos bandos irreconciliables.
Se ha hecho política desde lo emocional y la enemistad, en lugar de discutir ideas.
Ha faltado grandeza para reconocer aciertos de los contrarios y errores propios. Se ha jugado, maniqueamente, a la dualidad amigo-enemigo entre compatriotas. Puede que la historia se los demande, pero -en tanto- somos nosotros los que sufrimos en el presente por tales artificiales barreras.
Las sociedades que indagan en su interior sobre en qué se diferencian entre sí, en cambio de buscar comunes denominadores o de consensuar en cuestiones críticas del manejo del Estado, no tienen demasiada perspectiva.

Con el dólar en las nubes y una crisis de confianza de magnitud la propia mayoría silenciosa, haya votado por quien haya votado en las PASO, pidió a los máximos niveles de la dirigencia que dejen de lado sus diferencias de coyuntura, de política partidaria y en particular sus egos de poder en aras de dar gestos de que esta sociedad y este Estado tiene una continuidad, más allá de a quien consagren las elecciones cada dos años.
Seamos grandes de una buena vez. Todo es una continuidad y los mayores logros abarcan, necesariamente, varios períodos de gobierno. Nadie refunda nada con llegar al poder. Nadie debe eternizarse en él. Nadie tiene la verdad revelada. Y nadie está equivocado en todo.
Por algo Aristóteles decía que la amistad es lo más necesario para la vida; sin amigos nadie querría vivir, aunque poseyera todos los demás bienes. Y, añadía: es la amistad cívica la que mantiene unida la polis.
Con la pésima situación en la que estamos, es hora de que empecemos a “amigarnos” y a dejar de lado, ante la urgencia del momento, los egoísmos de las apetencias personales en aras de estabilizar y ordenar, de volver previsible cuanto antes, la casa de todos.

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