Diego Coatz, economista jefe del Centro de Estudios de la UIA
El sostenido crecimiento de la economía nacional alejó las interpretaciones del “rebote” o “veranito” que surgieron durante los primeros años de la posconvertibilidad. Ahora, empresarios, economistas y políticos debaten cómo debe ser el camino que consolide y sostenga una etapa que pude considerarse sin dudas como la de mayor crecimiento en el tiempo en la historia argentina. En ese marco, el último coloquio de la Unión Industrial de Córdoba (UIC) fue un escenario interesante, donde se plantearon opciones enfocadas en la exportación de agroderivados –como la explicitada por la Fundación Mediterránea- y otras que otorgan un lugar importante también al mercado interno y a las industrias de punta –como la expuesta por el Centro de Estudios de la Unión Industrial Argentina (UIA)-. Comercio y Justicia dialogó con Diego Coatz, economista jefe de la entidad fabril, para conocer su opinión en ese debate.
– Ud. suele decir que nada indicaba en 2001 que el proceso económico que vivió el país en los últimos años fuera el que finalmente se dio. ¿Cómo interpreta ese proceso?
– El “orden natural” de las cosas en Argentina no era estar por encima, en los últimos 12 años -contando la crisis- de los otros países de la región. Era dolarizar la economía, destruir parte de lo que todavía había quedado del tejido industrial, no sanear la situación financiera de las empresas. Lo que digo es, entonces, rescatemos este país que fue – de todo el universo de América Latina- el que más sufrió y el que más se desindustrializó y que tuvo mayores flagelos sociales en toda la región. La verdad es que empresarios, gobierno y trabajadores dieron vuelta el país y hoy la foto, comparada con la que había 10 años antes, es totalmente diferente. Es una discusión, larga, si hay mérito o no de los gobiernos sucesivos desde 2002, desde Duhalde a Kirchner…
– Es cierto, para muchos no hay ningún mérito, es todo “viento de cola”….
– Hay que ver primero el cambio de 2002, que fue radical. Un esquema de dolarización, de no reestructuración de la deuda en forma positiva, de déficit cero, iba a congelar la economía por cuatro años y no sólo que no iba a generar efecto rebote sino que iba a ver destrucción de capacidad instalada. No lo hubo, entonces en 2002 sucedió un cambio importante en la dirección de la economía producto de una crisis fenomenal que dejó la convertibilidad. Y en ese sentido, el primer gobierno de Kirchner tuvo políticas audaces para recuperar fuertemente el poder adquisitivo y la demanda como el motor del crecimiento, al punto que logramos no solamente seguir creciendo sino superar el promedio de las economías de la región.
– Esa mejora dio un fuerte impulso a las propuestas de una salida exportadora para el país, concentrada en los agroderivados. La propuesta de la Fundación Mediterránea es una de las más desarrolladas en ese sentido. ¿Qué opina sobre eso?
– Creo que hay que salir de la cuestión campo–industria, hay que desarrollar cadenas de valor, en las cuales el sector alimentario –y sus industrias de mayor valor agregado- tiene que ser un vehículo para generar mejores condiciones de vida, pero eso no alcanza para sostener a 40 millones de personas.
Hay dos diferencias que puedo tener con la Fundación Mediterránea –en otras cosas coincidimos mucho- y es que en todas las experiencias históricas el modelo agroexportador tuvo dos cuestiones que son difíciles de repetir en un país como Argentina.
La primera es que tuvieron demanda sostenida en el tiempo. Hoy podríamos decir que la tenemos pero hay que ver si efectivamente es así. Si uno analiza los casos de Corea o Taiwán, la demanda vino por los acuerdos políticos que había en plena Guerra Fría, es decir, por geopolítica.
El segundo punto es que (Corea o Taiwán) partieron con salarios muy bajos, es decir el piso salarial y de flagelo social y desintegración era muy bajo y por eso requerían dictaduras para implementar programas de desarrollo. Integraron su población pero desde un piso muy bajo y de manera muy gradual. Argentina tiene una sociedad que, con todo lo bueno y todo lo malo que tiene, es más integrada, tiene salarios más altos, con fuerte participación sindical y con tensión distributiva. Eso tiene un lado positivo pues somos más igualitarios que otros países de América Latina; y tiene un lado negativo también, pues administrar en democracia estas tensiones es más difícil. Entonces, comparar con fotos el modelo agroexportador es difícil.
Y otra cuestión es que creo que las exportaciones son muy importantes en términos de generación de divisas, pero la mejor forma para integrarse al mundo, incluso para la producción de alimentos elaborados en cualquier economía desarrollada, es el mercado internista. Alemania exporta en alimentos elaborados lo mismo que exporta el mercado oleaginoso argentino, las exportaciones de alimentos con marca en Alemania son 25.000 millones de dólares -considerando sólo el complejo oleaginoso-. Ahora, eso es un remanente de un PIB per cápita gigantesco. Hay que tener una mirada exportadora pero sin descuidar el mercado interno, compatibilizar esas cosas, que no se tienen que plantear como un antagonismo sino como complementación.
Y cuando uno busca un modelo de desarrollo hay que entender en qué momento del tiempo se dio un modelo, con qué geopolítica y cómo estaban las condiciones internas. Es muy difícil hacer comparaciones lineales. Los casos más exitosos, que pueden ser Taiwán o Corea, se hicieron con dos fenomenales dictaduras que prácticamente le decían al empresario y al trabajador qué tenían que hacer con dos años vista, muy distinto a cómo se puede dar en un país como Argentina, donde la democracia es un valor por suerte ya institucionalizado.