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El hombre de la sonrisa eterna

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Fue en su tiempo el hombre más envidiado y siempre apeló al derecho para lidiar con sus problemas

Por  Luis R. Carranza Torres

Carlo Ponti nació en Magenta, en el norte de Italia, el 11 de diciembre de 1912. Estudió derecho en la Universidad de Milán, tras lo cual comenzó a trabajar en el bufete de su padre. No pasó mucho antes de que, por medio de la negociación de contratos, se involucrara en la industria del cine. Luego, por casualidad, comenzó a producir filmes en 1938, cuando un productor que era cliente del bufete, tuvo que dejar Italia por ser contrario al fascismo que la gobernaba con Mussolini a la cabeza y le pidió que lo reemplazara.
A su padre, Leone Ponti, no le gustó en absoluto. Le parecía una ocupación poco seria. Siguió adelante, pese a todo. Carlo se divertía muchísimo haciendo films, aunque por aquel tiempo hablaba de su trabajo por lo bajo y vergonzosamente, como si su padre le hubiera contagiado el prurito de ser algo indecente.
Por suerte para la historia del cine en el siglo XX, pronto superó tal prejuicio. En su larga carrera, Ponti produjo más de 150 películas, muchas de los cuales escribieron la historia en el séptimo arte, demostrando tener un ojo de experto para visualizar un éxito en la materia. Filmes como La Strada, de Federico Fellini, en 1954 o Matrimonio a la italiana, dirigida por Vittorio De Sica diez años después con Marcello Mastroianni y Sophia Loren en los protagónicos; Dos mujeres, también con De Sica y por la cual la Loren ganó un Premio Oscar, pasando por Doctor Zhivago, de David Lean, premiada con varios premios Oscar; Blow up, de Michelangelo Antonioni, y la Guerra y Paz, de King Vidor fueron producidas por su mano.

Ponti era una rara mezcla de perfeccionismo técnico y pragmatismo comercial. Rechazaba por igual los éxitos taquilleros sin sustancia como el arte fílmico que se agotaba en sí mismo. Respecto de los primeros decía: «No hago negocios, hago películas» y sobre el segundo: «No tiene sentido hacer una película que nadie irá a ver sólo para crear una perfecta, pero inútil, obra de arte”. Por eso, sólo producía películas de calidad, generalmente a partir de obras de literatura, pero dirigidas a una audiencia amplia.
Ponti no fumaba ni bebía alcohol; su único pasatiempo, tras los sets de filmación, era la arquitectura y la decoración de interiores. Fue un ávido lector y se enorgullecía de haber sido el primer italiano en ordenar una copia de Dr. Zhivago del escritor ruso y ganador de un premio Nobel Boris Pasternak, pedido que hizo por teléfono desde Hollywood a la entonces Unión Soviética.
Siempre, aun en el candelero de Hollywood, llevó una existencia austera, presidida por el trabajo. Su primera regla de vida era sobre la hora de levantarse: «El mundo se divide en dos: los que se despiertan temprano y los otros». Él despreciaba a los segundos y se los transmitió a sus hijos. Todos ellos lo adoptaron como norma.
Pero su mayor creación cinematográfica no fue un filme sino una actriz. En 1952, estando casado y ya establecido como productor, fue jurado en un concurso de belleza y votó por una desconocida jovencita de Nápoles de sólo 17 años, a la que luego dio su primer papel cinematográfico. Como todo un Pigmalión, la aconsejó, hizo que aprendiera actuación e inglés y hasta cambió su apellido y el modo en que se escribía su nombre, convirtiéndola en el sex simbol del momento: fue de tal modo que Sofía Villani Scicolone se convirtió en Sophia Loren.

Cuando, ya estrella de Hollywood, Cary Grant le quiso arrimar el bochín a Sofi, Carlo desempolvó sus libros de derecho para proponerle matrimonio, aunque hubiera más de dos décadas de distancia en la edad de ambos y él siguiera casado. Como en Italia no existía el divorcio por aquel tiempo, se separó de su primera mujer en México y se casó con la estrella del momento, todo por poderes. Le faltó leer la parte de la prevalencia del orden público nacional en el derecho internacional privado: en Italia no consideraron válido el divorcio pero si su segundo matrimonio y fue acusado formalmente de bígamo ante los tribunales milaneses.
Tuvieron, él y Sofía, que irse de Italia para evitar la prisión preventiva. Sin perder su sonrisa de siempre, Carlo probó con la territorialidad del derecho galo: se nacionalizó francés en 1965 junto a su familia y su primera esposa. Los tribunales de ese país negaron entonces la extradición a Italia, por su condición de francés. Luego de eso, Carlo se divorció nuevamente de Giuliana Fiastri y, ahora en París, se casó otra vez con Sofía ya que había conseguido que su matrimonio mexicano fuera anulado en Italia. Esto último determinó, también, que en 1968 fuera absuelto de la bigamia.
En 1979 volvió a ocupar los titulares cuando el fisco italiano lo acusó de retirar ilegalmente su dinero del país. Otra vez eligió el camino de la defensa a la distancia. Fue condenado en ausencia a cuatro años de cárcel y a una multa equivalente hoy a unos 26 millones de dólares. Sin embargo, en 1987, tras varias instancias de apelación, la Corte Suprema de Casación italiana rechazó los cargos y liberó los activos embargados.
Contra los pronósticos de muchos, y para envidia de varios, con la Loren siguió enamoradamente casado por medio siglo, hasta su propia muerte en 2007; tuvieron dos hijos. Su deceso ocurrió a los 94 años de edad, en un hospital de Ginebra donde estaba siendo tratado de una complicación pulmonar, en paz, rodeado de los suyos y sin el ajetreo que presidió la mayor parte de su vida. Fue el momento en que su invariable sonrisa ante la adversidad se convirtió en eterna.

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