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El deporte en 1918

Por Carlos A. Ighina (*) - Exclusivo para Comercio y Justicia
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Por Carlos Ighina

Sí, ya estaban los vascos pelotaris, los italianos bochófilos, los ciclistas esforzándose desde los viejos tiempos del velódromo Flandrin; pero el fútbol ya era el fútbol.
El fútbol había sentado sus reales en la ciudad de Córdoba de la mano de jerárquicos y obreros del ferrocarril. Mucho tuvieron que ver con ello algunos jóvenes de la Reforma Universitaria.
Arturo Orgaz, apenas un adolescente -tenía 14 años- había fundado el Club Belgrano en 1905 y era su primer presidente. Juan Filloy, el luego notable escritor, había participado de la fundación de Talleres, mientras que se hermano Benito, agregado por simple aproximación -ya que no era universitario sino almacenero-, fue de quienes plantaron el mojón inicial en General Paz Juniors.
Talleres se asentó ese año de 1918 en barrio Jardín, posicionándose del terreno para su futuro estadio -en 1920 asumió su presidencia el mencionado Juan Filloy, entonces joven abogado-, a la par que en “El Bajo de los Perros”, en baldío pegado casi a la línea del tranvía eléctrico a San Vicente, tenía su cancha General Paz Juniors.
El Club Universitario, la entusiasta y vocinglera “U”, por su parte, fundado en 1907 en la Confitería del Plata, nació como una institución eminentemente estudiantil y reformista -en 1918 era presidido por Natalio Saibene, dirigente del Centro de Estudiantes de Ingeniería, y antes lo había sido por Ismael Bordabehere, triunviro conductor del movimiento revoltoso junto Enrique Barros y Horacio Valdez.
Más tarde fue conducido por Gumersindo Sayago, otra de las lanzas mayores del movimiento reformista. Pero en 1918, la U pasó por un momento difícil, ya que justamente ese año comenzó a regir el ascenso y descenso para el fútbol de Córdoba y las huelgas prolongadas, propias del álgido tiempo que vivía la universidad, hicieron que muchos estudiantes retornasen a sus lugares de origen, desintegrándose de esta manera los equipos de los albirrojos a tal extremo que en más de una oportunidad no pudieron conformarse íntegramente sus representativos, perdiendo así valiosísimos puntos.

También fueron dirigentes comprometidos reformistas como Jorge Orgaz y Antonio Medina Allende.
Sin embargo, el auge del fútbol en 1918 está reflejado en la fundación de nuevos clubes, tal el caso del actual Instituto Atlético Central Córdoba. El 8 de agosto de 1918, en las oficinas del Salón de Máquinas del Ferrocarril Central Córdoba -después Belgrano- a instancias del jefe de la sección, Ernesto Dundas, y con el aval de la superioridad, un grupo de entusiastas decide crear “un instituto que cultivará la instrucción y fomentará el deporte en todas sus fases”.
En un principio, el estatuto constitutivo contemplaba que el club sería sólo para ferroviarios del Ferrocarril Central Córdoba, es decir, restringido para el ingreso de los que no estuviesen directamente vinculados con la actividad ferroviaria con sede en Alta Córdoba.
Esto obedecía en buena parte a una antigua rivalidad que existía entre los ferroviarios del Central Argentino -particularmente de los talleres, que habían dado origen al Club Talleres- y los del Central Córdoba.
Desde los primeros momentos, el club recién fundado añadió a lo deportivo un fin social, preparando un salón de lectura e instrumentando clases de mecánica y matemática para los obreros ferroviarios, en lo que se supone una iniciativa propia de los no pocos anarquistas que revestían en los servicios de ese ramal.

En lo estrictamente deportivo, pronto se acondicionaron instalaciones para la práctica de box, esgrima y lucha. En cuanto al fútbol, en 1918 se concretó la afiliación a la Liga Cordobesa y al año siguiente obtuvo invicto el campeonato de segunda división. Eran tiempos en que escaseaban las camisetas y las disponibles debían ser zurcidas y planchadas con regular frecuencia.
Ernesto Dundas había sugerido el primer nombre: Instituto Ferrocarril Central Córdoba. El mismo Dundas propuso los colores, que eran los mismos del legendario Alumni, de Buenos Aires, los que fueron aceptados por unanimidad.
Ese año se sumó al fútbol competitivo otro club de trayectoria en la Liga Cordobesa, el 9 de Julio, de barrio Alberdi. Ya estaban en ardorosa actividad escuadras futbolísticas que se mantienen hasta el momento como las de Argentino Peñarol, Los Andes y Sportivo Belgrano de San Francisco.
Otra formación de importancia para el deporte de Córdoba producida en 1918 fue la de la Asociación Redes Cordobesas, que iniciaría así un quehacer social prolongado en el tiempo y promotor de una vida sana y de un solidario esparcimiento, fundada como Sociedad de Socorros Mutuos y Cooperativa de Obreros y Empleados de la Compañía de Luz y Fuerza de los Tranvías Eléctricos. El básquetbol, impulsado asimismo por instituciones evangélicas, iba ganando su espacio.
En 1915 había sido organizada la Asociación Cordobesa de Box, pese a los prejuicios que el boxeo causaba en ciertos sectores de la sociedad de la época. Tan era así que la pelea entre los púgiles Armando Usher, el oriental, y Fred Chester, realizada en la “Confitería de París y Londres”, de barrio General Paz, el 9 de junio de 1918, fue comentada como “un espectáculo de salvajismo”.

Don Juan Filloy solía recordar que en aquella ocasión los respectivos segundos terminaron liándose a puño limpio, al final del combate, en medio de la hilaridad general.
Desde tres años atrás venía funcionando la Academia de Boxeo de Billy Edwards, en San Martín al 400. Allí se practicaba gimnasia sueca, levantamiento de pesas, lucha grecorromana y boxeo francés. Así, mientras se criticaba al box en cuanto espectáculo, se lo cultivaba en cambio como atildada técnica de defensa personal, pues al gimnasio de Edwards concurrían fervorosos exponentes de la juventud dorada de la época, los mismos que a modo de desarreglada diversión cruzaban trompadas con la furia criolla de los mozos de El Abrojal, en desafíos que escapaban a lo puramente deportivo para transformarse en riñas que dejaban su huella en tumefactos rostros o en los cuidados chalecos de los “cajetillas”.
Los amantes del turf -que los había en apreciable cantidad- todavía podían concurrir al viejo hipódromo de Altos General Paz. En su pista se disputaban carreras de caballos pero también de automovilismo y motociclismo, poseyendo además una pista de aterrizaje. Su tribuna era de madera con techo de zinc.

El automovilismo aparecía como una nueva pasión, cuya primera manifestación concreta en materia de competencia -aparte de las picadas en el Hipódromo de Altos General Paz o “Circo de Carreras”, como también se lo llamaba- y así, en el interior de la provincia, en Coronel Moldes, se corría por primera vez una prueba de velocidad, que grabaría el riocuartense Antonio Ovides, con la marca Studebaker.
Los adeptos al tenis disfrutaban de las nuevas instalaciones del Córdoba Lawn Tennis Club, que se había trasladado al Parque Sarmiento en 1916. Muy cerca de allí, en la nostálgica isla del lago, el Crisol Club, fundado durante la primera gobernación de Cárcano, que nucleaba a la élite cordobesa, ofrecía a sus calificados asociados pedana de esgrima -deporte éste por ese entonces difundido entre los caballeros de nuestra sociedad-, canchas de croquet y de tenis, además de una pista de patinaje.
Faltaba apenas un año para que nuestros cielos se sorprendiesen con los aparatos voladores que partirían del Aero Club. Al mismo tiempo se establecería la Escuela de Aviadores, dirigida por James Temple Richardson. Como en la universidad, la audacia no estaba ausente.
En los otrora muermosos baldíos de todos los barrios o en los exclusivos lugares para determinadas esferas sociales -sin excluir la alternativa de prácticas no discriminatorias-, para 1918 los cordobeses asumían el apotegma de Juvenal: “Mens sana in corpore sano”.

(*) Abogado-notario. Historiador urbano-costumbrista.
Premio Jerónimo Luis de Cabrera

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