Por Susana Novas / Mediadora, abogada
¿Sabía Ud. que la palabra familia fue usada únicamente para designar a la servidumbre y recién después del siglo XV su significado se amplió a todos los que vivían en la casa del amo -parientes de sangre, siervos, mujeres cautivas y toda descendencia engendrada por él con quien fuere-? Esta familia medieval encontraba en la casa protección y lealtad mutuas.
En el siglo XVIII se definió a la familia con criterios más actuales; fue la familia romántica en la cual el amor-pasión convocaba a un vínculo sin intereses ni conveniencias.
Cuando preguntamos “¿quiénes forman su familia?” tenemos una imagen convencional de una serie de redes múltiples y complejas que están modificándose.
La familia nuclear aparece y la vemos porque la convocamos, aunque quizás no esté claramente delineada y los mediadores la evocamos cuando intervenimos, por nuestras ideas legales, culturales y emocionales. Los límites de la familia actual no son fáciles de determinar. En nuestro trabajo como mediadores de familia aceptamos la diversidad siempre cambiante de formas, redes y contextos sociales. Muchas personas de nuestra red que tienen con nosotros vínculos sin nombre pueden ser más importantes que quienes tienen vínculos con nombre.
Nuestra identidad se construye y reconstruye en el curso de nuestras vidas sobre la base de la interacción con otros, un conjunto de seres que exceden al grupo familiar. La familia es el contexto principal y determinante del desarrollo físico, emocional e intelectual de cada uno de sus miembros. Pasa por fases evolutivas, regulada por factores internos (biológicos, psicológicos) y externos (expectativas culturales y posibilidades sociales). Así, en cada sociedad, en cada cultura, aun en cada etnia se tienen modelos esperados de conducta, con roles y responsabilidades para cada edad.
En un plazo relativamente breve la sociedad ha producido cambios en la estructura de la familia.
Debemos estudiar este fenómeno y su impacto a nivel individual, familiar y social, evaluando cuantitativamente el costo de la ausencia del padre. ¿Qué pasa cuando se crece sin padre? ¿Cuántos menores de 18 años hoy viven y han crecido sin su padre biológico? Ya sea como consecuencia de un divorcio o de nacimientos de madre soltera ¿cuántos menores viven en una familia monoparental? La ausencia del padre es un factor de riesgo con respecto al proceso de transición que comienza en la adolescencia y termina en una inserción exitosa en la comunidad, lo que podemos llamar proceso de emancipación. Dos antropólogos, M. West y M. Konner, detectaron una relación entre ausencia del padre y violencia, al estudiar el funcionamiento de una serie de culturas diferentes. Las culturas con mayor involucración del padre en la crianza de los hijos son las menos violentas (West y Konner, 1976). La asociación estadística entre ausencia del padre y delincuencia es más fuerte que la que vincula el fumar al cáncer de pulmón/enfermedades cardiovasculares.
La capacidad de controlar impulsos es necesaria para que una persona pueda funcionar dentro de la ley. Es imprescindible incorporar la capacidad de postergar la gratificación en el tiempo, de resistir el impulso a actuar para gratificarse en un momento determinado. Es un componente crítico de la conducta responsable del individuo en sociedad, pero no el único; es también necesaria la capacidad de registrar y tener en cuenta los sentimientos de otras personas: la capacidad de empatía. Una investigación basada en el seguimiento de niños y jóvenes durante 26 años reveló que el mejor predictor de empatía en el adulto es haber tenido un padre involucrado.
Así, la empatía, que permite registrar el sufrimiento del otro inhibiendo la agresión, es nuevamente un tema de función paterna (Koestner, Franz y Weinberger, 1990)
Esta función produce una inscripción del símbolo paterno que marca al hijo como varón y a la hija como mujer, seres sexuados. Así mirada, la función paterna asigna lugares y roles en la familia.
Promueve la salida de los hijos de su seno y les permite emanciparse y generar un proyecto propio de vida, asegurando la apertura de la familia al grupo social. Este proceso no se da sólo en la infancia: es continuo a lo largo de la vida del hijo. El padre tiene un rol crítico en los procesos de iniciación y en los rituales en los que estos se apoyan para materializarse. A mayor déficit de función paterna, mayor perturbación del proceso de emancipación.
En 1989 la Asamblea General de las Naciones Unidas presentó a sus países miembros una Declaración de los Derechos del Niño, que pone especial énfasis en su derecho a tener una familia y alienta a promoverla y protegerla. Expresa específicamente que el niño “tiene el derecho de ser cuidado por sus padres” (art. 7) y “tiene el derecho de tener una relación personal y contacto directo con ambos padres” (art. 9, 10 y 18). Los numerosos trabajos de investigación realizados hasta ahora intentando evaluar el daño que produce la falta de padre (no sólo como proveedor de alimentos), avalan y confirman la importancia de este documento de la ONU y la necesidad de proteger uno de los derechos humanos básicos del niño: el de tener un padre.
Los profesionales que intervenimos en temas de familia ejercemos la responsabilidad de tener en cuenta esta declaración de los derechos del niño y los trabajos de investigación que la respaldan. Asumámosla entonces.