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De cuando se abortó la segunda invasión a Cuba y Johnson temió otra derrota como en Playa Girón

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El año era 1964. La Guerra Fría marcaba el tono de las relaciones internacionales, que recalentó el clima de América Latina. Venezuela, Costa Rica, Colombia, Guatemala y Nicaragua constituían un grupo de presión que intentó forzar una reunión extraordinaria de los ministros de Relaciones Exteriores del continente, que se celebraría a mediados del mes de julio.

El resto de los países del continente miró con recelo la convocatoria. No estaban dispuestos a “bancar” una nueva ofensiva contra el gobierno de Cuba. 

Es que resultó demasiado costosa la expulsión de la isla caribeña del sistema interamericano al cerrarse el mercado internacional como consecuencia, en términos comerciales, de la derrota imperial en Playa Girón en abril de 1961. 

Ese cuadro, complejo en sí mismo, obstruía la labor de las comisiones internas de la Organización de Estados Americanos (OEA) que, al analizar denuncias contra Cuba, llegaron a conclusiones contrarias al interés de los estamentos políticos sirvientes de la Casa Blanca.

Dos ejemplos ayudan a comprender los dislates en los que incurren los políticos latinoamericanos. El entorno político del presidente guatemalteco Enrique Peralta Azurdia acusa al gobierno de Fidel Castro de sembrar esporas de cáncer entre su población. 

El restante fue aún más demencial. Los exégetas del presidente colombiano Guillermo León Valencia Muñoz aseguran que en la denuncia sobre el surgimiento de las FARC en territorio colombiano los guerrilleros eran aprendices de brujos y practicantes del vudú, guiados por la santería cubana. 

El debate se enciende. Las llamaradas se multiplican a lo largo y ancho del continente. 

El inolvidable Jorge Vexenat se fatiga en explicaciones cuando no tiene a la CIA (Agencia Central de Inteligencia) y los servicios secretos tras sus pasos. Avisa que si se declaran obligatorias las sanciones contra Cuba se transformarán en castigos draconianos para los gobiernos de México, Chile, Bolivia y Uruguay que resistieron las “órdenes” de la Casa Blanca y mantienen abiertas sus embajadas, con lo que rompen el bloqueo continental declarado en la reunión de Punta del Este. 

La errática política exterior argentina en tiempos del presidente José María Guido reclama sanciones severas contra “los desobedientes” y en esa locura cuajada de fanatismo clerical Argentina es acompañada por los gobiernos de Brasil y Perú.

La única voz argentina que se levanta en contra de la chifladura gubernamental será la del general Juan Enrique Guglialmelli, lo que le cuesta 30 días de arresto. Los partidos políticos, sin excepción, aceptan someterse al maltrato militar. El general Juan Perón explicitó su pensamiento al escribirle a uno de sus interlocutores favoritos, el mayor Bernardo Alberte: “Es preciso crear una fuerza interamericana para concluir con los efectos de los problemas políticos caribeños”. 

Mientras esto sucede al sur del río Bravo, la cuestión de Cuba estalla en el corazón de la campaña electoral estadounidense. Los capitales cubanos radicados en Florida recuerdan a burros y elefantes que ellos han puesto la “tarasca”, y pretenden imponer condiciones.

Aun disintiendo con su rival republicano, Barry Goldwater -quien se manifestó partidario de una política de “poder desnudo”-, el gobernador de Pensilvania William Scranton propuso “guerra económica, psicológica y de guerrillas”. Es preciso, a su juicio, actuar con prudencia porque “en 1964 la invasión y ocupación de Cuba no sería un simple ejercicio”; con todo, critica la inacción del gobierno demócrata.

Según algunos historiadores y observadores de la realidad estadounidense, la CIA aconseja un nuevo ataque a Cuba; pero el presidente Lyndon B. Johnson no cree oportuno el momento para una nueva invasión cuando se está zambullendo en la guerra de Vietnam.

Nuestro archivo entrega una perlita. Un ajado recorte de Los Angeles Times trae un dato fantástico. Asegura que Robert Kennedy y el secretario del Ejército, Cyrus Vance, propusieron suministrar los millones de dólares necesarios al magnate cubano Manuel Rey Rivero para financiar una nueva aventura bélica contra La Habana.

Necesitamos identificar a este nuevo personaje que se hace llamar Manolo. El mundo político, a pesar de las recomendaciones del servicio secreto yanqui, le tiene especial recelo habida cuenta de que fue un ministro influyente de Fidel Castro. ¿Por qué abandonó la nomenclatura cubana y formó el Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP) y se unió a la resistencia clandestina contra Castro? ¿Será cierto que esa poderosa organización anticastrista habría infiltrado las Fuerzas Armadas Revolucionarias y la Asamblea Nacional del Poder Popular, formada por 612 miembros y con un mandato de cinco años?

Fuentes anticastristas argentinas aseguran que gobierna, desde lejanos tiempos, bajo diversas coberturas políticas un sinnúmero de asambleas municipales y comisiones de trabajo permanente en las que las decisiones se toman por mayoría simple de votos.

Los exiliados se muestran quejosos y rodean, en protesta, el edificio de la OEA. En tanto, una comisión del exilio cubano en Miami logra ser recibida por Dean Rusk, secretario de Estado, y los miembros del Comité de Planificación Política del gobierno demócrata, presidido por Walt W. Rostow, economista, historiador y consejero en seguridad de los presidentes Kennedy y Johnson, que explican las razones geopolíticas y geoestratégicas que hacen complejo intentar una nueva invasión a Cuba con el apoyo logístico de Estados Unidos.

La presencia de Manuel Rey Rivero en la Casa Blanca dividió aguas en el gobierno estadounidense. Son muchos los que le consideran un espía o quinta columna. Es que antes de llegar a Estados Unidos en calidad de refugiado, había formado parte del gobierno revolucionario de Fidel Castro como ministro de Obras Públicas. 

Ése fue otro de los temas que se discutieron frente a los cubanos del exilio en el escritorio de Dean Rusk. La voz cantante la llevó Thomas Mann, el principal consejero del presidente Johnson para asuntos latinoamericanos, quien había tenido un encontronazo con Manolo en un encuentro realizado en Cartagena a principios de 1961, en el que salieron a relucir armas con la intención de reemplazar el idioma de la diplomacia.

Rostow insistió ante un subcomité senatorial en que está convencido de la llegada de una nueva generación de “hombres jóvenes (latinoamericanos) que tienen un interés real en fomentar el desarrollo económico, social y político de sus países. Es la clase de gente -añadió- que porfió para que Venezuela pudiera realizar las elecciones que Castro trató de impedir. Es la clase de gente que hoy hace frente en el Brasil a decisiones altamente difíciles”. 

Indicó, además, que el proyecto de reforma agraria elaborado por el ministro Roberto Campos es “verdaderamente serio y no una farsa”. El gobierno del que él forma parte es “el más resuelto que hayamos visto en Brasil, en los términos de los objetivos de la Alianza para el Progreso”.

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