Por Gabriela Magris y Daniel Gay Barbosa / Abogados, mediadores
Aveces, un instante, un hecho, un camino, una relación y hasta un acuerdo que se venía co-construyendo en la mesa de negociación pueden verse deteriorados o hasta destruidos por una percepción o una actitud disvaliosa de una de las partes. Cómo actuamos en esas situaciones adversas es el tema que hoy queremos abordar.
Referirse a la adversidad o a situaciones adversas nos lleva a hablar de resiliencia. Este concepto ha sido tomado de la física y utilizado y aplicado por las ciencias sociales. Para esta ciencia la resiliencia (de resilio: volver al estado original, recuperar la forma originaria) se refiere a la capacidad de los materiales de volver a su forma cuando son forzados a deformarse.
Las ciencias sociales han encontrado fructífero este término para describir fenómenos observados en personas que, a pesar de vivir en condiciones de adversidad, son de todas maneras capaces de desarrollar conductas que les permiten una buena calidad de vida. La resiliencia debe entenderse como las condiciones -tanto macro como microsociales- que afectan a un “elemento del ecosistema (persona)” y éste vislumbra que existe la posibilidad de transformar las situaciones dolorosas en oportunidades de vida. Así, autores como Rutter sostienen que “la resiliencia está presente de manera positiva cuando podemos tener una vida sana, viviendo en un medio insano”. También expresa este autor que el dolor, la adversidad, las crisis, las frustraciones, se constituyen en instancias por medio de las cuales se logra el aprendizaje. Son instancias que entregan las herramientas socioemocionales y cognitivas de forma que las situaciones de adversidad puedan ser compensadas, neutralizadas o superadas.
La resiliencia se produce en función de procesos sociales e intrapsíquicos. No se nace resiliente ni se adquiere resiliencia, y menos se puede “comprar”; todo depende de la interacción del sujeto con los otros sujetos. Es esta habilidad que permite surgir de la adversidad, adaptarse, recuperarse y acceder a una vida significativa y productiva y, además, implica la expectativa de continuar con una baja susceptibilidad a futuros estresores (como lo han investigado autores como Luthar y Zingler, Masten y Garmezy entre otros). Historia de adaptaciones exitosas en individuos que se han visto expuestos a factores de riesgo o eventos de vida estresantes son innumerables. No sólo se trata de la capacidad de hacer frente a las adversidades de la vida y superarlas; se trata, incluso, de ser transformado por ellas y hasta fortalecerse.
Más gráfico y ejemplificativo puede ser este concepto si lo aplicamos a la enseñanza que nos dejó aquella fábula que de chicos nos contaban y que refería a la actitud asumida por un burro viejo que siempre se escapaba de su corral: “(…) Así fue que un día, ese burro se cayó en un pozo. El animal lloró fuertemente durante horas, mientras el campesino trataba de hacer algo. Finalmente, el campesino decidió que el burro ya estaba viejo, el pozo ya estaba seco y necesitaba ser tapado de todas formas. Invitó a todos sus vecinos para que vinieran a ayudarle. Cada uno tomó una pala y empezaron a tirarle tierra al pozo. El burro se dio cuenta de lo que estaba pasando y lloró horriblemente. Luego, para sorpresa de todos, se calmó. El campesino finalmente miró al fondo del pozo y se sorprendió de lo que vio. Con cada palada de tierra, el burro estaba haciendo algo increíble: se sacudía la tierra y daba un paso encima de ella. Muy pronto todo el mundo vio sorprendido cómo el burro llegó hasta la boca del pozo, pasó por encima del borde y salió trotando”. Usemos esta historia para aprender que cada uno de nuestros problemas es un escalón hacia arriba. Podemos salir de los más profundos huecos si no nos damos por vencidos. Si usamos la tierra que nos echan para salir adelante.
Si bien la resiliencia se desarrolla básicamente desde el ámbito socio-psicológico, es muy importante su internalización para la vida y sobre todo para la gestión y resolución de los conflictos. Es por eso que tener claro su importancia permitirá esforzarnos y ejercitar nuestra capacidad resiliente. Y allá nos encontramos todos los protagonistas del proceso de resolución de conflictos, cada uno con sus necesidades, carencias y adversidades que la vida nos presentó, para lo cual es necesario fortalecer actitudes que ayuden a generar espacios y soluciones favorables.
Fortalecer las características resilientes requiere de un nuevo posicionamiento ante nuestras acciones teóricas y prácticas y sobre todo analizar cuál es el impacto de nuestras actitudes en el proceso de resolución de conflictos. Ello nos exigirá replantearnos modos, formas de actuar y maneras de planificar nuestras praxis, traspasando lo conceptual y acentuando lo actitudinal.
Tener esta visión posibilita una actitud positiva ante la diversidad. Y tener esta actitud en mediación es útil y necesario para fortalecer el accionar que ayude a generar espacios y soluciones favorables.