Uno de los tantos problemas que padecemos los argentinos y que, a nuestro entender, no se trata con la seriedad y necesidad necesaria, es el tema de las drogas y las adicciones.
Hace unos años se ha instalado un discurso público tolerante respecto del uso de drogas que impide hablar del tema de forma abierta y enfrentarlo como es debido. Sea a partir de una errónea idea de tolerancia con la libertad de los demás o por algún otro interés (sea cual fuere), no sólo no se habla sino que hay una abstención de actuar del Estado frente al tema, y, cuando no, éste toma una posición activa, ejecutando conductas que promueven el consumo “responsable” o aconsejando controlar la calidad de la sustancia que se utiliza.
Es evidente la falta de políticas públicas que demuestren interés en afrontar este problema, pues no recordamos cuándo ni cuál fue la última campaña en contra del consumo.
En este contexto nos damos con la difusión del cannabis para uso medicinal, difusión que se hace de manera tan confusa que, si atendemos al discurso dominante, parecería que tiene el mismo efecto curativo consumir cannabis recetada por un médico que “fumarse un porrito”.
Se trata de algo que desde la evidencia científica es inaceptable. Como expresó el especialista en adicciones Guido Bergman: “El hecho de que sea legal la utilización del aceite de cannabis para uso medicinal no significa que fumar marihuana esté exento de riesgos y que sea la manera de paliar los síntomas de alguna enfermedad”.
Para profundizar lo que decimos, el doctor Carlos Damín, jefe de Toxicología del Hospital Fernández, presidente de Fundatox y profesor de la Universidad de Buenos Aires, ha dicho al respecto: “La planta de marihuana tiene alrededor de 400 principios activos. De estas 400 sustancias, alrededor de 80 son sustancias psicoactivas, que son casi todas cannabinoides. Estas sustancias químicas son las que generan el efecto euforizante, placentero, hilarante que tiene el fumar marihuana”, y agrega: “Dentro de estos 80 cannabinoides, hay uno, que es el cannabidiol, que es una sustancia química que prácticamente no tiene efectos psicoactivos -es decir, que casi no tiene efectos sobre el sistema nervioso o sobre la esfera psíquica de la persona-. Es justamente el cannabidiol el que es capaz de generar algún efecto terapéutico bueno, positivo, en algunas enfermedades, como por ejemplo algún tipo de epilepsia refratactaria a otros tratamientos”. La conclusión científica es clara: consumir recreativamente cannabis está muy lejos de brindar los beneficios terapéuticos del cannabis medicinal.
Desde la medicina están probados los efectos positivos del uso del cannabis; sin embargo, desde el discurso dominante se confunde a la gente respecto a cuáles enfermedades es aplicable. Justamente, con relación a este tema, recientemente la Academia Nacional de Medicina ha emitido un comunicado en el que afirma: “El estado actual del conocimiento sólo permite concluir que la prescripción de cannabinoides de grado medicinal deberá limitarse a los síndromes en los que se ha hallado evidencia de eficacia terapéutica, debiendo seleccionarse cuidadosamente los preparados según la composición y la forma farmacéutica apropiada en cada caso”.
La misma entidad desaconseja el uso casero o fuera de cualquier prescripción médica. “Se desaconseja el uso de productos ‘caseros’, ‘artesanales’ o de origen indeterminado ante la imposibilidad de establecer su composición química real y asegurar que se hallen libres de contaminantes potencialmente peligrosos para la salud”. Además, señala: “El uso compasivo deberá ser considerado una medida extraordinaria, cuidadosamente discutido en ámbitos ‘ad-hoc’ y adoptado según normas legales vigentes, seleccionándose el compuesto a utilizar según la información científica vigente en el momento de la implementación” y concluye: “En todos los casos, es aconsejable que el manejo terapéutico de pacientes en quienes se requiera la prescripción de cannabinoides sea realizado por profesionales médicos expertos en la especialidad o área de incumbencia”.
Entendemos que el uso de cualquier droga es un tema más que importante en cualquier sociedad. Su mal uso repercute no sólo en cuestiones de salud pública sino también de seguridad (no tenemos dudas de que gran parte del aumento de la criminalidad se origina en esta cuestión), educación, (son cada vez más las voces de docentes que refieren sobre ello), por citar solo dos áreas de muchas otras.
De allí que no se deba tomar livianamente ni, mucho menos, llevar adelantes mensajes tan complacientes a su consumo como demagógicos que no tienen fundamento científico alguno.
Sus efectos negativos requieren de la existencia de políticas públicas que impidan o desalienten su uso particular, sea “recreativo” o “curativo”, y promuevan su uso correcto. Precisamente, para este último caso, como ocurre con las “llamadas drogas legales”, es necesario que se regule su uso bajo supervisión o prescripción médica, destinado a la dolencia para la que es apto para su empleo.
En un tiempo en que la “posverdad” parece enseñorearse en casi todo, y en el que “el relato” reemplaza con frecuencia a la realidad, no es raro que se den este tipo de mensajes confusos, inexactos y, sobre todo, peligrosos para la salud y seguridad públicas.
Lo que no se entiende es la falta de actuación de la multiplicidad de órganos públicos con facultades para combatir, desalentar o educar respecto de lo pernicioso de su consumo.
(*) Abogado. Doctor en ciencias jurídicas
(**) Abogado. Doctor en derecho y ciencias sociales