Por Salvador Treber
Actualmente estos flagelos alcanzan a una alta proporción de la población total de Argentina y, además del elevado desasosiego, emerge un enorme signo de interrogación respecto de las perspectivas del próximo quinquenio
La sociedad y economía de nuestro país presentan enormes altibajos que por la señalada calidad de su tierra, el nivel de desarrollo y el grado de calificación de su población se tornan casi incomprensibles. Seguramente los momentos más dramáticos de las últimas tres décadas fueron en los que se verificaron elevados “picos de inflación” y la aguda crisis recesiva durante el trienio 1999/2002; aunque después ocurrió la más notable recuperación entre 2003 y 2006. Ello permitió protagonizar un período en el que el Producto Interno Bruto (PIB) creció hasta acumular, durante seis años consecutivos, un crecimiento de 54,7%.
Sin duda alguna se trata del más elevado y dinámico ritmo dentro del contexto de los 200 años de vida independiente de nuestro país. Pero ese virtual “paraíso” duró poco, pues luego sobrevino un período de siete años, entre 2009/2015, en que -pese a no registrar marcas negativas- hubo fuertes oscilaciones que generaron un acumulado de muy moderado crecimiento que llegó a sólo 27,2%. Es cierto que las condiciones internacionales a partir de mediados de 2008 presentaron un escenario de ribetes marcadamente recesivos con origen en Estados Unidos para después expandirse al Viejo Continente, que todavía no han podido superarlo, especialmente en los países europeos centrales y occidentales.
Resulta obvio que tal situación afectó la evolución ya de por sí atenuada de la economía argentina, pero recién para el año en curso, el Fondo Monetario Internacional anuncia que caería 1,8% el PIB; constituyendo para Argentina el primero con indicadores negativos de este siglo; a la par de tener un escenario de importante nivel de pobreza, definiendo ésta como la imposibilidad de atender la totalidad de las necesidades básicas que, por tanto, quedan insatisfechas, según lo informado oficialmente por el Indec. Esa carencia abarcó y llevó desasosiego a nada menos que a 32,2% de la población activa, pese a incluir como ingresos las denominadas “ayudas sociales”.
Expresado por el número de hogares, asciende a 23,1% de éstos; penoso proceso que deviene de haberse incrementado notoriamente la pobreza en todas sus expresiones posibles pues para 2015 había llegado a su más elevado nivel de la década con 26,7%. A su vez, la pobreza constituye una realidad social de carácter estructural característica e inevitable en todas las economías de naturaleza capitalista. Obviamente, en las más desarrolladas -que también afrontan crisis periódicas- puede apreciarse que, pese a que tienen un mayor poder de reacción, no pueden evitarla totalmente.
La dura experiencia de fines del siglo XX
Por otra parte, el nivel que asume está ligado a la concurrencia de los demás factores que coadyuvan a su intensificación, como sucedió en la década de los 90 (siglo XX) en que la caída en el nivel de producción causó un elevado acrecimiento del número de pobres, consecuencia principal por la excepcional trepada de la desocupación abierta (por encima de 50%). Durante la década referida y hasta 1993, la pobreza había coincidido con bajos niveles de desempleo, pero posteriormente esa relación cambió sustancialmente ya que, al desacelerarse más la demanda, ello derivó en una menor producción en términos reales para culminar con la eclosión habida en el fatídico trienio 1999/2001.
Con la misma velocidad, la posterior recuperación redujo en diez puntos porcentuales la desocupación pero, de todas maneras, siempre ha tenido un límite que hace imposible eliminarla en su totalidad, aun en las economías más desarrolladas del planeta como son los casos específicos de Estados Unidos, Alemania y Japón. A partir del año 2006 se advierte la vigencia de más bajas tasas de desempleo, pero un paralelo recrudecimiento inflacionario se sumó en 2010 a un notorio aumento de la pobreza.
La inducida disminución de la inflación real expresada a través de un menor nivel de ésta, públicamente reconocida por el Indec, fue hecha sólo en los números para reducir el pago de intereses por prestamos externos vigentes y facilitar su cancelación que de esa manera “ahorraron” en dichas obligaciones alrededor de US$30.000 aunque hizo perder toda confiabilidad a la gestión del organismo estadístico nacional. La acentuada devaluación operada entre enero y febrero de 2014 (18,6%) también incidió en un estancamiento relativo que se prolongó a todo 2015, con obvias subas de la pobreza e indigencia. Debe enfatizarse que en tal escenario, según datos oficiales, la pobreza infantil se expandió en forma tal que pasó a abarcar a 47,4% de ese colectivo, índice nunca verificado; lo cual, por lo elevado, ha agudizado dramáticamente el referido drama social. En el año en curso esa situación se agravó mucho más pues la recesión vigente -y la consiguiente caída de la actividad económica- acentuaron y expandieron la franja que abarca a pobres, desocupados o subocupados, estimándose que aumentaron su número en 28,4%.
El cuadro se hace más dramático y socialmente injusto si se considera que, en forma paralela, 5,6% de titulares que moran la cúspide de la pirámide distributiva se alejaron del resto de receptores pues absorbieron para sí 27,5% del ingreso total.
Otra información complementaria
Por su parte, el Indec informó que actualmente 33,4% de los asalariados trabajan sin estar registrados ni aportar nada al financiamiento del régimen jubilatorio. Esa media nacional se eleva a 38% en el área del noroeste, mientras baja a sólo 16,4% en Santa Cruz y Tierra del Fuego. El referido “trabajo en negro” comprende muy especialmente a los jóvenes y mujeres, de tal forma que 20,4% de ambos colectivos afrontan muy serios problemas de empleo. Dentro del conurbano bonaerense los desocupados llegan a 37,9%, lo cual da una idea muy concreta del avance operado recientemente en esa área geográfica.
Por lo tanto, el desempleo comprende a 1,6 millones de personas más, que no encuentran respuesta en el mercado pese a que procuran infructuosamente encontrar puestos estables. Si se los examina por sexo queda claro que, mientras para los varones los “parados” alcanzan a 8,5% de ellos, esa relación se extiende a 10,5% en el colectivo femenino. Por franjas de edades incluye a 16,6% de los hombres de hasta 29 años de edad y 22,3% de las mujeres. Los subocupados, que son los que trabajan menos horas que las que desean, 11,1% asumen contra su voluntad ese carácter. Es obvio que este conjunto de carencias afecta la producción y eleva el costo de vida.
Tal situación se traduce en una caída masiva del consumo, que en los tres primeros trimestres del presente año significó un retroceso de 4,3% que no se ha atenuado pues en el último mes de ese lapso la baja fue de 5,3%; aunque los peores en ese sentido fueron julio (7,4%) y agosto (8,1%), según datos divulgados por la consultora privada CCR. En cuanto al salario, se admite que la inflación lo ha superado en no menos de ocho puntos porcentuales. Con respecto a la pérdida de puestos de trabajo, el rubro de la construcción fue el más afectado ya que exhibe una caída de 12,8%, según su cotejo interanual, en forma simultánea con la suba verificada en la canasta familiar de estos trabajadores, que llegó a 33,1%.
La citada consultora agrega que, de acuerdo con sus sondeos, 72% de los consumidores admitió que viene perdiendo en forma continuada y creciente su poder de compra, ya que en abril pasado. fue 69% el porcentaje de quienes optaron por esa respuesta; señalando con gran alarma que los artículos denominados de “primera necesidad” son los más afectados. De los puntos de venta, dos tercios de ellos reconocen que están sufriendo caídas y coinciden que -salvo el ítem alimentos, que bajó “sólo” 3,2%- todos los demás redujeron su respectiva demanda final en no menos de 7,4%. Resulta muy sintomático tener que advertir que 13,4% de las adquisiciones es respuesta a ofertas especiales que fueron logradas acordando significativos descuentos.
Todas las expectativas están cifradas en la posibilidad de una recuperación generalizada en 2017 y los proveedores de bebidas para consumo familiar, que admiten un descenso de 7,7% en sus ventas de este año, han encargado un estudio prospectivo que considera posible una reversión en tal tendencia, generando una alza de 3,1% aunque a ese efecto incluyen una paralela recuperación real del salario, muy poco probable de concreción en los hechos pues la política oficial pretende lograr exactamente lo contrario.
Significado y extensión del trabajo en negro
El hecho de que esta modalidad laboral se mantenga muy elevada, afectando a alrededor de cuatro millones de argentinos, define mejor que cualquier otro aspecto el crucial momento que estamos transitando; ya que una de cada cinco personas que pretenden y necesitan trabajar tiene serios problemas para lograr ese objetivo. Según lo destaca el Indec, el hecho de que 33,4% de los asalariados permanezca en esa situación es una virtual confesión de precariedad pues sus remuneraciones son marcadamente inferiores a los mínimos legales. Todos los comprendidos trabajan en la más absoluta informalidad y se atienden en hospitales públicos.
La actual conducción del Indec aclaró en octubre pasado que “no se incluyen datos de trimestres anteriores de 2007 hasta el cuarto de 2015 y que ellos deben ser considerados con reservas”. Al margen de ello, las remuneraciones de la inmensa mayoría no alcanzan a cubrir la “canasta familiar” y 56% se ubica por debajo de la mitad de esos importes pese a que suelen trabajar hasta once horas diarias, sin gozar de vacaciones pagas ni beneficios médicos.
Según el detalle inserto precedentemente, esta pobreza devenida de un mercado laboral paralelo e ilegal se torna dramática, pues no permite margen alguno para mejorar la formación y los empresarios que adoptan esta modalidad no están interesados en conservar la fuente laboral y los respectivos puestos. Por el contrario, no vacilan en cambiarlos en forma permanente tras muy pocos meses de relación, siempre informal.
Durante la primera década de este siglo redujo su número en un 25,7%, pero a partir de 2012 se mantiene sin mayores cambios, lo cual contribuye a mantener un preocupante estancamiento productivo y social.