ESCUCHARComienza a ser indecente, irrelevante y frustrante el accionar político-electoral de muchos candidatos, como si fuesen argentinos viviendo en otro mundo y no bajo el imperio de una crisis que desbasta la dignidad de casi todos los segmentos de la sociedad argentina.
En primer lugar, porque muchos están substraídos por una campaña electoral -que, como en otras anteriores- difícilmente sea la panacea que posibilite superar las angustias y desvelos de millones de argentinos. Es que el modelo persiste en la banalidad de un democratismo que ha demostrado ser incapaz de unir a los argentinos detrás de un proyecto trascendente.
El segundo aspecto nocivo para un régimen democrático es la dualidad inocultable de los funcionarios, quienes -sin pedir licencia- utilizan las gestiones públicas que deberían estar al servicio del pueblo, haciéndolo a favor de un partido, grupo o fracción.
En tercer lugar porque en las actividades proselitistas el mayor espacio y tiempo –al margen de algunas excepciones– los dedican a destacar lo peor de los oponentes, con diatribas, denuncias y discursos de cierta violencia verbal, que exacerban aún más la grieta que corroe la solidaridad.
Las medidas económicas y sociales anunciadas por el Gobierno nacional y trasmitidas por las redes sociales el 17/04/19, se asemejan a un simple maquillaje que trata de encubrir la profundidad de la crisis hasta el mes de diciembre. Después de las elecciones volveremos a enfrentar las secuelas de un país estancado y desamparado, huérfano de un proyecto para el crecimiento económico asentado en la industrialización y menos con un desarrollo social que termine con los índices de una pobreza inadmisibles con las posibilidades que tiene Argentina.
Esto nos indica que nadie o muy pocos proponen un plan integral en lo político, económico y social que pueda acompañar a la sociedad y al próximo gobierno para salir de la grave encrucijada en la que está acorralado el Estado argentino y poner en marcha el desarrollo de un proyecto nacional.
Dirigentes sin autoridad prestigiada en la ética y la moral
Por lo tanto, la situación de crisis que hoy padecemos y que muchos la “tocan” muy por encima para no quedar comprometidos con las causas de su génesis, aumenta más aún el descrédito ante la sociedad cuando otros intentan contrarrestarlo con la realización de ampulosas obras que -aunque necesarias– no se explican frente a la pobreza de miles de argentinos y la enorme recesión que soportamos.
Una gran parte de la dirigencia piensa que el éxito se consigue ganando una elección sin tomar conciencia de que ello puede resultar efímero cuando -al momento de enfrentarse con las secuelas de la crisis irresuelta– no encuentren las soluciones ni el acompañamiento del pueblo que es quien soporta la deplorable realidad.
Lo imperdonable es no comprender que hoy resulta imprescindible e insoslayable reconstruir el diálogo bajo el signo de la confraternidad y el consenso entre los argentinos, para conciliar los compromisos y la participación de toda la sociedad y sus instituciones políticas, sectoriales y sociales, detrás de una agenda común que nos guíe en estas difíciles circunstancias.
Gobiernos de elites
Como en los últimos 35 años, nadie cambia y las campañas de hoy se basan en promesas –algunos a partir de sus actuales gestiones– pero nadie que exprese nítidamente cómo salir del tremendo atolladero en el que hemos caído ya sea por desmanejos, improvisaciones, falso optimismo o por visiones arcaicas en las que sólo importa imponer el desiderátum de un fuerte liderazgo y no el protagonismo del pueblo organizado como factor esencial de las soluciones que necesita el país.
Es por demás evidente que todos los candidatos se creen con el privilegio de diseñar nuestro futuro y a partir de lo que ellos deciden tenemos que esforzarnos para alcanzar lo que ellos han proyectado, confiando en que ellos no nos van a defraudar.
No les interesan los acuerdos eminentes ni los pactos sociales ya que se verían obligados a ceder posiciones particulares ante los planteos de la sociedad en su conjunto por lo cual deberían gobernar conduciendo y no imponiendo sus políticas, que es lo que vienen haciendo desde hace años.
La herencia
Resumiendo, en estos largos años de defraudaciones democráticas, queda en evidencia que un modelo apañado por una clase dirigente fueron los que nos impusieron las distintas recetas que provenientes tanto desde el progresismo como desde el neoliberalismo, se llevan todas las culpas del desatino institucional, del que no es muy fácil salir.
Para superar esta pesada herencia será necesaria como imprescindible – en primer lugar – recuperar la unidad de la comunidad nacional detrás de proyectos trascendentes, única manera de terminar con las grietas que se retroalimentan debido a los fanatismos de las ideologías en pugna.
Para cumplir con tamaña empresa se necesitarán enormes esfuerzos por parte de todos los sectores organizados, siempre y cuando quienes los conduzcan sean la antítesis de la clase dirigente actual, cerrando de esta manera toda posibilidad de repetir las mismas frustraciones y venalidades.
Y esto lo lograremos si nos empeñamos en dejar de lado los personalismos, las banalidades e intereses particulares y nos asumimos como una misma comunidad de origen y destino, alejándonos definitivamente de todo aquello que puede desunirnos, para encontrarnos solidarios ante las tesis esenciales que son las que ennoblecen la identidad de los pueblos cuando son capaces de emerger de las peores catástrofes recuperando el principio de que nadie podrá realizarse en una sociedad que no se realice.
Ex ministro de Obras y Servicios Públicos de la Provincia de Córdoba, 1973/74
