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Bolivia: tiempos de genocidio en nombre de Dios y de la virgen de Copacabana

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  Por Silverio E. Escudero

La caída de Evo Morales y la tragedia que golpea con fiereza a Chile abren un debate profundo sobre el futuro político y económico de América Latina. Una región que, como otrora, parece sentada en un barril de pólvora mientras es observada con atención por los centros del poder mundial, que se preguntan por las razones de la permanencia de sus fronteras tradicionales.
Estamos frente a las diferencias y semejanzas de naciones que han surgido a la independencia en el siglo XIX. Características que hacen únicos e irrepetibles sus períodos de crisis y la naturaleza de las quiebras del orden democrático.
La diferencia con las crisis de antaño con las que surcan –por estos tiempos- los caminos del continente, como se observa en Bolivia, radica en la influencia del factor religioso. Católicos, siguiendo los pasos del ultraconservador Karol Wojtyla, regresan a tiempos previos al Concilio Vaticano II y a los encuentros de Medellín y Puebla. Decisión que conlleva una enorme carga negativa contra de la espiritualidad de los pueblos originarios.

Argumento que se ha transformado en una constante histórica en esos sectores que –junto a los movimientos evangélicos y neo pentecostales- declaran “demoníacos” el mestizaje, el color de la piel cobriza, sus lenguas, usos y costumbres y, hasta, llegan a prohibir el ingreso de mujeres y hombres con sus trajes tradicionales a sus iglesias y templos.
Se ha revitalizado una vieja batalla por la supremacía de los dioses “que hablan” por la boca de los fanáticos. Ésos que oran a los gritos y usan sus libros sagrados como justificantes o escudos a la hora de lanzarse al combate en el que creen ser los “elegidos de Dios.”
La misma actitud asumen los grupos evangélicos y neopentecostales como actores de la vida política latinoamericana que se han propagado, con singular astucia y sagacidad, hasta desplazar al catolicismo de su rol hegemónico.
Integran el menú que ofrece el movimiento antiglobalizador que demanda a sus miembros que renuncien al ejercicio del libre albedrío. Pedido que no es exclusivo de nuestra época sino que ha sido dominante en todos los instantes en que se han sucedido choques de civilizaciones, en los que católicos y evangélicos –que creen ser fundadores y forjadores de la historia universal- desconocen la existencia de dioses tan poderosos como el que llegó amenazante hace apenas 500 años en la punta de las espadas y en el tronar de los mosquetes.

Ése es el combate que está detrás de la escena desde el momento en que el hombre se adueña de la tierra. Como ha sucedido en todas las guerras y persecuciones. Hace apenas un poco más de dos mil años las protagonizaron los cristianos -primero- y los paganos -después- de que el cristianismo lo reinventó Constantino y lo transformó en religión imperial.
Hoy se han vuelto a perseguir los cultos de la América ancestral. Con igual o mayor ferocidad que antaño en nombre del supremacismo blanco, imponiendo la moralina que rodea a sus curas y pastores. La misma que afecta y justifica el asesinato de los integrantes de los movimientos feministas, de las minorías sexuales e identidad de género, etcétera.
“Nos están matando” es el grito que unifica la tragedia del continente. Todos los países de Latinoamérica están en el centro de la escena. La pérdida de prestigio y credibilidad de los partidos políticos hizo que buscaran nuevas canteras de votos en las religiones, sin mensurar costos. Escenario que ayudo a dar visibilidad y poder a organizaciones místicas que invaden con facilidad el tejido social y actúan como “salvadores de la fe, la vida y la política.”

La aparición de la Biblia como banderola de combate da certidumbre a nuestro análisis. Estamos en presencia de una guerra religiosa y no sólo ante un golpe de Estado. La afirmación de la presidente facciosa de que “Bolivia es de Dios y gobierna Jesús” sincera los límites y el doble discurso de los que, hasta ayer, parecían mostrarse en público alejados de las exaltaciones y arrebatos de los sermones.
Una guerra religiosa que tiene ¿cinco siglos? y reaparece como si fueran una serie de forúnculos a lo largo de los siglos. Aupados por partidos de derecha que los utilizan como grupos de choque para proteger sus privilegios y riquezas.
Se nos acercan cientos de análisis controvertidos. Muchos demasiado alejados de la realidad. Enredados en interpretaciones ideológicas de emergencia que muestran a todas luces que desconocen la matriz de la crisis boliviana y los sucesos que rodean los eventos que nos ocupan.
“Los caudillos del oriente boliviano profirieron públicamente insultos que satanizan la espiritualidad de los pueblos originarios, íntimamente relacionados con la Madre Tierra; esto nos recuerda a los extirpadores de idolatrías que durante la colonia española asesinaron a los amautas, quemaron los símbolos sagrados y prohibieron su práctica con inquisitorial proceder”, explica Miroslav Lauer Holoubek, ensayista y politólogo conocido por todos como Mirko Lauer.
Perú es, quizá por cercanía y rivalidades, el país que más sabe de las marchas y contramarchas de la historia boliviana.

Por eso teme el efecto contagio. Porque está en combate continuo contra los pueblos originarios para exterminarlos por cuenta y orden de terceros y entregar sus tierras a la ultraexplotación capitalista. Para concretar esos planes, los presidentes de la nación –que de vez en cuanto pasan una temporada en las cárceles- promueven en surgimiento de organizaciones racistas como el cuasi delirante Movimiento Social Nacionalista del Perú Andino que reivindica la “preponderancia de la raza aria andina” y se erigen en censores de la vida y costumbres de las más diversas etnias que pueblan el antiguo imperio incaico.
Ideas que proliferan desde México hasta Tierra del Fuego. Los blancos, de todos los partidos políticos burgueses, conforman un movimiento político, tan violento como racista, escudado en cualquiera de las versiones de la Biblia.
Ideas que también contagian a movimientos pseudoprogresistas que segregan y condenan a quienes –desde la misma vereda- a los que cuestionan su ortodoxia. Inescrupulosidad y estafa que esconde otras modalidades del racismo que ha poblado con millones de muertos las fosas comunes que el hombre a cavado a izquierda y derecha.
Hoy es Bolivia por la que desgarramos nuestras vestiduras mientras nuestro gobierno es silente junto a un clero cómplice que tiene miedo de gritar que cruza el Altiplano una “caravana de la muerte” sembrando cadáveres a su paso en nombre de la virgen de Copacabana y de un Jesús vengativo que olvida su origen judío.

En tanto, un tal Luis Fernando Camacho es el nuevo cruzado que, abrazado a la Biblia y con un rosario colgado de un crucifijo, clama por la muerte de los pueblos originarios. Gesto que tiene correspondencia con su idea de quedarse en exclusividad con el negocio del gas origen en sociedad con algunos argentinos en el poder.
La presidente autoinvestida Jeanine Áñez –mestiza renegada- oculta sus propios dichos en el Senado: “Sueño con una Bolivia libre de ritos satánicos, la ciudad no es para los indios. Que se vayan al altiplano o al Chaco (boliviano)”, dicen que dijo. A la vez, dicta un decreto supremo por el cual deslinda de responsabilidades penales a los militares que participan en los operativos para restablecer el orden en el país.
¿Ha comenzado un nuevo genocidio en América Latina?

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