Por Monserrat Guitart Piguillém / Abogada, socia de Carranza Torres & Asociados
El 10 de diciembre último la firma Blockbuster Argentina SA decidió alinearse con la central de Estados Unidos y presentó quiebra en nuestro país. Tres meses antes un grupo de trabajadores de la cadena junto a empresarios del video y del cine realizaron una manifestación en Buenos Aires “contra el comercio ilegal pirata y por la continuidad de la compañía en la Argentina”.
No es noticia: la piratería es un quiste incrustado en el corazón de las empresas. Ahora bien, deberíamos entender, acaso por carácter transitivo, que más allá de esta afirmación maquillada con cierta retórica, el quiste está alojado además en el núcleo económico de un país que indefectiblemente ve afectada su capacidad productiva por esta clase de acciones. La ecuación, aunque reduccionista, podría traducirse de la siguiente manera: a mayor piratería menor empleo.
La crisis se inició en septiembre cuando Blockbuster Inc. se declaró en quiebra ante el Tribunal de Quiebras de Nueva York, EEUU, y dejó de financiar su filial local. Desde entonces, y de acuerdo con lo estimado, el precipitado cierre de la cadena norteamericana de alquiler de DVD y juegos más grande del mundo dejó en la calle a 300 trabajadores y comenzó a cerrar sus locales de expendio en Argentina.
El número da escalofríos. Pero el informe presentado el año pasado por diversos Sindicatos y Representantes de las Industrias Europeas supera todo lo previsible. Según los números que se desprenden de dicho trabajo se podrían perder en la Unión Europea, para 2015, hasta 1,2 millones de puestos de trabajo y 240 millones de euros si no se actúa contra la “piratería digital” y no hay “cambios significativos” en las políticas sobre propiedad intelectual, en especial por lo que respecta al intercambio de archivos por medio de descargas P2P y al streaming (acceso directo al contenido sin necesidad de descarga).
La importancia de los derechos no depende de su antigüedad sino de su relevancia política, económica y social del tiempo en cuestión. La propiedad intelectual lleva varios siglos intentando detener el péndulo que separa el príncipe del mendigo, la industria de la piratería, para consagrarse como la herramienta posible que permite sostener la marcha financiera y creativa del mundo.
Nada de lo que hoy se ve como algo natural de la evolución humana hubiera sido posible sin la decisiva participación de la iniciativa privada, del capital en riesgo, del ánimo de lucro y de gloria que se encierran dentro de cada invención, creación y emprendimiento. Pero debemos entender el juego y las reglas que lo visten sino estamos atentando contra el crecimiento de las empresas que son los máximos generadores de empleos de un país. Como lo fue Blockbuster, que marcó una época en los años 90.
El trabajo es evolutivo y permite proyectarnos. Es por eso que tal vez la evaluación que debería hacer cada persona al momento de intentar copiar, intercambiar, comprar o simplemente mirar un producto pirata, esté asociado al peligro que correrá por violar las leyes y al efecto dominó que causará sobre las personas que elaboran el producto de consumo. Porque en ese caso una persona habrá infringido la ley y la otra se habrá quedado en la calle.
Es bueno saber que otra mirada es posible. Sólo hay que dejarse ganar por lo que debe ser y no por los que andan por la vida creyendo que todo está permitido. Inclusive lo expresamente prohibido.
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