Por Luis Esterlizi
Con muy pocas excepciones, casi toda la dirigencia política-partidaria del país apuesta la totalidad de sus “fichas” en la ruleta electoral de este año, sin que se acuerden -con la responsabilidad debida y de frente a los reclamos del pueblo- las tesis esenciales que superen los graves problemas que atosigan a toda la sociedad.
El Gobierno nacional había lanzado la propuesta de firmar un acuerdo entre los dirigentes partidarios y candidatos -similar al Pacto de la Moncloa- hecho que frente a la tremenda crisis que hoy vivimos, tendría resultados limitados y de carácter transitorio. Más aun si sólo se piensa en lograr “gobernabilidad” hasta llegar a las elecciones.
La no inclusión de los demás sectores organizados de la sociedad en el armado de una mesa de acuerdos trascendentes es el error que se volvería a cometer, ya que sin la participación y el compromiso de trabajadores, empresarios, profesionales, asociaciones, entidades religiosas y de bien público, etcétera, no habrá posibilidad de realizar las transformaciones de fondo que necesitamos, Y sobre todo, acordar los compromisos que a cada sector le corresponde asumir para que, sin imposiciones, todos decidamos el rumbo nacional.
Pero se debe estar convencido que tanto el que convoca a un acuerdo como los que deciden aceptar el convite deben tener presente que nadie podrá imponer a rajatabla sus propuestas. Porque acordar es abrir la posibilidad de consensuar, sabiendo que la verdad no la posee nadie en su totalidad y que la inflexibilidad se debe practicar contra la pobreza, contra el desempleo, contra la falta de producción contra la mala educación, etcétera.
Por lo tanto, frente a tal acontecimiento, todos deberán desprenderse de las especulaciones personales y electorales ya que eso es lo que espera el pueblo. Ésa es una posibilidad de restablecer la confianza en la democracia y recuperar la fe en las causas trascendentes.
Este acontecimiento que puede transformarse en un hecho inédito en nuestro país, es lo que nunca concretó una dirigencia que particularmente se acostumbró a hacer política con las divisiones y confrontaciones entre los argentinos, sin comprender que un pueblo unido, organizado y predispuesto a superar cualquier contingencia es la única posibilidad de recuperar Argentina y la democracia para los argentinos.
La realidad de hoy puede calificarse de integral por los horrores de una pobreza inadmisible, de corrupciones que mancillan la democracia y las instituciones públicas y privadas, por el accionar de gobiernos extraviados y culpables de tremendos como bochornosos endeudamientos, por la violencia instalada en todos los órdenes de la vida nacional y muy esencialmente por la ausencia de un proyecto nacional que una a los argentinos.
Falta tomar conciencia de la real magnitud en la que se encuentra hoy la salud, el bienestar de una sociedad cansada por el obrar de minorías sectarias, por narcotraficantes, delincuentes e intereses que operan aprovechando la pobreza extrema y la degradación de millones de argentinos, que exponen su desgraciado accionar en esta cíclica y pérfida performance nacional como si fuera la expresión inevitable de un modelo democrático que nos toca padecer.
Vivimos un proceso infernalmente acelerado por lo que muchos no se percatan que estamos al borde de un abismo cuya profundidad inescrutable puede llevarnos a la desintegración social, hecho que marca el final de un modelo democrático envejecido en el accionar estéril y banal de armar las confrontaciones y divisiones entre los argentinos y que impide permanentemente la unidad nacional, hecho que lo califica como antiestadista, demostrando que muchos gobiernos terminaron siendo responsables de los tremendos estigmas generados hasta el presente.
Acuerdos y pactos sociales
Con respecto a los acuerdos y pactos sociales, no deberíamos guiarnos sólo por lo que hicieron otros Estados sin que primero reconstruyamos la génesis de las ideas que expresan un pensamiento y circunstancias netamente nacionales.
Ello nos permitirá, en primer lugar, alejarnos de las influencias de ideologías obtusas y caducas, para -en segundo lugar- consustanciarnos con los valores y virtudes de nuestros prohombres y circunstancias históricas, que -más allá de las diferencias y los disensos- intentaron concretar pactos y acuerdos consolidando una identidad propia. Aunque también existieron los que se dejaron llevar por un mundo “moderno”, buscando otra cultura y copiando sus particularidades -muchas de ellas- no coincidentes o contrarias a nuestra propia idiosincrasia.
Por lo tanto, el único conjunto de ideas que pueden validarse como formadoras del pensamiento nacional, son los que devienen de la integración de credos, razas y clases sociales que es una clara característica de nuestra identidad cultural, macerada por circunstancias y acontecimientos expuestos en las luchas por construir una Nación independiente y soberana.
Resumiendo
Por estos días vivimos el desplazamientos de distintos sectores partidarios, buscando posicionarse ante un electorado que sigue desengañado tanto de anteriores gestiones como de la actual ya que las que asoman como las dos más importantes con apenas 30 % de votantes cada una, repiten el mismo escenario que existía en la primera vuelta de 2015. Y esto quiere decir que en cuatro años hemos retrocedido no sólo en lo social y económico sino también en lo político.
Si lo que buscamos es arribar al proyecto de un país que debería estar ordenado democráticamente, saneado económicamente y armonizado socialmente, comprobaremos que desde hace muchos años venimos arrastrando yerros y concepciones arcaicas que ya nadie quiere. Y esto nos indica que estamos en un camino sin retorno a no ser que acordemos la realización de un acuerdo político, económico y social entre gobernantes y entidades representativas de la sociedad -que prestigiadas y recuperadas de la especulación y la corrupción- consenúen una agenda común como salida definitiva de la crisis.
Creemos que, en el orden interno, lo que necesitamos es mucho más que un simple llamado a un acuerdo para llegar hasta las elecciones de octubre, cuando ya nadie cree que las elecciones por sí solas puedan superar los males que padecemos. Es la hora de determinar un plan de contingencia de corto y mediano plazo y las bases liminares de un proyecto nacional que una a todos los argentinos y se proyecte a las nuevas generaciones.
Con el exterior, no es aconsejable abrirnos o cerrarnos displicentemente si primero no definimos cuál es nuestro proyecto como Nación para luego explorar con mucha cautela midiendo concienzudamente las relaciones con un mundo en constante conflictos, dominado por la especulación financiera y por la pelea entre los países más poderosos que intentan forjar un nuevo orden mundial.
Es menester entender que nadie va a solucionar nuestros problemas por solidaridad o beneficencia. Argentina – como toda América del Sur – es un bocado muy apetecible para los que pretenden fortalecer sus intereses sean éstos económicos, financieros o geopolíticos. Por eso debemos tener presente que Argentina también debe promover y consensuar su crecimiento económico y desarrollo social junto con los países hermanos del continente.
Frente al grado de confrontaciones y vituperios, no existe para la salida de este marasmo más que la fortaleza moral del pueblo, esperando que sus distintos sectores organizado comprendan la responsabilidad social que les cabe -única manera de salir de la decadencia- ante una sociedad que ha quedado no sólo huérfana de estadistas y dirigentes sino también infeccionada por el accionar de intereses de adentro y de afuera, que sólo persiguen sacar provecho de nuestra crítica realidad.
(*) Ex ministro de Obras y Servicios Públicos de la Provincia de Córdoba, 1973/74.