Por Adriana Orsi Stuckert *
Desde que el mundo es mundo, ha estado en una agonía permanente y la civilización no ha dejado nunca de tambalearse. Las páginas de la historia están llenas de trágicos relatos de guerras, hambre, miserias, pestes y crueldades del hombre con el hombre. Las relaciones humanas son siempre conflictivas y la superación pacífica y positiva de estas situaciones es precisamente el fin primero de la Mediación. Vivimos en un mundo demasiado dinámico y, en muchas ocasiones, la Justicia no ha sabido acompañar la premura de los cambios. La injusticia es concreta, tiene rostros y se manifiesta provocando padecimientos. Y es ante estas afirmaciones que a la pregunta de “¿qué puedo hacer para mejorarla?” emerge complementaria la figura de la mediación como forma de resolver disputas. Sin duda alguna, no es sólo eso, sino es y será -cada día más- un vehículo de transmisión de la democracia.
En mediación buscamos que se hable con el otro, dejando de hacerlo contra el otro, hasta entendernos. Eso implica que, con voluntad de quienes participan en la mediación, las posibilidades de cambiar surgen y aparecen, y el poder de convertir un “menos” en “más” se va logrando por medio de técnicas, “juntando hombros”, construyendo caminos que nos den soluciones a las encrucijadas. En este mundo lleno de tensión existen muchas personas que no escuchan el sonido de sus propias notas musicales, debido a los conflictos propios y ajenos.
Así, el mediador, sin dejar de reconocer la existencia de problemas y angustias, va aportando salidas, incluso frente a situaciones límites, tratando de obtener ideas nuevas que conllevan a que se avizoren aires de soluciones. El mediador da a los participantes la posibilidad de experimentar la sensación de ser dueños del descubrimiento, mostrándoles pautas de creatividad, enseñándoles mayor fluidez en los hallazgos que se vayan desentrañando a lo largo del proceso.
En la mediación se busca que los intervinientes aprendan a discutir cuáles son las ventajas que les brinda el espacio de resolver problemas con la otra persona y a comportarse en el conflicto. Si tuviéramos que describir con movimientos su transcurrir, se podría decir que es como una danza, en la que las personas que se encuentran allí van de a poco dejando de ofrecer resistencia y así, paso a paso, dirigen la energía hacia lo positivo. En mediación se aprende a decir lo que cada uno necesita, lo que desea, y de esa manera el mediador ayuda a cambiar relaciones, haciéndoles saber que se tienen que corregir conductas inadecuadas, potenciando paso a paso el futuro en aras de lograr el encastre de las piezas que vinieron caóticamente desarmadas y lograr de esa manera transparentar los malos entendidos. Es en este ámbito donde la gente aprende a probar nuevas formas de hacer las cosas, a romper viejos hábitos y, por medio de un proceso netamente creativo, llegar a soluciones que dan alivio a la sociedad en general.
La mediación es compromiso de vida democrática, porque por sobre todo enseña a vivir en paz y da calidad de vida y alivio a quienes la experimentan. Nuestra tarea artesanal consiste en hechizar los miedos de quienes concurren a la mediación, dar la protección buscada y por sobre todo, satisfacer necesidades básicas perdidas. A pesar de los vaivenes que ha tenido la mediación en el transcurrir desde sus cimientos, se ha tornado ya “imparable”: lo ha demostrado y debe ser valorada como tal.
La mediación puede ayudar y de hecho colabora a que las células básicas de nuestra sociedad administren correctamente sus diferencias, haya respeto y tolerancia y se tomen decisiones reflexionadas. En cada mediación se vive un ambiente de paz, de solidaridad y de aceptación que se transmite, más allá de cada proceso, a la sociedad en general.
Quizás así contemplaríamos que el mundo tiene infinitamente mejores condiciones que las que solía tener, porque la perspectiva que se mantiene en el transcurrir de cada mediación, es que hay dos hechos que marcan su ritmo: el cambio y la fluctuación. Nada se mantiene, todo se transforma y así, el enfoque pacífico que se respira nos permite convertir a contrincantes en compañeros.
Cada miembro de la comunidad tiene un papel que desempeñar. Nuestro compromiso como mediadores es el de suavizar los enojos, limar las asperezas y colaborar para que las personas que acuden solucionen efectivamente sus controversias. Las conductas allí experimentadas se contagian y se propagan. Ése es nuestro mayor aporte. Sepamos aprovechar la institución como motor de cambio positivo en este convulsionado mundo.