martes 26, noviembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

Un ajedrecista de las sombras, el espía de Hitler

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Por Luis R. Carranza Torres

Walter Friedrich Schellenberg fue uno de esos personajes poco conocidos para el común pero que desde atrás de la escena pública mueve los hilos de la historia. 

Nacido en enero de 1910 en Saarbrücken tenía sólo ocho años cuando culminó la Primera Guerra Mundial y su familia debió emigrar por la ocupación francesa del Sarre. En el año 1929 se trasladó a Bonn para cursar sus estudios universitarios. La medicina -y no las leyes- fue su primera elección aunque no tardó pasarse a la facultad de derecho.
En junio de 1933 se afilió bajo el número 3.504.508 al partido nazi, convirtiéndose asimismo en el miembro 124.817 de las SS. Allí primero desempeñó tareas administrativas pero no tardó en unirse al Sicherheitsdienst, más conocido por su abreviatura de SD, organización que resultada el servicio de espionaje de las SS.
Luego de un corto destino en Frankfurt fue enviado a Berlín, a la asesoría jurídica de dicho servicio. El pequeño detalle es que le faltaba recibirse de abogado, por lo que en la capital alemana solicitó una excedencia por estudios a fin de concluir la carrera de derecho. Con el título de abogado bajo el brazo, fue reincorporado al Cuartel General del SD en Berlín y ascendido a sturmbannführer, el equivalente al grado de mayor en el ejército, todo ello a la edad de 27 años.

Fue el inicio de una carrera meteórica. Su capacidad de moverse políticamente y su astucia organizativa lo llevaron a convertirse en uno de los oficiales preferidos de Heinrich Himmler, y el más joven de sus generales, jerarquía obtenida el 21 de junio de 1943 a la edad de 35 años.
Para darse una idea del tipo de trabajo que Schellenberg llevaba a cabo, es ilustrativo recurrir a sus propias palabras en sus memorias, respecto de cómo era su oficina: “Al entrar en la sala grande, bien amueblada y cubierta por una lujosa y amplia alfombra. A la izquierda del escritorio había una mesa con ruedas cubiertas con teléfonos y micrófonos directamente conectados a la cancillería de Hitler y otros lugares importantes. Había micrófonos escondidos por todas partes, en las paredes, bajo la mesa de despacho, incluso en una de las lámparas, de modo que cualquier conversación y sonido se grababa automáticamente. Las ventanas estaban forradas en tela metálica que era un dispositivo de seguridad electrificado que se conectaba por las noches y existía un sistema de células fotoeléctricas que detectaba si alguien se acercaba, luego de cerrada la oficina, a las puertas, ventanas o la caja de seguridad (…) La mesa de mi despacho era como una pequeña fortaleza. Tenía incluidas dos pistolas automáticas que podían inundar de balas la sala entera. Éstas apuntaban al visitante y seguían sus pasos hasta mi mesa de despacho. Lo único que tenía que hacer en caso de emergencia era apretar un botón para que las dos pistolas se dispararan simultáneamente. Tenía otro botón con el que podía activar una sirena para avisar a los guardias para que rodearan el edificio y bloquearan la salida”.

Maquiavélico para algunos, genial para otros, tipo jodido en la opinión de unos y otros, estuvo detrás de las movidas más secretas y cruciales de la guerra.
En 1939, fue la mente tras el denominado “caso Venlo”, consistente en el secuestro de dos agentes británicos del MI6 en Holanda para trasladarlos a Alemania, conlo cual se obtuvo información que le permitió desbaratar toda la red inglesa de agentes en Europa occidental y central. En 1940 y como parte de la proyectada invasión a Gran Bretaña, se ocupó de elaborar una lista de 2.400 personalidades inglesas que debían ser apresadas para tomar el control del país. En agosto de 1942, bajo órdenes directas de Reinhard Heydrich, dirigió el equipo que desbarató la red de espías soviéticos denominada Orquesta Roja.
También en ese año dirigió la operación destinada a llevar a Alemania al ex rey de Inglaterra, Eduardo VIII, y su esposa, que se hallaban de viaje en Portugal. Por una vez, la inteligencia británica se le adelantó y puso a la pareja a salvo en Bahamas. Luego de ello, intervino en la “Operación Bernhard”, que buscaba lograr la bancarrota de la economía del Reino Unido inundando el país con libras esterlinas falsificadas.
Convertido en 1944 en jefe máximo de todos los servicios secretos nazis, se encargó de arrestar a su antecesor militar, el almirante Wilhelm Canaris. Un año después, con la guerra perdida, Himmler le encomendó contactar a los aliados occidentales, vía Suecia y Cruz Roja Internacional, a fin de lograr una paz con ellos por separado de la Unión Soviética.

No tuvo éxito en el particular pero sí en asegurarse su propia supervivencia al régimen, en virtud de un acuerdo con su colega -por partida doble- Allen Dulles, ex abogado de Wall Street y jefe de la inteligencia estadounidense en Berna. Su información sobre los soviéticos le permitió esquivar toda condena en los procesos de Nüremberg, a los que sin embargo acudió como testigo de la fiscalía. Recién en 1949, el Tribunal Penal Militar Aliado Nº IV lo condenó, por todo concepto, a la pena de seis años de prisión, de los cuales cumplió sólo dos. Toda una ganga.
Luego de, en prisión, redactar sus memorias, vivió primero en Suiza y luego en Italia. Algunas fuentes aseguran que, luego de la guerra, sobrevivió gracias a la ayuda económica prestada por Cocó Chanel, a quien sedujo para que colaborara con él durante los años de ocupación de París. Murió en 1952 en la Clínica Fornaca en la ciudad de Turín. Fue enterrado en una fosa ordinaria porque ningún familiar reclamó su cuerpo.

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