Un verdadero thriller electoral se desató desde la medianoche del 25 de octubre de este 2015, un año plagado de instancias comiciales, en el cual, una vez más, la ciudadanía dio muestras claras de que le gusta votar.
Esa noche estalló la bomba sobre el escenario político argentino. Habiendo perdido, Mauricio Macri era el gran ganador. La noticia de aquel estrechísimo margen de menos de tres puntos terminó siendo un mazazo sobre las expectativas del partido gobernante, de su militancia y de sus adherentes. No había victoria en primera vuelta y el escenario se les planteaba extremadamente espinoso para las cuatro semanas que restaban.
Aquel primer juego de sensaciones en el que se madrugó un kirchnerismo devastado terminó siendo premonitorio. No habría posibilidad de revertir todos los errores que se cometieron para terminar en ese aterrizaje forzoso. No había tiempo para volver a tomar la iniciativa política perdida esa noche. No quedaban márgenes ni instancias para dar vuelta la discusión.
Desde entonces, la ola amarilla terminó por tragarse todo. El ganador parecía el desafiante.
El opositor ya peleaba como defensor del título, girando en el ring discursivo, acomodándose a los embates que sólo recibe el que va camino a imponerse, y dejándose convencer de que la campana del último round lo encontraría siempre mejor parado.
El debate de hace una semana terminaría de confirmar esta imagen. Y si bien se lo vio a Macri devolviendo algunos golpes, claramente su estrategia fue trabajar la pelea para que no hubiera KO.
¿Qué puede esperarse a partir del diez de diciembre? En lo político, el nacimiento de una nueva fuerza en la cual el PRO se encargará de dar claras señales de que el bastón de mando está en ese partido. Sus aliados, el radicalismo y el ARI, recibirán algún ministerio, pero no más que eso. Ya lo saben.
En lo discursivo se verá un Mauricio Macri proyectado sobre las bases que lo llevaron a convencer al electorado: evitará confrontaciones, se mostrará pacificador, concederá entrevistas a la prensa y buscará aprovechar toda circunstancia que se le presente para mostrarse como la contracara de su antecesora.
El desafío económico para los primeros meses de su gestión lo obligará a intentar acordar rápidamente con organismos internacionales de crédito para lograr fortalecer las reservas del Banco Central de la República Argentina, hoy al borde de lo operativo. Eso seguramente lo hará postergar o al menos relativizar su promesa de campaña de liberar el cepo cambiario en su primer día de gobierno. Hacerlo, en el actual contexto, sería una irresponsabilidad. Ya lo admitieron.
Macri se encargará también de dar claras señales hacia la región. Buscará un acercamiento con Dilma Rouseff, porque Brasil es un socio imprescindible. Lanzará señales amistosas hacia Tabaré Vázquez, como vecino estratégico. Hará lo mismo con Michelle Bachelet y con Horacio Cartes. Quizás no lo entusiasme demasiado acercarse al peruano Ollanta Humala ni al ecuatoriano Rafael Correa, mucho menos a Evo Morales.
Pero sus socios fundamentales serán el colombiano Juan Manuel Santos y el mexicano Enrique Peña Nieto. Con ellos intentará construir un nuevo eje en el continente, que contará con el apoyo del español José María Aznar, ya presente en la campaña. Y definitivamente, Macri avanzará en el enfriamiento de las relaciones con Nicolás Maduro, tal como lo adelantó en el debate televisivo
La gesta de un nuevo mito
Aunque se sabe ganador y con el respaldo de más de 12 millones de votantes, Macri tiene muy en claro que la elección hubiera sido otra con Cristina Fernández en el cuarto oscuro.
Lo sabe él, pero mucho más sus asesores: la figura de la Presidenta será una sombra constante en su gestión.
Cuando deje de ser presidenta, seguramente Cristina se refugiará en su provincia junto a sus hijos y nietos. Aparecerá cada tanto usando las redes sociales que tanto le gustan. Tal vez baje el perfil durante los primeros meses, quizás los primeros años. Se negará una y otra vez a los operativos clamor para que se presente en las elecciones intermedias de 2017. En el cargo que sea, pero le implorarán que su nombre esté en una boleta. Hasta que finalmente decidirá volver.
Macri y su gente tienen en claro que para que ese mito no se agigante, persiguiéndolo en cada una de sus decisiones, atormentándolo con las comparaciones, exponiéndolo y erosionándolo, será indispensable darle todo el curso posible a las investigaciones judiciales en contra de ella y de su entorno.
La batalla en los estrados será clave para detener la construcción de un nuevo mito del peronismo, tan afín a añorar esos regresos. Sucedió con Perón. Sucedió con Menem (aunque sin éxito). Sucederá con Cristina.
Ese mito ya comienza a alimentarse en un peronismo que desde ayer a las 6 de la tarde ha quedado fuera de la foto y recluido a gobernar sólo provincias del interior. Será un peronismo hambriento y al acecho. Un peronismo que Cambiemos intentará domar.