“La historia de la palabra escrita es la historia de la humanidad. El poder de los libros para fomentar la realización personal y generar cambios sociales no tiene parangón. Íntimos y a la vez profundamente sociales, los libros abren amplios caminos de diálogo entre las personas, dentro de las comunidades y a través del tiempo.”
Irina Bokova, directora General de la Unesco.
Uno de los grandes “misterios” del mundo editorial es saber que leemos y las razones por las cuales los lectores elijen a sus autores preferidos a quienes guardan extrema fidelidad.
En el intento de construir ese canon, luego de compulsar las listas de ventas en 58 países, la primera sorpresa fue constatar la virtual inexistencia -salvo la presencia de los universales Jorge Luis Borges y Julio Cortázar- de autores argentinos. Hecho que demuestra el raquitismo de nuestra industria editorial y la “escasez de talentos”, puesto que muchos de los escritores de reciente data no llegan, como deberían, a los escaparates de las librerías por sus valimientos literarios o científicos.
A pesar de ello, sin embargo, existe un mundo diferente. Un universo donde reina el talento. Ese espacio se corporiza en el Index Translationum, el repertorio más completo de obras traducidas en todo el mundo que fue creado en 1932 por la Sociedad de Naciones y que, a partir del nacimiento de Naciones Unidas, está bajo la jurisdicción y vigilancia de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).
Su base de datos contiene información bibliográfica sobre los libros traducidos y publicados en alrededor de cien Estados Miembros de la Unesco desde 1979, y abarca más de dos millones de entradas a todas las disciplinas del saber: Filosofía; Religión y teología; Derecho; Ciencias sociales y educación; Filología y semántica; Ciencias exactas y naturales; Ciencias aplicadas; Artes, juegos y deportes; Literatura e historia; Biografía y geografía, entre otras.
Más allá de esa contribución a la bibliotecnología, el Index Translationum es un instrumento de excepcional utilidad “para observar y evaluar las corrientes del mercado internacional del libro y, por consecuencia, constituye una base insustituible para la formulación de políticas culturales relativas al desarrollo del mercado editorial y las formas de comercialización del libro (…)”.
Es hora de descorrer algunos velos. Mucho menos complejos que descubrir los misterios de la Gran Efigie de Guiza. La nómina de los autores más traducidos en el mundo está encabezada por la prolífica Agatha Christie, referencia obligada de las letras británicas; el siempre apasionante Julio Verne -padre de la ficción científica-; y el enorme William Shakespeare. Vladimir Ilich Uliánov -Lenin- ocupa el séptimo lugar en la lista con 3.592 nuevas traducciones y cierra la nómina de los primeros 50 Gabriel García Márquez.
Las traducciones de Shakespeare siguen siendo un desafío para las grandes editoriales, razón por la cual los concursos para reclutar nuevos traductores de todas las nacionalidades son verdaderos torneos de talento y creatividad. Igual suceso causa Julio Verne, mientras figura al tope de las ventas en 35 países. Fenómeno parecido ocurre con Anna Karenina, la vigorosa novela de León Tolstoi, y Crimen y castigo de Fiódor Dostoyevski, que siguen apasionando a lectores de todas las edades y son estación obligada en la formación literaria de nuestros hijos y nietos.
En esta construcción merecen un capítulo especial los ganadores de los premios Nobel. Sus obras son catalogadas como “bien traducidas”. Unesco exige a las editoriales mayor cuidado que los que toma habitualmente a la hora de preparar las nuevas ediciones de estas obras capitales. La estadounidense Pearl Buck sigue generando pasiones opuestas mientras aumenta el número de sus impresiones en otros idiomas. Ernest Hemingway, Albert Camus, Rudyard Kipling, Tomás Mann, Rabindranah Tagore, Bernard Shaw, Henryk Seinkiewicz, Boris Pasternak, Bertrand Russell, Romain Rolland, William Faulkner, Selma Lagerlöf, André Gide, José Saramago, Vicente Aleixandre, Samuel Beckett y Jean Paul Sartre constituyen una verdadera Armada Invencible por cuyos derechos disputan los grandes grupos ofreciendo, en cada edición, mejores traducciones.
Igual disputa sostienen para integrar a George Simenon, el creador del celebérrimo comisario Jules Maigret de la policía judicial francesa, Honore de Balzac, Charles Dickens, Erle Stanley Gardner, el gran maestro del suspendo, y el novelista inglés Graham Greene, para los que han constituido verdaderos “gabinetes de crisis” para atender a los requerimientos de una legión de lectores de todo el orbe.
A pesar de los avances tecnológicos, de Internet y las plataformas de videojuegos, los cuentos tradicionales siguen teniendo un lugar especial en el mundo. Los de Hans Christian Andersen fueron traducidos a casi 70 idiomas y dialectos; los de los Hermanos Grimm y los libros ilustrados de Walt Disney completan un gran podio que, muchas veces, es atacado desde posiciones intransigentes que no consideran su aporte a la formación de nuestros niños.
Queda por anotar que nuestros favoritos de antaño continúan multiplicándose en otros idiomas. Los cuentos de Guy de Maupassant, los de Edgar Allan Poe, los libros de Daniel Defoe, creador de Robinson Crusoe y Las mil y una noches, entre cientos más, acompañan a Platón, Homero, Aristóteles, Sófocles, Cicerón y Esquilo.