Por Salvador Treber
El 19 de junio ppdo. se cumplieron cuatro siglos desde que se creó el Colegio Máximo de Córdoba; piedra angular de lo que, en forma progresiva, iría conformando nuestra Universidad Nacional. Sólo se puede ponderar tal hecho en su real importancia tratando de tomar conciencia de cómo era el mundo “conocido” en aquel momento.
Hasta entonces, la potencia que había logrado liderar la evolución y progreso de la Humanidad era China; lo que culminó al finalizar el dominio de la dinastía Ming (1368-1644) pues luego de ella entró en un proceso de decadencia que coincidió con la llegada de voraces aventureros ingleses, holandeses y portugueses que crearon una serie de bases destinadas a acrecentar el comercio con sus metrópolis de Occidente.
Por su parte, después del desembarco de Cristóbal Colón a algunas islas ubicadas en lo que se conoce como el Mar Caribe, inició una dura competencia entre los dos integrantes de la península Ibérica por ser protagonistas de una conquista que asumió ribetes de un verdadero saqueo. Con la mediación del Vaticano en 1494, se suscribió el llamado Tratado de Tordesillas, por medio del cual comenzó la colonización de América con la presencia soberana de España y Portugal, que se sintieron plenamente autorizados a esclavizar o exterminar nativos, extraer riquezas -en especial oro y plata- para beneficio personal mientras el resto era remitido a sus respectivas ciudades de origen.
En la parte norte de América, los ingleses recién hicieron pie en lo que hoy se conoce como el Estado de Virginia, aunque muy pronto llegaron exploradores holandeses (que fundaron Nueva York), franceses y hasta españoles con propósitos semejantes. Las referencias precedentes procuran ubicar el contexto (1613) en que los jesuitas, los más avanzados dentro de la jerarquía católica de la época, decidieron comenzar a difundir el conocimiento que entonces se circunscribía a dictar materias relativas a filosofía y doctrina religiosa. Mediante un solemne acto inició sus actividades el 19 de junio de 1613; la convalidación papal llegó en 1621 y un año después la ratificó el rey Felipe IV. Desde entonces, fue expandiendo su influencia y nivel convirtiéndose en el primer polo del saber de Sudamérica y octavo, por importancia, en el mundo.
La segunda etapa
Los jesuitas estuvieron al frente hasta que fueron expulsados del Imperio Hispano, en 1767. El liderazgo pasó entonces a los franciscanos, que la administraron por el breve lapso de 33 años (año 1800), cuando fue transferida al clero secular. Bajo la denominación que rinde homenaje a Nuestra Señora de Monserrat, no cesó de ampliar el campo sometido a estudio, incorporando áreas vedadas como Aritmética y Geografía; además de una imprenta que el primer gobierno patrio ordenó sea trasladada a Buenos Aires. En 1820 perdió su reconocimiento nacional, aunque le fue devuelto en 1853 por el entonces presidente de la Nación, Justo José de Urquiza.
Un gran, aunque transitorio, impulso lo inyectó con su accionar Domingo Faustino Sarmiento, quien privilegió la trasmisión de ideas laicas e hizo viable la posibilidad de estudiar Ciencias Exactas y Naturales; fundando también el Observatorio Astronómico. Aun así, el camino no estaba despejado. Pese a estar vigente la denominada ley Avellaneda, subsistía una tenaz resistencia a erradicar la acendrada orientación conservadora que le imponía su origen eclesiástico y anticientífico, manifestada por medio de las convicciones confesionales de los contenidos y la adhesión activa de los integrantes del clero que la dirigían. Ese “clima” era facilitado por la selección “a dedo” de los docentes y su carácter “vitalicio”.
El transcurso del cuarto siglo
En las condiciones descriptas precedentemente, poco antes de llegar al tricentenario, fue presa de una conmoción que la sacudió hasta sus cimientos por nuevos ideales que enarbolaron jóvenes dirigentes de la llamada la Reforma Universitaria. El enorme ritmo de avance provino de la conjunción de una serie de profesores con avanzadas y muy actualizadas convicciones que recibieron el aliento creador de un sector de estudiantes que habían concebido, poco antes, la Federación Universitaria de Córdoba. En ese contexto se proclamaron las premisas básicas mediante el Manifiesto Liminar, que puso su acento sobre el logro de una absoluta autonomía y de no generar costo alguno (en Chile todavía se lucha encarnizadamente por este objetivo), unido a la consolidación de la libertad y periodicidad de las cátedras que debían revalidarse cada cinco años en concursos de oposición, títulos y antecedentes.
La referida tarea de democratización no fue nada fácil pero la franja mas combativa tenía muy claro que no debía deponer ese objetivo. No obstante, la reivindicación que pretendía un gobierno tripartito (profesores, egresados y estudiantes) e igualitario nunca se alcanzó y tampoco se eliminó la vigencia de algunos aranceles. Un período muy oscuro sobrevino entre 1943 y 1946 cuando, en dos nutridas tandas, insignes profesores fueron expulsados, imponiéndose una rígida discriminación política e ideológica.
Esos puestos vacantes fueron cubiertos por otros sin mayor formación docente, que la ironía de la sabiduría popular identificó como “flor de ceibo”, haciendo así alusión a una obligada mesa de ofertas compuesta por productos baratos y de muy escasa calidad que debían exponer obligadamente los comercios minoristas. Durante los casi nueve años en que fue presidente el general Perón, los rectores y decanos fueron designados directamente por el Gobierno Nacional; no mediando consulta ni selección alguna.
Hasta 1958, las universidades fueron sólo seis (Buenos Aires, Córdoba, La Plata, del Litoral, Tucumán y -la entonces reciente- de Bahía Blanca), todas estatales. Fue en esta década que nació y comenzó a construirse la Ciudad Universitaria, que sería también residencia de estudiantes provenientes de otros países de América Latina, lo que explica el nombre con que han sido designados una serie de pabellones.
La máxima conmoción fue secuela del encarnizado debate, que se desató en la segunda mitad de 1958, durante la flamante presidencia del doctor Arturo Frondizi. Se enfrentaron quienes defendían la enseñanza laica y gratuita con aquellos que, desde la Iglesia Católica, auspiciaban –catalogando con bastante poca propiedad- la “enseñanza “libre”, con lo cual identificaban la que surgía de las universidades privadas, confesionales y pagas.
En una sesión muy singular y “rara” triunfó en el Congreso, apenas por un voto, esta última. Fue sintomático que apenas un día después de la promulgación de la modificación introducida en el artículo 28 de la ley respectiva, nació la Universidad Católica de Córdoba y, detrás de ella, muchas más. Ese decisivo sufragio parlamentario tuvo ese resultado mediando para lograrlo la sospechosa ausencia por algunos minutos de un diputado cordobés, de orientación centro-izquierda, que pasado tal suceso desapareció para siempre de los escenarios habituales…
La universidad que algunos vivimos
Por aquellos tiempos, los jóvenes que terminaban el ciclo secundario en sus lugares de origen debían elegir uno de los únicos cinco destinos que había hasta 1955. Así llegó, en enero de 1949, el autor de esta nota con apenas 17 años a una ciudad de Córdoba todavía impregnada de su tradición colonial. En muchas esferas sus 360 mil habitantes mantenían un “clima muy poco acogedor, casi agresivo, para con los que proveníamos de otros lugares del país. Las Facultades “grandes” eran tres (Medicina, Derecho y Ciencias Exactas); mientras que Ciencias Económicas había adquirido ese rango en 1946, pues antes fue Escuela con asistencia obligatoria por una década.
La parte del barrio Alberdi que rodea el Hospital Nacional de Clínicas era la zona preferida de residencia para los estudiantes que colmaban las pensiones de la zona. Los que le dieron las características más singulares fueron los que estudiaban Medicina, pues vestían en forma permanente sus guardapolvos blancos hasta para alentar a su cuadro de fútbol, cubriendo de inmaculado colorido una tribuna lateral de las canchas.
Con la radicación de dos empresas trasnacionales, Kaiser y Fiat, que dieron trabajo a miles de obreros, la sociedad cordobesa produjo un cambio total pues tornó a “abrirse” rápidamente pero, pese todos los reclamos, no se eliminaron hasta octubre de 1955 las exigencias de afiliación política que se imponían a los aspirantes para incorporarse a la carrera de docencia universitaria.
Con el advenimiento de sendos golpes de Estado, se introdujeron normas de riguroso cuño antidemocrático que generaron una creciente resistencia, especialmente en respuesta a la persecución ideológica. Las sucesivas dictaduras cívico-militares de 1966/73 y1976/83 cesantearon numerosos profesores y anularon las conquistas del reformismo. Un glorioso jalón fue la participación estudiantil junto con columnas de obreros en lo que desde entonces se conoce como “el Cordobazo” (1969).
A la creación de nuevas casas de altos estudios, como las facultades de Arquitectura, Odontología, Ciencias Agronómicas y Ciencias Químicas; se sumó la flamante apertura de Canal 10, en momentos que dejaba de regir la exclusividad de diez años con el capital privado que había introducido Canal 7 en 1951.
El proceso que acompañó la expansión y consolidación de nuestro máximo Centro de Estudios estuvo erizado de períodos violentos y de persecución; debiéndose enfatizar sobre la brutal gestión de la última dictadura que, además de generar en el país 30 mil desaparecidos y el traslado de 145 mil que se refugiaron en el exterior para no ser exterminados, tuvo como objetivo “limpiar de progresismo” los claustros, situación que persistió hasta fines de 1983. Desde entonces se ha vuelto al espíritu y la libertad de cátedra, con la masiva adhesión del alumnado, que ya supera los 120 mil estudiantes.
En la actualidad, constituye el segundo gran centro de educación superior e investigación del país. Sus egresados y docentes siguen gozando de un bien ganado prestigio, nutrido a través de 400 años de proficua gestión y luego de superar las numerosas contingencias y la multiplicación de universidades que, entre públicas y privadas, se acercan a las cien. Pese a ello, “por algo” mantiene su alto grado de preferencia, lo cual constituye el mejor testimonio del nivel y consideración que goza tanto en el seno de la población como en todos los ambientes y rincones del país.