Manuel Obarrio dejó su impronta como doctrinario y docente. Fue uno de los primeros juristas -y mayores juristas- del derecho nacional codificado.
Por Luis R. Carranza Torres
Nació en el Buenos Aires de Rosas, allá por marzo de 1836, en la casa de su abuela situada en la calle Piedras. Manuel Obarrio era recibido en este mundo en el seno de una familia hipertradicional. Le pusieron el nombre por su abuelo paterno Manuel de Obarrio, contador del Real Tribunal de Cuentas de Buenos Aires y Caballero de la Orden de Isabel la Católica.
En su árbol genealógico sobraban apellidos y cargos varios, tanto al servicio del rey como de la patria naciente: alcaldes de todos los votos y cabildantes varios.
Pero no sólo era una familia de prosapia la suya, sea como fuere que se entienda tal concepto, sino también fuertemente rosista. Por eso, a nadie extrañó que su madrina de bautismo fuera la propia Manuelita Rosas, hija del gobernador.
Obtuvo sus títulos en derecho a la vieja usanza, de esos tiempos sin facultades de derecho como las conocemos en el presente. En tal época, los estudios jurídicos se hallaban divididos en dos instancias claramente diferenciadas. Primero se cursaba la parte académica, en el Departamento de Jurisprudencia de la Universidad de Buenos Aires, hasta obtener el título de doctor en jurisprudencia, y luego debía aplicarse en la Academia de Jurisprudencia, que era la que habilitada profesionalmente para poder litigar en los tribunales. En total, ambas etapas demandaban unos cinco a seis años, cuanto menos.
Manuel terminó sus estudios en la universidad, obteniendo su título de doctor, el mismo día que cumplía 20 años. Entró por tres años en la academia. Su examen final de abogado duró dos horas y lo rindió ante el Superior Tribunal de Justicia de la provincia. Quien presidía la mesa examinadora era el doctor Francisco de las Carreras, luego primer presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
A pesar de su extracción rosista, Obarrio siempre hizo buenas migas con los liberales porteños. Es así que en 1860 fue designado secretario de la Convención del Estado de Buenos Aires, que debía revisar la Constitución de 1853. Luego se desempeñó como secretario de la Academia de Jurisprudencia y constituyente provincial. A partir de 1867 y por tres períodos consecutivos, fue diputado a la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires.
También fue senador por dos períodos en dicha legislatura. También fue juez del crimen y conjuez de la Suprema Corte de la Provincia de Buenos Aries.
En 1901 se lo designó presidente de la Comisión Municipal de la ciudad de Buenos Aires, órgano que reemplazaba el anterior Concejo Deliberante. Por ello, en dos ocasiones – por breve lapso- fue intendente interino de la ciudad, entre la renuncia del viejo intendente y la asunción del nuevo. Es así que en 1906 fue interino por tres meses y en 1907 estuvo a cargo de la ciudad por siete días.
Pero quizás el nombramiento que mayor destaque y prestigio le dio fue el de profesor tanto de Derecho Comercial como de Derecho Penal en la Universidad Nacional de Buenos Aires, en 1872. Era un tiempo en que el profesorado universitario era superior en prestigio y reconocimiento social, a las propias magistraturas políticas o de cualquier otra clase. Al punto que tanto en Buenos Aires como en Córdoba se consideraba un demérito social de quienes habían sido rectores en la universidad candidatearse a gobernador.
Entre sus numerosas obras como doctrinario, que abarcan varios campos del derecho, merecen destacarse: Código de Comercio Argentino, concordado y comentado; Curso de Derecho Comercial; Breves explicaciones sobre quiebras; Lecciones de Derecho Penal.
También fue autor, entre otros, del Código de Procedimientos en materia penal para los tribunales nacionales de la República, de 1888, y del Reglamento de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires. Participó asimismo de la elaboración de proyectos de leyes procesales que iban desde el Código de Procedimiento Civil y Comercial, tanto de la Nación como de la Provincia de Buenos Aires, hasta el Código de Justicia Militar.
Desde la cátedra universitaria, Manuel Obarrio se destacó como formador de sucesivas generaciones de letrados. Aprobar sus materias configuraba un antes y un después para los estudiantes. En reconocimiento de ello, en el número 213 de la revista Caras y Caretas, del 1º de noviembre de 1902, apareció en la sección “Caricaturas Contemporáneas” dibujado sentado en su silla de académico, con un colador en la mano del que salían abogados. En los versos que acompañaban el dibujo, se expresaba: “El allanó el camino / de miles de abogados / futuros, presentes y pasados, / siendo por una broma del destino / intendente interino / y eterno colador de los graduados”.
Al retirarse de la universidad, en el discurso de despedida de su rector, Leopoldo Basavilbaso, éste le reconoció públicamente que “no tenía conocimiento de que profesor alguno de esta Universidad haya desempeñado una cátedra treinta y tres años como él lo ha hecho, con una competencia indiscutible y una laboriosidad ejemplar”.
Murió en 1918 en su casona de San Isidro, sita en la actual calle 25 de Mayo 711. Cuando sus restos fueron inhumados en el cementerio de la Recoleta, la ceremonia fue presidida por el propio presidente de la Nación, Hipólito Yrigoyen, junto a su gabinete en pleno. Hubo también representaciones del Congreso y de la Corte Suprema. Era, como se ha dicho, otro tiempo. Uno en que la docencia universitaria era la más honrosa de las magistraturas públicas.