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La Unión Europea y sus 60 años de vigencia

Por Salvador Treber. Exclusivo para Comercio y Justicia
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Con el Pacto de Roma, suscripto el 25 de marzo de 1957 por sólo seis países, se inauguró lo que con el tiempo llegaría a convertirse en la más amplia y poderosa asociación multinacional de estados soberanos.
En la misma fecha, seis décadas después, en la Sala de los Horacios y los Curacios del Palacio de los Conservadores, en la ciudad de Roma, se procedió a conmemorar aquel hecho histórico, pero con 28 países; aunque en la actualidad afronta la primera desvinculación, protagonizada por el Reino Unido (brexit) pero con una curiosa secuela. De los cuatro integrantes de ese país insular, dos de ellos -Escocia e Irlanda del Norte- no están de acuerdo y pretenden mantener su actual relación asociativa dentro del grupo continental e independizarse del país británico.
A ese efecto, en 2014 -hace algo más de dos años- Escocia realizó un referéndum que, por muy poco margen, rechazó tal iniciativa. Ahora pretende volver a consultar a sus habitantes, con la seguridad de que esta vez la aprobarán. La primera ministra de Escocia, Nicola Sturgeon, el 28 de marzo pasado, en una sesión especial realizada en la capital Glasgow, por 69 contra 59 votos, logró que los diputados aprobaran la realización de una nueva consulta a su población y elevaran el respectivo pedido al parlamento británico, con sede en Londres. La funcionaria declaró que “Escocia como el resto del Reino Unido, se encuentra en una encrucijada” y expresó que considera que el brexit “provocará en forma ‘inevitable’ un impacto en el comercio, en las inversiones, en el nivel de vida y en la naturaleza de la sociedad en la que vivimos”. Por lo tanto, semejantes cambios “no deberían ser impuestos por encima de Escocia, que debería tener el derecho de elegir entre el brexit o convertirse en un país independiente”.
Resulta obvio que, si esto se concretara, la reducida asociación sólo compuesta por Inglaterra y Gales dejará de tener el décimo lugar como una de las mayores potencias económicas del planeta. Tampoco le sería muy fácil mantener sus dos denominaciones oficiales (Gran Bretaña y Reino Unido) porque quedará muy debilitada. Esto último será igualmente inevitable no sólo por menor superficie territorial sino por las sensibles bajas en su economía y potencial militar, pese a conservar la segunda mayor marina militar y mercante del mundo.

Coincidencias y disidencias en la Unión Europea
Entre los 27 países que siguen asociados tampoco hay unanimidad. En dos de sus integrantes se han planteado objeciones. Polonia, por admitir dentro de ellas una Europa “a varias velocidades”, y el segundo, Grecia, que lo hizo planteando la necesidad de disponer de mayores plazos de amortización para sus pesadas obligaciones, especialmente con Alemania. No obstante, se advierte en forma generalizada que existe un “clima” poco apto para vivir en armonía pues los actuales sucesores del canciller alemán Helmut Kohl y del presidente francés François Mitterrand, junto con el primer presidente de la flamante Comisión Europea, Jaques Delors, desde la sede de Bruselas, contribuyeron con una gran dosis de condescendencia y comprensión que favoreció el logro de los objetivos buscados.
Desde el inicio se verificaron varios hitos, siendo los más relevantes la llamada Acta Única (1986) y el Tratado de Maastricht (1992); oportunidad ésta en que se constituyó la Unión Europea (UE), que apuntaba a concretar una unión no solo económico-financiera sino también monetaria con una moneda única (euro). Estos objetivos no se cumplieron en su integridad ya que el área del euro abarcó a 18 países que sustituyeron sus respectivas monedas locales pero hubo otros 10 países que mantuvieron la vigencia de las suyas, entre ellos el Reino Unido. Hubo también frustraciones como el de la pretendida “Constitución”, que no logró los votos necesarios y -por supuesto- la sobreviniente crisis que se inició a mediados del año 2008 y se viene extendiendo sin tener noticias ciertas sobre cuándo se superará ese enorme problema del cual sólo Alemania ha escapado a medias.
Por otra parte, actualmente se sostiene por parte de las potencias más poderosas una severa disciplina que no admite mayor discusión a los socios menores. En oportunidad del reciente 60º aniversario, el papa Francisco hizo uso de la palabra y advirtió que “no hay paz donde falta trabajo o la perspectiva de un salario digno”. Aprovechó la instancia también para pedir que la UE no sea presa de temor “por las falsas seguridades” y no vacile en invertir “en el desarrollo y en la paz”. Reclamó asimismo que no gestione contra la “grave crisis migratoria” pues no es un problema numérico, económico o de seguridad.
La reunión conmemorativa, obviamente, contó con la presencia entre otros, de los primeros ministros Angela Merkel, de Alemania, y del español Mariano Rajoy; así como del presidente francés François Hollande, ante todos los cuales el Papa dirigió una exposición especial subrayando que “Europa vuelve a encontrar esperanza en la solidaridad, que es también el antídoto mas eficaz contra los modernos populismos” que “al contrario, florecen precisamente por el egoísmo” regimentando a efecto que se vuelva “a pensar en modo europeo para conjurar el peligro de una gris uniformidad o, lo que es lo mismo, el mundo de los particularismos”.

La situación actual y los nuevos problemas
En la oportunidad referida y en el mismo escenario que 60 años atrás se suscribió un acuerdo, los líderes de los 27 países suscribieron una declaración, sellando así su vigencia y continuidad. El bloque, en conjunto, registra una población de 450 millones de habitantes y, en promedio, una “esperanza de vida” individual de 80,9 años. La crítica más generalizada es que en dicho ámbito existe un “déficit democrático” para la toma de las decisiones más trascendentes. Además, remarcan como muy negativo que se exacerben las posiciones más liberales y de “derecha soberanista” frente a los demás sectores que no piensan ni actúan como pretenden aquellos.
La actual mayor preocupación se centra en el manejo de la ruptura con el Reino Unido y los eventuales cambios que pueden sucederse como los planteos Escocia e Irlanda del Norte (Ulster). La precitada desvinculación del Reino Unido no es nada simple pues desde el 29 de marzo, fecha en la que hubo una notificación formal presentada en la sede de Bruselas, se ha llegado a la conclusión de que las respectivas negociaciones para perfeccionar la desvinculación requerirán cientos de reuniones técnicas y deberán resolver el destino de 4,3 millones de expatriados por los conflictos de Medio Oriente; así como conformar cuentas y concretar el debido cobro de compromisos asumidos por el gabinete inglés.
Es obvio que esa estrecha relación que se prolongó por 44 años requiere una prolija gestión para que no deje ningún “cabo suelto”. Debe recordase que la autoexclusión fue respaldada por 51,9% de los votantes británicos en la consulta especial del 23 de junio pasado. Si bien Theresa May ha recibido un aval de 53% para manejar las negociaciones, el país saliente y sus súbditos deben renunciar a cualquier eventual privilegio, lo cual exige una prolija elaboración que no tiene otros antecedentes. May anticipó que busca un acuerdo “ventajoso”, sin explicar lo que ello significa, y aclaró que no pretenden convertirse en “miembro parcial” del referido bloque. Los empresarios del Reino Unido no disimulan su preocupación por la forma que asumirá el posible recorte de relaciones.
Por su parte, la conducción de Bruselas tiene plena conciencia de que debe mantenerse simultáneamente inflexible y dinámica para evitar que otros miembros pretendan seguir el rumbo que inició el brexit. Por lo pronto, anunció que serán rotundos en que se interrumpan, sin excepciones, todas las licencias y beneficios e incluso la vigencia del denominado “principio de las cuatro libertades” (de personas, bienes, servicios y capitales). También exigirán al Reino Unido saldar deudas pendientes por programas plurianuales en curso, que implican indemnizaciones por no menos de 60 mil millones de euros y los de carácter individual o interempresarios vigentes.

Las nuevas perspectivas y nuevas iniciativas
El clima general que reinó en la reciente reunión conmemorativa de Roma fue de indiscutible preocupación e incertidumbre. Ello se trasuntó claramente en la visita que realizaron lo representantes de los 27 países al Vaticano. Todos los presentes eran conscientes de que si no se actúa con máxima precisión se puede entrar en el oscuro camino de la involución, que conduzca al fracaso total y la disolución. El Papa dio en ese momento una muestra más de su capacidad de análisis pues pidió que se busquen nuevas vías de acción conjunta, al par que hizo advertencias dignas de ser tenidas muy en cuenta, culminando su participación con un concreto llamamiento a preservar la Unión Europea y requirió al efecto que se busque “una nueva hermenéutica para el futuro”.
Es muy evidente que se teme una disgregación del grupo, siguiendo el camino del Reino Unido pese a los ejemplos en contrario de Escocia y el Ulster, que pugnan por independizarse de Gran Bretaña; una sorprendente anécdota de ello fue que el presidente del Parlamento Europeo, el italiano Antonio Tajani, apeló a nuestra biblia criolla -el “Martín Fierro”, de José Hernández-  y pidió que “los hermanos que sea unidos” para evitar que “los devoren los de afuera”. Al margen de la grata rememoración por parte de un europeo, es obvio que deberán poner toda su voluntad y capacidad de gestión para impulsar positivamente a la UE en la seguridad de que se trata de un instrumento muy valioso para respaldar el progreso.
Parece que voluntad no falta pues el presidente del Consejo Europeo, Daniel Tusk, se mostró confiado porque entiende que el brexit “paradójicamente nos une más que antes”, advirtiendo además que la mayor preocupación será “proteger los intereses de los 27”, subrayando que “no hay nada para ganar en este proceso, nuestro objetivo es minimizar el costo para los ciudadanos, las empresas y los países europeos”.
En Bruselas quieren finiquitar cuanto antes la exclusión e incluyen entre los temas más candentes garantizar los derechos personales y económicos de los 3,3 millones de europeos continentales que viven en el Reino Unido y, paralelamente, el de 1,2 millón de británicos que moran en países integrantes de la UE.

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