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El pensamiento económico de Belgrano y Moreno

Por Ricardo Gustavo Espeja (*) - Exclusivo para Comercio y Justicia
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La revolución de mayo de 1810 fue el detonante de una lucha de intereses económicos que terminaría a fines de la década de 1870.

Enfrentamiento que tensionaba las relaciones de Buenos Aires –que tenía el manejo de la aduana, partidaria del librecambio y notoriamente antiindustrialista- y, el interior, con su economía basada en la ganadería, agricultura y manufacturas artesanales o semi-industriales (Grenón: El Trigo y su molienda en Córdoba) además de activo comercio con polos complementarios como Potosí (mulas y esclavos) y un más que fructífero intercambio con Brasil y Paraguay.

Sin embargo, como siempre ocurre en la historia, nada es totalmente blanco ni totalmente negro. Hay una variada gama de grises. Frente a los intereses de la incipiente oligarquía comercial y financiera de Buenos Aires, se alzaron dos voces. Una, la de Manuel Belgrano (MB), el primer economista del Río de la Plata, y la otra, la del “jacobino” Mariano Moreno (MM) con sus célebres “Representación de los Hacendados” (1809), contraria al libre comercio y su siempre discutido “Plan de Operaciones” (1810).

Un hecho significativo fue la mal llamada “contrarrevolución” de Córdoba, pues no estaba en el ánimo de los supuestos conjurados unirse contra la idea de un gobierno autónomo; sí pedían que se consideraran los intereses del interior muy ligados al mercado interno. Qué el fuerte carisma que mantenía don Santiago de Liniers entre el pueblo llano fuera el detonante para su ejecución sumara a la que Francisco Ortiz de Ocampo se opuso por considerarla contraria al “derecho de gentes” y que tuvieron que enviar a Castelli, quien llevó a cabo el fusilamiento en el paraje Cabeza de Tigre; sólo fue exceptuado de morir monseñor Rodrigo de Orellada por su condición de obispo (de Córdoba).

Estos hechos indican la íntima relación entre la economía y la política que, como escribió Carl von Clausewitz, esas pujas se “continúan por otros medios”. Esto es una bisagra que marcará la relación del interior con el artiguismo, primero, y la posterior guerra civil entre el interior y Buenos Aires que concluyó en nuestro país a mediados de los años 70 del siglo XIX.

Mal puede ser considerado al doctor Manuel Belgrano como un fisiócrata liso y llano pues, lejos de considerar a la agricultura como única fuente generadora de riqueza, simplemente la creía uno de los tres factores concurrentes que contribuyen a la producción. Como en el Plan de Operaciones pero con mayor énfasis, coloca al mercado interno como “el motor de la economía” y así lo señala: “Los precios de todas las especies vendibles se arreglan por sí mismos en todas partes, siguiendo en ello la regla de la demanda efectiva o, lo que es lo mismo, según la mayor o menor copia (debe entenderse como consumo no como acopio) de sus compradores.” (MB. Escritos Económicos, 1963.)

También expresa la necesidad de la industrialización, la cual debe ser orientada por el estado por medio de una política industrial y así apunta: “El modo más ventajoso de exportar las producciones superfluas de la tierra es ponerla antes a obra o manufacturarlas”. Y agrega: “El pueblo deudor de una balanza pierde en el cambio que hace de los deudores una parte del beneficio, que se había podido hacer sobre las ventas, además del dinero que está obligado a transportar para el exceso de las deudas recíprocas, y el pueblo acreedor gana, además de este dinero una parte de su deuda recíproca en el cambio, que se hace de los deudores. Así, el pueblo deudor de la balanza ha vendido sus mercaderías menos caro y ha comprado más caro las del pueblo acreedor, de donde resulta que en el uno la industria es desalentada, en tanto que está animada en el otro”. (MB, op.cit.)

Belgrano como Mariano Moreno y, como ya se verá oportunamente, Artigas, rechazan de plano el endeudamiento del país: “El grueso interés del dinero convida a los extranjeros a hacer pasar el suyo para venir a ser acreedores del Estado. No nos detengamos sobre la preocupación pueril, que mira la arribada de este dinero como una ventaja, ya se ha referido algo tratando de la circulación del dinero. Los rivales de un pueblo no tienen medio más cierto de arruinar su comercio, que el tomar interés de sus deudas públicas”. (MB op.cit.)

Al respecto, Mariano Moreno expresa en su Plan de Operaciones: “Se dice generalmente que un empréstito bajo las seguridades que están a disposición del Gobierno sería capaz de remediar los presentes apuros; pero V.E. puede estar seguro de que jamás encontraran esos socorros que se figuran tan asequibles y que, a su consecución, se seguirán consecuencias tan perniciosas que quedaría tan arrepentido de haberlos encontrado. Todas las naciones en el apuro de sus rentas han probado el arbitrio de los empréstitos y todas han conocido a su propia costa que es un recurso miserable con que se consuman los males que se intentan remediar, esto es consiguiente a su propia naturaleza, pues debiendo satisfacerse con las primeras entradas, o se sufrirá entonces un doble déficit, o faltaran prestamistas por el descrédito de los fondos sujetos a la satisfacción”.

*Periodista – Historiador

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