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El más duro del salvaje oeste

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La primera película de Clint Eastwood sobre la justicia. Encarnó a uno de los más particulares y menos recordados abogados del cine. Por Luis R. Carranza Torres.

De las numerosas veces en que el cine ha desarrollado el tema de los abogados, ninguna es tan particular y medulosa como la película estadounidense filmada en 1968, bajo la dirección de Ted Post. Hang ‘em high es su impronunciable título en inglés. Podría traducirse, muy literalmente, como “colgando desde lo alto”. Por estos pagos la conocimos como La marca de la horca. Aunque en otros sitios de Hispanoamérica se la llamó Cometieron dos errores, haciendo alusión a una frase que pronuncia el villano de la película, el hacendado “Capitán” Wilson: “Cometimos dos errores: uno, querer colgar a un hombre inocente. El otro fue no terminar de ahorcarlo”.
En el film, Clint Eastwood encarna a Jed Cooper, antiguo abogado de la ciudad de San Luis, que va al nuevo territorio de Oklahoma a probar suerte como ganadero. Al comprar de buena fe unas reses robadas, un grupo de nueve hombres que se toman la justicia por su mano intenta ahorcarlo. Cuando ya está pendiendo en el aire con la soga apretándole el cuello, es salvado por un marshall a las órdenes del único juez de ese territorio. Librado de culpa y cargo, dicho magistrado le ofrece un puesto como marshall para buscar prófugos por todo el territorio y traerlos para que sean juzgados por el tribunal del juez.

A pesar de lucir una estrella de ocho puntas, el cargo es algo más que la denominación de “comisario federal” con que se lo denomina al marshall en la película. De nuestra parte, preferimos traducirlo como “alguacil”. Se trata de la institución más antigua de Estados Unidos, dedicada a ejecutar las decisiones judiciales. Una especie de versión armada de los oficiales de justicia de nuestro sistema. Nacidos por la Judiciary Act del año 1789, se encargan de materializar las órdenes de cualquier tipo provenientes de los jueces: por ello sus funciones van desde mantener el orden en las sesiones del tribunal hasta asegurar la presencia de testigos, pasando por perseguir prófugos de la justicia y, en ocasiones, ejecutar las penas de muerte.
A lo largo del filme, Cooper le otorga un particular sentido a la función de alguacil. El balancearse con la soga al cuello le ha dejado, a la par de una gran cicatriz en esa parte del cuerpo, otra más profunda de venganza en el espíritu. Su nuevo jefe, el juez Fenton, además de un partidario de la justicia draconiana, resulta un pragmático que convalida que Cooper vaya tras quienes lo atacaron, con la sola limitación de que debe traerlos a su tribunal para que los condene. Sólo pueden ser ejecutados luego de un juicio. Los diálogos entre Cooper y Fenton sobre la naturaleza de la justicia, lo que la distingue de la venganza y hasta dónde puede llegar el Estado para castigar un crimen, resultan imperdibles. Parlamentos tan ácidos como profundos. Y la descripción en tono costumbrista de todo el morbo social que se desarrolla alrededor de una ejecución publica es otro de los puntos fuertes de la trama.
Es por ello que, dentro de un guión con altibajos, que cae por momentos en los lugares comunes del género, sus realizadores Leonard Freeman y Mel Goldberg logran diálogos o escenas que son verdaderas joyas de una punzante reflexión sobre los aspectos oscuros y destructivos de la condición humana.

La presencia femenina corre por cuenta de la sueca Inger Stevens, quien encarna a Rachel Warren, una rubia desvalida, con carita de inocente y un gran mambo en la cabeza, lo que no puede faltar en el género. Y que, por supuesto, termina enamorada de Cooper.
Pat Hingle, personificando al Juez Fenton, se roba la película. No por nada, su personaje se inspira en otro juez que realmente existió: Isaac Charles Parker, llamado “el juez de la horca”.
Ed Begley hace de un malvado muy particular: el “Capitán” Wilson, hacendado poderoso que, por eso mismo, cree que le es connatural decidir qué es lo justo y lo injusto sobre sus semejantes. Recordemos que estamos en el territorio de Oklahoma, culturalmente en el sur de Estados Unidos y con sus rancias tradiciones: una de ellas, llevar los grados alcanzados en el ejército como si se tratara de un título nobiliario, aun largo tiempo después de dejar el servicio de armas.
Éste fue el primer western no europeo en el que actuó Clint Eastwood y también el primero de su productora The Malpaso Company. Y si bien se aprecia en él una influencia de los rasgos de los spaghetti western, puede notarse también la preocupación por tratar temas sensibles como el derecho a matar a otro desde un tribunal, más allá de las consabidas balaceras y muertes violentas varias.
Todos esos elementos hacen de Jed Cooper el más duro de los abogados retratados en las películas del salvaje oeste.

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