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De la memoria afectiva de Argüello (I)

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La memoria afectiva suele presentarnos una puerta, con goznes lubricados con miel, que nos lleva a evocaciones de cierto tinte lúdico o en casos mágico, y todo ello por intermedio de una historia oral, que no deja de ser historia aunque carezca de la confirmación del documento. 

Estos sucesos tienen su lugar en Argüello, un espacio urbano camino de las sierras que comienzaron cuando don Isauro Arguello y Torres, hacia 1888, encargó al agrimensor Faustino Arias la mensura de sus tierras, confirmando el licenciado Antonio Legeren que el loteo estuvo listo entre 1890 y 1891. Efraín Bischoff indicó que algún tiempo más tarde, en 1894, el diario La Libertad publicaba el remate de aquellas parcelas por la firma Juárez y Compañía.
La estación ferroviaria fue, en los primeros momentos del pueblo, un polo de convocatoria como siempre lo fueron las instalaciones del ferrocarril. Relatan algunas crónicas que el sector era de agradable presencia para los visitantes, pues el verde de las quintas con sus frescos regadíos y los surcos completos de hortalizas, se combinaban con las flores de vistosos jardines.
Es que laboriosos quinteros fueron muchos de sus primeros habitantes, dando así fisonomía a una congregación social que en aquellos tiempos se antojaba como muy lejana de la Plaza Central, que luego recibiría el nombre de San Martín.
Claro que también se construyeron residencias de mayores pretensiones, casonas algunas de curiosa arquitectura, como la de los Ripamonti, cuyo jefe era un próspero comerciante de Rafaela.

La casa aún se conserva como sede de la Universidad Blas Pascal
Recuerda Edmundo Heredia, muy niño en los años ’40, que le llamaban “la casa de las estatuitas” porque cada temporada de verano aparecían nuevas figuras de cemento en su parque que se podían contemplar desde la vereda. Heredia, doctor en Historia, fue titular de cátedra en su facultad y presidió la Junta Provincial de Historia, además de dirigir el Centro de Estudios Avanzados de la Universidad Nacional.
Hoy trae a su memoria, con encanto infantil, castillos, puentes, palomares, enanitos y diversidad de réplicas de animales, todo a pequeña escala. También nos dice que Argüello, para ese entonces, podía preciarse de una cordial vida comunitaria dentro de la cual la “casa de la estatuitas”, cuyos dueños se desconocían, ocupaba una consideración excéntrica, ubicada más dentro de la fábula que de la vivencia diaria.
El doctor José Martinolli fue propietario de importantes extensiones de tierra en la región. Una de sus posesiones era conocida como “Villa Argüello”, a la que se llegaba por un trayecto empedrado, diseño del arquitecto francés Bouvard, cuyo nombre lleva hoy una de las calles del barrio. En su homenaje se fundamenta la denominación de la conocida recta asfaltada que como gran avenida hace las veces de columna vertebral para el tránsito del sector.
A lo largo de su dinamismo dio asiento a jerarquizadas edificaciones pertenecientes tanto a familias como a instituciones de diversa índole, entre ellas la gran mole del Colegio La Salle, una construcción significativa de 1938. El quehacer educacional de los hermanos la lasallanos, desde los días iníciales del hermano Crisóstomo, adquirió un singular prestigio, al punto de convertirse, en su momento, en meta de centenares de educandos llegados de distintos lugares del país.

Cuenta María Lidia Díaz Valentín que allá por la década de los ’30 los vecinos de Argüello debían costearse necesariamente hasta el Mercado Sur para abordar un pequeño ómnibus que los devolvía al barrio después de sus trabajos o de sus diligencias en el centro de la ciudad. Descriptivamente relata: “Subía tanta gente que no sólo estábamos apretados adentro sino que íbamos colgados de las ventanillas y de las puertas. Era un verdadero racimo humano, tanto que al subir por Fader muchas veces el conductor pedía que se bajara la mitad de los pasajeros para empujar. En la continuidad del viaje a Arguello, como el viejo Ciriaco Ortiz denominó a su inolvidable composición, se iban desgranando los pasajeros por el camino, en especial cuando aquel pionero transporte pasaba por el Cerro de las Rosas.
En 1923, una ordenanza municipal aprobaba la provisión de luz para Argüello, Villa Rivera Indarte y Villa Belgrano, lo que quiere decir que para ese tiempo esas poblaciones ya eran consideradas asentamientos consolidados, con núcleos habitacionales permanentes.
Argüello, otrora lugar de tránsito y referencia del antiguo camino a las sierras y estación de parada del pintoresco ferrocarril hacia esas estribaciones, posee su propia personalidad urbana, al mismo tiempo residencial y laboriosa.

Con sus hitos sobresalientes, con sus casonas de vieja alcurnia, con sus recuerdos de quintas recorridas por acequias, con sus bailes populares, con el entusiasmo de las jornadas deportivas, con su vida educativa, merece la evocación de la memoria afectiva y el detenimiento de su gente en el rescate de sucesos que hacen a la pequeña historia, siempre entrañable.

(*) Abogado-Notario. Historiador urbano-costumbrista. Premio Jerónimo Luís de Cabrera

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