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¿De Gaulle tenía razón?

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Por Santiago Martín Espósito (*)

No parecen ser buenos tiempos para Europa. “Muchos europeos se ven al borde del abismo”, advertía Zygmant Bauman, uno de los más importantes sociólogos de nuestros tiempos. Los temores de Charles de Gaulle, 50 años después, se ven confirmados. Conocidos son los dos vetos de Francia sobre Reino Unido, los que fundamentaba De Gaulle en razones políticas, sociales y económicas.
“La economía de Reino Unido, tal y como era, seguía siendo incompatible con el Mercado Común” sostuvo el héroe francés de la Segunda Guerra Mundial en oportunidad de vetar el ingreso de Reino Unido por segunda vez en 1967. Aducía un idiosincrásico comportamiento insular.
La cultura jurídica e institucional de Gran Bretaña, de tradición de common law, con la tradición de civil law de gran parte del continente, representan paradigmas opuestos. Expresiones jurídicas, fuentes, naturaleza de los derechos -entre otras- conforman significados diferentes en Inglaterra. La resistencia a un pleno compromiso con el bloque europeo fue, en última instancia, de naturaleza cultural.

La integración europea nació y se desarrolló bajo períodos de crisis. A modo de ejemplo encontramos las ampliaciones dentro de su seno que significaron modificaciones al Tratado Fundacional; la “crisis de la silla vacía” originada por De Gaulle generó una parálisis total; los rechazos a los últimos tratados -como Maastricht o el Tratado Constitucional- implicaron posteriores readaptaciones; y las últimas crisis sistémicas cuestionan la delegación de competencias y la naturaleza y conveniencia de pertenecer al bloque.
Los miembros fundadores de la Unión, en la época de postguerra y con base en la experiencia de la Resistencia Francesa y el papel de Inglaterra en el conflicto, imaginaron una Europa institucionalizada, basada en la cooperación, que controlara los movimientos nacionalistas extremos. Una vez más, y sobre todo a partir de la crisis griega, se ha insistido en la pérdida de confianza en la integración europea. La unificación y el proceso integrador europeo se construyeron con base en la desconfianza entre Francia y Alemania, una historia común de conflictos, que sólo pudo ser resuelto a partir de la instauración de un nuevo orden regional basado en instituciones supranacionales fuertes.
La Unión Europea (UE) puso en jaque el sistema Estado-Nación que tiene vigencia desde la paz westfaliana. No es tarea sencilla, por lo tanto, establecer y afianzar un nuevo orden. Se avanza superando crisis y muchas veces parece al borde del abismo, al decir de Bauman.
Para el Reino Unido, integrar la UE nunca pasó de ser un asunto esencialmente económico. Cabe recordar que no forma parte del acuerdo Schengen que permite el libre tránsito de personas entre países y recurrió a la cláusula de exclusión en dos áreas centrales para el avance de unidad en Europa: la unión monetaria y la carta derechos fundamentales. Aunque el Reino Unido fuera partícipe en la entrada en vigor del Tratado de Maastricht al transformar el bloque económico en una unión política, siempre tuvo sus reservas frente a la ampliación en los alcances de la organización.

Los efectos del brexit en Latinoamérica quizás impliquen la postergación del ya demorado acuerdo Mercosur-UE. La economía británica es liberal, promotora de los acuerdos comerciales de la UE con el resto del mundo. El brexit podría llevar a que la UE tenga una postura más proteccionista en temas agrícolas. Por otra parte, la crisis que enfrenta el proceso de integración modelo en el mundo, paradigma del poder blando, y que, como tal fue seguido por gran parte de los procesos de integración de América Latina y el Caribe, genera preocupación en los distintos bloques e impacta de lleno en un Mercosur, nuevamente en crisis.
La UE se enfrenta a crisis existenciales en distintos frentes y el desafío es saber si, ante el avance de la globalización, las naciones europeas podrán forjar un nuevo método de cooperación que reconozca que la interdependencia económica y política puede, de alguna manera, conciliarse con las visiones nacionalistas particulares de una Europa más proclive a ensimismarse.
El presente no será un año fácil. Las elecciones en Francia y Alemania generarán una mayor presión sobre la UE.
A pesar de ello, ¿por qué no vaticinar un nuevo tratado que modifique las bases actuales? ¿Por qué no dejar de ir en búsqueda de un sentido de pertenencia basado en un “destino común” derivado de la mitología nacionalista y empezar a lograr un equilibrio basado en las prácticas y experiencias de un “mismo modo de vida”? ¿Por qué no, a pesar de las circunstancias, volver a poner sobre la mesa los temas vetados por el Reino Unido como la vocación federal, la política de defensa, los aspectos sociales (con los refugiados a la cabeza), económicos y monetarios? ¿Por qué no, 50 años después, darle la razón a De Gaulle?
Europa: sueño de sabios.

(*) Docente de la Cátedra de Derecho Público Provincial de la Universidad Nacional de Córdoba; magíster en Estudios Internacionales por la Universidad de Barcelona y director de Derechos de Aterrizaje y Autorizaciones del Ministerio de Comunicaciones de la Nación.

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