COLUMNA DE OPINIÓN
Por Jorge Horacio Gentile*
El 2 de octubre pasado, en el quinto país más extenso de la Tierra, Brasil, utilizando urnas electrónicas, se realizaron en forma impecable elecciones, por las que se elegían presidente y vicepresidente de la República, gobernadores y vicegobernadores, diputados y senadores federales y legisladores de los 26 Estados que conforman esa federación y su capital, Brasilia.
Un empate fue el inesperado resultado; entre dos veteranos políticos que se postulaban para la presidencia, junto a otros siete que no alcanzaron 10% de los votos. Por un lado, Luiz Inácio Lula da Silva, un ex presidente, que lo fue dos veces, de 77 años, de centro-izquierda, quien estuvo 580 días preso por una causa que integró el proceso llamado “Lava Jato” (auto lavado), que luego fue anulada por razones formales por el Supremo Tribunal Federal; y por otro el actual presidente, Jair Messias Bolsonaro, un derechista de 67 años, capitán retirado del Ejército, quie fue diputado federal entre 1991 y 2019. Lula triunfó en 14 Estados y Bolsonaro en 11 y en el Distrito Federal.
Las encuestas preelectorales -ya que no hubo en “boca de urna”- pronosticaban el triunfo de Lula en primera vuelta por más de 10% de los votos, pero sólo obtuvo 48,4% contra 43,2% del actual presidente, y, por no haber obtenido la mitad de los sufragios positivos, ambos disputarán la primera magistratura en una segunda vuelta, el próximo día 30.
Bolsonaro tendrá mayoría en el Congreso. Entre los electos por primera vez hay tres diputadas trans, dos indígenas y un joven diputado de 26 años, Nicolás Ferreira, quien obtuvo 1,4 millón votos, el mayor número de la historia.
Este sistema electoral electrónico, que funciona a la perfección desde hace más de 25 años, les permitió votar a 123.682.372 personas, 79,05% de la población. Por ese sistema, los sufragistas presionan botones que indican en la urna electrónica un número que identifica a los candidatos. Por ejemplo, para presidente, el de Lula era el número 13 y el de Bolsonaro el 22. Luego de apretado, podían utilizar el botón que decía “anulado” si se habían equivocado o deseaban cambiar por otro; o el de “confirmado”, que daba por emitido el voto.
Hubo sólo 2,82% votos nulos y 1,59 en blanco. La organización y el control estaba a cargo de eficientes tribunales y policías electorales, como pudimos comprobar, que se parecen mucho a los que tiene India, la democracia más poblada del mundo, donde cada cinco años votan hasta 900 millones de personas también con urnas electrónicas.
Como argentino me gratificó la jornada cívica que pude vivir -en la que no estuvo ausente lo emocional porque pudimos apreciar el entusiasmo de las manifestaciones de apoyo a los dos candidatos principales-, si la comparamos con nuestras elecciones, en las que se sigue votando con millones de boletas de papel, en comicios que terminan con escrutinios cuyos resultados sólo se conocen al día siguiente -siempre que no haya impugnaciones que la retrasen aún más-.
Es inconcebible que sigamos discutiendo en nuestro país si se adopta la “boleta única”, que ya tienen Córdoba y Santa Fe, que fue proyectada por primera vez por el diputado provincial de Córdoba Teodosio Pizarro en el año 1959. El voto electrónico parece imposible.
La Constitución de Córdoba en su artículo 78.2, innovó en 2001, al establecer el voto de preferencia, que permite, como en Brasil, que el elector pueda cambiar el orden de las listas de legisladores que proponen los partidos, para luego hacer el reparto proporcional; porque, casi siempre, quienes confeccionan dichas boletas las encabezan con parientes o punteros para favorecerlos y relegan así a los más capaces y honestos. Es de lamentar; esto nunca se aplicó por no haber sido reglamentado.
- Observador en Brasilia y San Pablo de las últimas elecciones de Brasil. Profesor emérito de la UNC y la UCC. Presidente de la Asociación Argentina de Derecho Parlamentario. Ex diputado de la Nación