lunes 23, diciembre 2024
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Comercio y Justicia 85 años

Xi Jinping, el poderoso emperador chino…

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Por Silverio E. Escudero

“El capitalismo rojo o socialismo a la china le ha permitido al PCCh no sólo legitimar su poder interno a través del progreso material de sus habitantes sino disputar a largo plazo la supremacía americana que se ve amenazada por primera vez desde la caída del muro de Berlín”
Bernardo Kosacoff

Xi Jinping, el presidente de la República Popular China, se presenta ante los ojos de la historia envuelto en los ropajes de un personaje todopoderoso. Acaba de enterrar –con la complacencia de los 2.287 delegados al XIX Congreso Nacional del Partido Comunista Chino (PCCh)- el histórico legado de Mao Tse Tung. Lo necesitaba de manera imperiosa porque decidió transformarse en el “Padre”, en el “Gran Constructor de la Nueva China”, en el líder indiscutido de una nueva era que debe llevar al país más grande del mundo a la cumbre del poder en el planeta.
La ceremonia comenzó con extrema puntualidad en el Gran Palacio del Pueblo, que ordenó construir Mao en la plaza de Tiananmen para conmemorar los primeros diez años de la República Popular de China, siguiendo un estricto protocolo, que proclamaba urbi et orbi que esos diputados representaban todas las regiones de China y a los más de 89 millones de afiliados al partido: el mayor del mundo.
El mundo pareció detenerse un instante cuando la poderosa voz de Xi Jinping tronó pidiendo que se le atendiera porque tenía algunas cuestiones que decir. El actual secretario General, el jefe de Estado, el presidente de la Comisión Militar Central y núcleo del Partido, repasó, a lo largo de tres horas y media, los logros alcanzados en sus primeros cinco años en el poder y anunció sus prioridades estratégicas para el próximo quinquenio que acaba de inaugurar.
Allí advirtió la llegada de una nueva era en la visión socialista china después de que se mejoró “de forma sistemática los niveles de vida” de la población.
Tanto que se ha rescatado de la pobreza extrema a cerca de 70 millones de personas. Apenas una gota de agua en ese océano humano que complejiza todos los actos de gobierno.
Dio señales precisas a los inversionistas de que continuará su programa de reformas.
Xi Jinping prometió que la economía china mantendrá el rumbo de apertura; el motivo: “Nos trae progreso a nosotros mismos, mientras que el aislamiento nos hace quedar rezagados”. “China no cerrará sus puertas al mundo, estaremos cada vez más abiertos”, agregó y prometió proteger los derechos “legítimos” y los intereses de inversionistas extranjeros.

Por otra parte llamó a continuar el combate contra “las palabras y los actos” capaces de socavar el poder del partido y el sistema socialista. Tarea que emprendió con mucha enjundia allá por octubre de 2012, cuando llevó a poblar las cárceles con cerca de 1,3 millón de funcionarios venales, acusados de corrupción.
Aunque no puso en tela de juicio “la economía de mercado socialista”, su gobierno estuvo marcado por el regreso a la ortodoxia marxista. Es motivo de ingentes estudios de especialistas que observan el crecimiento de un Estado policíaco que se encarga de reprimir a disidentes, objetores de conciencia, defensores de los derechos humanos o creyentes que no han logrado articular un modelo de autodefensa común.
A pesar del tono triunfalista del discurso, Xi Jinping urgió a los delegados a continuar el trabajo, para intensificar la reducción de la pobreza y progresar en la transformación del país. La continuación de las reformas económicas (incluyendo las estructurales), la reducción del apalancamiento, la apuesta por las nuevas tecnologías y la innovación fueron otros elementos destacados por Xi para el trabajo futuro, junto con reformas financieras para seguir atrayendo al capital extranjero. Y apostar por un modelo de crecimiento respetuoso con el medio ambiente. Tema con el que abre un cauce en las relaciones con Estados Unidos tras la decisión de su presidente de alejarse del Acuerdo de París sobre el cambio climático.

Xi Jinping habló de política, instruyó a los suyos para profundizar la formación de cuadros y urgió a combatir el faccionalismo y el clientelismo en el partido. “Debemos reforzar al partido políticamente para que siga liderando al pueblo”, afirmó, y para ello “debemos mantener el marxismo” y hacer de China “un gran país socialista y moderno” para mediados de siglo.
En un claro indicio del crecimiento de la influencia de Xi Jinping, el Congreso acordó, por unanimidad, incorporar al estatuto del partido un capítulo nuevo con definiciones políticas y estratégicas:
Bajo el título “Pensamiento sobre el Socialismo con Características Chinas para una Nueva Era de Xi”, busca la orientación de un complejo aparato burocrático donde se destacan el Departamento de Organización, el Comité Central de Control Disciplinario, el Ejército Rojo y las empresas del Estado, bajo el imperio de un Estado de Derecho a la usanza china.
Honor que estaba, hasta ayer, reservado a Mao Tse-Tung, fundador de la República Popular, y a Deng Xiaoping, artífice de las reformas que propulsaron a China al rango de segunda potencia económica mundial. Cuestión que se valora positivamente en los ámbitos financieros occidentales.

Las apostillas que ha dejado el XIX Congreso pueden conformar una enciclopedia geográfica, con apuntes históricos políticos, de singular grosor. El desfile de las minorías étnicas con sus vestimentas típicas y costumbres permitió al observador imaginar la extensión y diversidad étnica de China.
Habida cuenta de que cientos de los congresales debían ser reemplazadas por razones de edad o por estar arrestadas acusadas de corrupción, hubo necesidad de reconstruir la estructura interna del partido. Xi Jinping ya había reemplazado a los líderes y gobernadores en todas salvo una de las 31 provincias chinas, así como el liderazgo del Ejército y casi la mitad de sus ministros. El reemplazo de casi tres cuartos del Comité Central consolidó aún más su dominio sobre el partido.
El semanario económico británico The Economist explicó que, si Xi Jinping reemplaza al Primer Ministro por el jefe de su campaña anticorrupción, Wang Qishan, significaría un enfoque extremadamente firme y una voluntad de romper las reglas, dado que los recientes primeros ministros han servido dos mandatos y el actual, Li Keqiang ocupa el cargo desde 2013. Por otro lado, Wang tiene 69 años y supera el límite de edad de retiro.
“Teniendo en cuenta precedentes recientes, podría esperarse que Wang, que ha sobrepasado el límite no oficial de retiro de 68 años de edad, renuncie del Comité Permanente del Politburó y se pierda en el segundo plano. En cambio, hay un creciente rumor de campaña de que obtendrá un rol en política económica mayor, quizás inclusive, como Primer Ministro, en lugar de Li Keqiang”, explicó, por su parte, el Financial Times.

Por otro lado, agrega el semanario británico, “si Xi Jinping promueve a Chen Min’er al Comité Permanente del Politburó (el que tiene el mayor prestigio) y nadie más de la llamada sexta generación (los que nacieron en los años 60), eso significaría que Chen Min’er está siendo preparado para la sucesión. También demostraría que Xi Jinping no presta demasiada atención a la regla del avance incremental y no a través de saltos, dado que Chen Min’er ha tenido un ascenso meteórico. En cambio, si promueve a dos líderes de la sexta generación, eso implicaría que el presidente no está preparado para nombrar un sucesor aún, lo que podría indicar que planea quedarse en el poder más allá del fin de su mandato en 2022”.
Resulta imprescindible para comprender hacia dónde va China estudiar la transición que va desde los años 80 hasta nuestros días tutelada por el PCCh, que supo adaptarse y reinventarse para mantener su poder económico, político, militar y social.
Sin embargo, el crecimiento económico bajo la dirección burocrática de sus miembros ha exacerbado los niveles de corrupción al punto de transformar la lucha contra ésta en un tema central de los líderes políticos.

 

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