Por Facundo Mounes*
“¡Daniel Benmergui ganó el premio Nuovo!”, me dice un compañero de oficina superentusiasmado, mientras abrimos un navegador para ver el video. Es el año 2012 y en marzo, como todos los marzos desde 1999, en San Francisco se entregan los premios del Independent Games Festival, festival de juegos independientes. El Nuovo es el premio a la innovación, que se les otorga a aquellos proyectos que avanzan en el medio de maneras únicas y experimentales. Daniel, un desarrollador argentino, da su discurso de aceptación en español y sin música de fondo -su juego premiado, Storyteller, todavía no tenía música-, algo irreverente en un evento anglosajón céntrico.
Sin embargo, que un argentino ganara tal galardón no era impensado. Localmente la industria de videojuegos funcionaba hacía años de manera bulliciosa, explotando en ocasionales éxitos como éste que, debido a su mercado, nuevamente anglosajón céntrico, no hacían mella en las noticias locales, siendo muchas veces una nota al pie de algún suplemento informático o, si teníamos suerte, en el cultural.
Con un adelanto de cinco años, lo que hemos ganado es que la comunidad de desarrollo haya crecido a pasos agigantados. Por ejemplo, la participación argentina en el evento Global Game Jam, uno de los encuentros comunitarios de desarrollo más importante del mundo, ha pasado de seis sedes, con 177 participantes y 37 juegos desarrollados en el año 2012, a 17 sedes, con 685 participantes y 159 juegos en 2017, todos éstos de mayor calidad.
Esto también se ve en las voces que se han logrado, rompiendo de a poco la definición en el imaginario local de videojuegos sólo como entretenimiento para pasar a ser un medio verdadero a través del cual pueden transmitirse mensajes de concienciación, de salud, actualidad, culturales o educativos.
Si bien todavía falta un largo camino para que el videojuego se instaure como un medio de comunicación que no sólo represente entretenimiento, estos logros de la comunidad de desarrolladores local nos da la pauta hacia dónde vamos: la profesionalización a mayor escala. Los videojuegos se proyectan de la misma manera que otras industrias culturales locales que hoy en día disfrutan de una producción mundial estable y reconocida (ejemplo: el cine). De cierta manera ya es una realidad, podemos verlo en ejemplos de grandes producciones locales como Master of Orion o darnos una vuelta por juegosargentinos.org; pero para seguir fortaleciendo el camino no hay que dejar de nutrir la comunidad y sobre todo comenzar a fomentar la idea en los más chicos (¡y sus padres!) de que existe como carrera.
Esto último es el gran objetivo actual. Por un lado es necesario lograr un mayor grado de profesionalización en áreas especializadas para poder competir en el mundo. Aunque esto es un poco “el huevo o la gallina”: crear demanda de puestos especializados depende de que crezca la industria, y para obtener proyectos de alto presupuesto se demanda demostrar que hay talento especializado primero.
Por otro lado, existe un gran obstáculo: la naturaleza multidisciplinaria del videojuego dificulta la elección vocacional. No existe un “desarrollador de videojuegos” sino dibujantes, programadores, productores, diseñadores, músicos, etcétera. Abrir ese abanico vocacional puede ser sobrecogedor para el niño que imagina hacer juegos como futuro.
Si logramos utilizar todas las herramientas actuales -públicas y privadas- de manera eficiente, es posible lograr futuras generaciones que hagan crecer el medio y nos proyecten al mundo. Yo por ahora tengo fe en que vamos por buen camino.