Por Jorge Elías (*)
Venezuela no sale de la encerrona. La permanencia en el poder de Nicolás Maduro divide aguas entre la autocracia y la democracia, divide al mundo entre el apoyo de Rusia, la cautela de China y el rechazo de Estados Unidos, más allá de las opiniones opuestas en América Latina y en otros confines.
Detrás está el interés estratégico y económico en un país rico en petróleo, caldo de cultivo de las argucias. En éstas, precisamente, residen la necesidad de una apertura y del ingreso de la ayuda humanitaria y las diferencias en el alineamiento con otro parteaguas -el de la política global: Donald Trump-.
Trump resultó ser el primero en reconocer al presidente encargado o interino de Venezuela, Juan Guaidó, presidente de la opositora Asamblea Nacional. Le siguió la mayoría de los países de la región enrolada en el Grupo de Lima. Entre ellos Argentina.
Discreparon México, atado a la Doctrina Estrada de no injerencia en asuntos internos de otros países, y Uruguay, atado a los vaivenes del gobernante Frente Amplio. Trump también resultó ser el primero en adoptar una medida concreta: le cedió a la Asamblea Nacional, declarada en desacato por el Tribunal Supremo de Venezuela, el control de los ingresos derivados del petróleo en el territorio norteamericano, el primer destino de las exportaciones de Petróleos de Venezuela SA (Pdvsa).
La petrolera Citgo, filial de Pdvsa, no puede enviar dinero a Venezuela, así como el diluyente necesario para que el crudo fluya por los oleoductos. Pretendió ser un tiro de gracia contra el régimen de Maduro, aferrado a la “opción militar” no descartada por Trump.
Ópera bufa al margen, con precarios entrenamientos de milicianos armados, la veintena de países de la Unión Europea que tardó lo suyo en reconocer al gobierno interino de Guaidó procuró desmarcarse de la táctica agresiva de Trump. Tomó distancia de modo de insistir en una instancia agotada, el diálogo, y ocuparse de lo urgente. Del riesgo de muerte de miles de venezolanos por la escasez de comida y de medicinas.
Trump puso a Venezuela entre Maduro y la pared. Llevó al extremo una situación delicada en la cual los militares y una porción de la población siguen siendo leales a un régimen sostenido por Rusia, China y Turquía, gracias a las deudas contraídas por Maduro, y por la gran beneficiaria del petróleo venezolano a precio vil, Cuba, de valor más simbólico que efectivo en el vecindario. Estados Unidos lidia con una desventaja: no se caracteriza por ser un buen agente de cambio. En Afganistán negocia el retiro de las tropas con el régimen talibán después de 18 años de guerra. Las intrusiones en Irak, Libia y Siria lejos estuvieron de garantizar la paz e implantar el embrión de la democracia.
La ayuda humanitaria para Venezuela, con aportes de Estados Unidos y Canadá, pasó a ser un crédito para Guaidó y una humillación para Maduro, acostumbrado a premiar en especies la fidelidad de su base política en medio del colapso económico. En esos términos, la debilidad de un gobierno considerado fraudulento y represivo fortalece la legitimidad de uno de emergencia, con más respaldo político que jurídico. Una mezquindad.
Esa otra cara de la encerrona venezolana no repara en medias tintas, como el mensaje de Trump: o convocan a elecciones presidenciales como exige Guaidó, en lugar de legislativas como pretende Maduro, o tocan fondo.
Una opción aterradora frente a los anaqueles vacíos, la hiperinflación, el resurgimiento de enfermedades que habían sido erradicadas y el éxodo de más de dos millones de personas. La Unión Europea, con Italia, Chipre, Grecia, Eslovaquia y Rumanía en las antípodas, no reconoció de inmediato a Guaidó pero tampoco habilitó a Maduro con el silencio.
Pidió “elecciones presidenciales libres, justas y democráticas”. De haberlas, el Consejo Nacional Electoral (CNE) u otro apéndice del régimen no está en condiciones de organizarlas. Excepto que Maduro acepte a los miembros nombrados por la Asamblea Nacional. Algo tan improbable como la admisión de la realidad.
(*) Periodista, dirige el portal de información y análisis internacional El Ínterin. Columnista en la Televisión Pública Argentina