Con sus ideas marcó un hito histórico en la senda hacia la igualdad de género
Por Luis R. Carranza Torres
Dijo alguna vez: “Si la mujer tiene derecho a subirse a la guillotina, también debe tener derecho a subirse sobre la tribuna”. Olympe de Gouges haría, para su dicha y también para su desdicha, ambas cosas.
Era polémica y gustaba de poner el dedo en las llagas de la sociedad de su tiempo. La esclavitud o la condición de la mujer fueron dos de sus tópicos de lucha preferidos.
No fue abogada pero abogó por esos derechos. Peleó por ellos como se debe, con la palabra. No fue violenta pero las verdades crudas, por lo general, ponen violentos a los otros: esos que resultan responsables del estado de cosas que se denuncia.
No se trataba de una jurista ni nunca pretendió pasar por tal. Pero debemos a su mente y su pluma el primer catálogo jurídico sobre los derechos de la mujer en la historia, entre otras contribuciones en el área de lo público.
Marie Gouze era su nombre real. Pero pasaría a la historia por su pseudónimo de Olympe de Gouges. Nacida en una familia burguesa de Montauban, un 7 de mayo de 1748, fue casada en 1765 a sus 17 años con un hombre mucho mayor de buena posición, a la usanza de la época, y quedó al cabo de un corto tiempo viuda y con un hijo, Pierre Aubry. Se entiende, entonces, su decepción por tal instituto jurídico y social, al que calificó de “tumba de la confianza y del amor”. También, por lo mismo, es lógico comprender que no se casara nuevamente.
En el año de 1770, por causa de la educación de su hijo, se trasladó a París, llevando una existencia acomodada, de asidua concurrencia a los salones literarios parisinos, que la llevó a codearse con la elite intelectual del siglo de oro francés.
Pronto se hizo conocida como autora de varias obras de teatro con gran contenido social, que eran representadas en todos los teatros de Francia. La más conocida fue L’esclavage des noirs, en que denunciaba el comercio de esclavos. Fue por ella también que nació su vocación de polemista y se iniciaron las persecuciones en su contra, debiendo pasar un tiempo encarcelada en la Bastilla, sin proceso previo ni acusación, por una simple lettre de cachet, una orden de arresto sin expresión de causa del rey, siendo liberada por intervención de sus amigos.
En 1788, publicó en el Journal général de France dos importantes trabajos políticos suyos que abrevaban en el derecho público: un proyecto de impuesto patriótico que desarrollará luego en su famosa Lettre au Peuple -o Carta al Pueblo- y un segundo en el cual proponía un amplio programa de reformas sociales.
En 1791, en pleno auge de los derechos de las personas, escribió su famosa Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, en el entendimiento de que su similar, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, se había olvidado de ellas.
Entre otras cuestiones, allí se establecía la igualdad de sexos en materia tanto de derechos públicos como privados, bajo la premisa de su primer artículo, en el que se expresaba: “La mujer nace libre y permanece igual al hombre en derechos”.
Que las mujeres, en el siglo XVIII, tuvieran ciertos derechos, no era nada nuevo. Desde la antigüedad, alguno que otro se les había reconocido. Que les faltaran muchos y que jurídicamente fueran un sujeto de derecho en franca inferioridad de condiciones respecto del hombre, era aún menos novedoso. El vicio hundía sus raíces en las mismas sombras del origen de los tiempos.
Lo original y trascendente de Olympe de Gouges fue situar, por vez primera en la historia, dos conceptos que hoy en día conservan plena actualidad: el género como un elemento de consideración por el derecho y los derechos de la mujer como categoría jurídica estatutaria propia.
Muchos no le perdonaron eso, como algunas otras de sus ideas. Fue juzgada en 1793 por un tribunal revolucionario sin poder disponer de abogado. Se defendió con valor e inteligencia en un juicio sumario que la condenó a muerte por haber sostenido la idea de un Estado federado, de acuerdo con los principios girondinos. Fue guillotinada al día siguiente. Según algunos, subió al cadalso con valor y dignidad; los diarios de la época reflejaron dicha versión. Luego, otros testimonios de testigos presenciales recogidos por historiador Jules Michelet, afirmarían exactamente lo contrario.
Su único hijo renegó de ella públicamente poco después de su ejecución, por temor a ser detenido. El ninguneo se extendió hasta nuestros días: No fue mencionada en los fundamentos de los instrumentos de derechos humanos del siglo XX, a los que contribuyó, y en 1989, las varias peticiones efectuadas por intelectuales para que su nombre figurase en el Panteón de París, reservado a las personalidades más destacadas de Francia, fue desestimado por la presidencia del Estado.
Pero nada de eso desmerece el tremendo avance que significaron sus ideas. Éstas también nos recuerdan que, así como mucho del conocimiento científico surge sin aplicar método alguno, por mero y casual descubrimiento, también en el derecho debemos aspectos centrales de nuestro ámbito a la labor de personas que no han tenido titulación jurídica alguna sino un simple y elemental sentido de la justicia. Olympe de Gouges es, a todos los efectos, un buen ejemplo de ello.