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Un mentiroso desfile de la victoria

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Por Luis Carranza Torres

El desfile de la victoria inglés por la campaña del Atlántico Sur fue organizado por la ciudad de Londres para saludar a la Fuerza de Tareas triunfante. A cuatro meses del cese de hostilidades, se planificó como un desfile militar con todo y bandas, a lo largo de buena parte de la ciudad.

El London Victory Parade comenzó en Armoury House, cuartel del más antiguo de los regimientos del ejército británico, y terminó en Guildhall, una especie de equivalente medioeval a nuestro Palacio 6 de julio para la ciudad de Londres. Alrededor de 300.000 londinenses se acomodaron a lo largo de la milla de su recorrido, gritando y agitando banderas al paso de las tropas. La canción más tocada y entonada, fue Rule Britannia.

El alcalde (Lord Mayor) de Londres, Christopher Leaver, saludó a las tropas desde las escalinatas de Manison House, la residencia oficial del intendente de Londres, donde también estaban el almirante sir Terence Lewin, jefe de Estado Mayor de la Fuerza Armadas, y la propia primera ministra Margaret Thatcher. Estos dos últimos no dejaban de sonreír. La victoria había sido más que generosa con ellos. El marino había obtenido el archivo de todas las reducciones respecto de las Fuerzas Armadas, en particular los de la armada, que mantendría a sus unidades de superficie, portaaviones incluidos. Por su parte, todas las encuestas hablaban que la popularidad de la política nunca había sido más alta. Ella y su partido ganarían las elecciones del año entrante.

De los miles de millones de libras gastados, que prolongarían en un par de años la recesión económica reinante, y los cuatro millones de desocupados del país, nadie se hizo cargo ni hubo mención alguna del tópico en los discursos.

Sí en su alocución, la primera ministra alabó esa “hazaña magnífica de las armas”, llevada a cabo por un grupo de “audaces jóvenes británicos”, quienes “escribieron un capitulo glorioso en la historia de la libertad”. La falta de materiales y entrenamiento adecuado, el haber sufrido las mayores pérdidas desde la Segunda Guerra Mundial, y el tener en el fondo del mar un tercio de la tercera flota del mundo, por la acción de la aviación argentina, no fueron temas que se tocaran en su discurso. Tampoco, la discreta baja de dos de los tres generales que dirigieron a esas tropas, por incompetencia. O que en los 44 días de combate, los ingleses sufrieron bajas a razón de casi seis hombres por día; mientras que durante el conflicto con mayores pérdidas previo, en la guerra de Corea, “sólo” perdieron once hombres por mes.

Thatcher concluyó sus palabras diciendo: “Nosotros, el pueblo británico, estamos orgullos de lo que hemos hecho, orgullosos de esta página que hemos escrito en la historia de nuestra isla, orgullosos de estar aquí para homenajear a nuestros soldados. Estamos orgullosos de ser británicos”.

Pero más allá de todas esas cuestiones, los entretelones de los festejos no mostraban un rostro tan triunfante ni alegre. Y la propaganda oficial británica había extremado las medidas para disimular el costo humano de la guerra. Para comenzar, los “777 valientes jóvenes” heridos no habían sido participados del evento.

Uno de ellos era Robert Lawrence, un teniente del 2º Batallón de Guardias Escoceses, a quien un francotirador argentino, en plena noche y desde cientos de metros de distancia, le había acertado con un preciso disparo de 7,62 mm en la cabeza, dejándole un agujero de quince por cinco centímetros en el cráneo y una hemiplejía severa en todo el lado izquierdo de su cuerpo, con un brazo totalmente paralizado, un tobillo espástico e incontinencia ocasional.

Robert contaría luego en su libro Tumbledown, que durante su rehabilitación en el hospital de la Real Fuerza Aérea en Headley Court, se enteró de “que habría un Desfile de la Victoria para veteranos de Malvinas, organizado por el Lord Mayor de Londres, pero que no se permitiría participar a los heridos. No se nos permitiría estar allí”.

Luego del desfile, que no quiso ver en la televisión por el disgusto, se enteró leyendo los diarios que alguien había filtrado a la prensa la noticia de que todos los veteranos que se encontraban en rehabilitación en Headley Court habían seguido orgullosamente el desfile por la televisión, habiendo terminado temprano con sus terapias a fin de poder hacerlo. Y que ellos habían estado más que agradecidos cuando los helicópteros que participaban de la ceremonia, en vuelo a Londres, habían sobrevolado por encima del Centro de Rehabilitación, a modo de saludo.

Al respecto, Robert escribirá: “Basura, mentira de cabo a rabo. Los tratamientos no terminaron temprano y no pasó ningún helicóptero y, además, si no fui invitado, ¿cómo podían pretender que estuviera viendo orgullosamente por TV la maldita cosa?”.

Era sólo una muestra de una política de olvido que se volvería sistemática, no sólo en las tierras inglesas.

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