Por estos días, es materia de controversia el destino de la hidrovía que conforman los ríos Paraguay, Paraná, Uruguay y de la Plata y sus afluentes. Cuestión que, como hemos observado desde nuestro otero, ha despertado un sarpullido pseudonacionalista que ha invadido las redes sociales y los medios de comunicación. Escenario que han ocupado opinólogos de toda laya y pelaje que, como ocurre en estas ocasiones, hacen gala de una más que supina ignorancia, en un intento bribón de confundir una cuestión técnica, como el dragado del lecho del río y el cobro de peaje, con una cuestión de soberanía nacional.
Debate tan falaz como el que propiciaron similares actores durante la presidencia de Arturo U. Illia para oponerse a la construcción de la presa del Paraná Medio, que habría transformado en forma definitiva la economía argentina y permitido, mediante un sistema de esclusas, la navegación por los ríos interiores del país.
Era el sueño de una Argentina grande y poderosa que se forjaba en la mente lúcida y bien amoblada de dirigentes comprometidos con el desarrollo de la nación. Precursores de una América del Sur que debía -en su condición de continente bioceánico- transformarse en una potencia mundial capaz de competir, en pie de igualdad, con Estados Unidos, Rusia, China y la Unión Europea.
Ésa era la idea maestra; ese, el planteo geopolítico en el que se inscribe el proyecto de Gabriel del Mazo que promovía -en 1948- construir un gran Canal Sudamericano que permitía unir las cuencas de los ríos Orinoco, Amazonas, Paraguay, Paraná y Uruguay, para favorecer la navegación interior de nuestra América del Sur desde el mar Caribe hasta el río de la Plata.
Las miserias de la política doméstica y la miopía de una mayoría circunstancial en la Cámara de Diputados de la Nación hicieron que tamaño estudio fuese condenado al archivo sin considerar siquiera sus valimientos geopolíticos, ya que habría sido el vehículo para conformar en una sólida alianza política, económica y comercial a Venezuela, Colombia, la región de las Guayanas, Brasil, Ecuador, Perú, Bolivia, Paraguay, Uruguay y Argentina.
La frustración y la máquina de impedir tuvieron nombres y apellidos. Las apetencias personales y la ambivalente conducta de la Cancillería argentina fueron obstáculos constantes para concretar el sueño de la unidad continental.
Así ocurrió, nuevamente, a mediados de los años 50, cuando la República Oriental del Uruguay retomó la iniciativa y se comprometió en llevar adelante el proyecto del Canal Sudamericano. Debió enfrentar una fortísima oposición de los gobiernos de Marcos Pérez Jiménez (Venezuela), Getulio Vargas (Brasil), Alfredo Stroessner (Paraguay) y Juan Perón, quien plantó en el río de la Plata tres barcos de guerra cuyas baterías apuntaban a Montevideo.
Los grandes proyectos fluviales e hidroeléctricos caracterizaron la segunda mitad del siglo XX. Se los tenía como ejes fundamentales en las políticas de desarrollo de la mayoría de los países de Latinoamérica y símbolos representativos de la grandeza nacional. Asociados siempre a las ideas de crecimiento económico, industrialización y urbanización “promovidas por las diversas teorías desarrollistas de la época”.
Dichos proyectos han concitado nuestro interés desde siempre. Todos ellos ocupan un lugar destacado en nuestro archivo. Están los debates parlamentarios -cuando los hubo- y las miradas de los más diversos sectores de las fuerzas armadas, representados por el pensamiento de los generales Juan Enrique Guglialmelli, Osiris Guillermo Villegas y Ramón Genaro Díaz Bessone; en el del almirante Isaac Francisco Rojas, quien confronto con rudeza con el brasileño Paulo R. Schilling y el uruguayo Julio E. Sanguinetti, sobre el presente (1974) y futuro de la cuenca del Plata.
Un capítulo especial en esta memoria lo ocupa la arquitecta Elva Roulet -vicegobernadora de la Provincia de Buenos Aires- quien, por cuenta y orden de las organizaciones de Estados Americanos y de las Naciones Unidas realizó un estudio sobre los flujos hídricos de los grandes ríos de América del Sur. Y, por cierto, los enormes trabajos del inolvidable Jorge Federico Sábato, que confluyeron en el último repaso sobre los recursos y potencialidades argentinas frente a los desafíos que planteaba el final del siglo XX y su derrame en el primer cuarto del siglo XXI.
De esta forma llegamos al momento en que la academia extrapola las consecuencias de la construcción de las grandes presas del continente y ofrece un puñado de conclusiones que tienen algún tufillo de arbitrariedad. Las enunciemos: “1) para los Estados nacionales han implicado esfuerzos económico-financieros elevadísimos, al tiempo que su eficiencia energética, como lo demuestran investigaciones posteriores a su momento de auge, no se ha correspondido, generalmente, con lo esperado; 2) los efectos socioambientales derivados de su construcción, aunque durante mucho tiempo fueron símbolos de grandeza nacional y progreso económico; 3) los beneficios que se han obtenido de ellos han sido, en general, económicos y sectoriales, y muchos de ellos pueden considerarse, en los ámbitos locales, formando parte de los procesos de desposesión territorial (Harvey, E., El nuevo imperialismo: acumulación por desposesión. Buenos Aires. Clacso, 2005), y un antecedente de las dinámicas de expulsión del capitalismo actual (Sassen, S. S. Expulsiones, brutalidad y complejidad en la economía global. Buenos Aires. Katz, 2015).”
A esta altura del relato es menester retornar a Illia. El Presidente de la Nación abre el debate nacional en un discurso en el que plantea los grandes temas nacionales y su visión a mediano y largo plazos. Discurso que conmueve la comunidad política y la siempre timorata Unión Cívica Radical huye de la escena. Apenas un puñado de diputados nacionales, encabezados por Mario Roberto, salen a “bancar” al Presidente. El resto hace mutis y huye hacia destinos más apacibles.
Los debates en las comisiones son cada vez más ardientes. Se suman los agravios. El peronismo -representado en el Congreso Nacional por casi una veintena de partidos provinciales- junto a la curia y los altos mandos de las Fuerzas Armadas acusan al Presidente de “comunista”. Tradición, Familia y Propiedad gana las plazas y con la Uocra coincide en sembrar bombas en las ciudades de Buenos Aires, Córdoba, Rosario, Tucumán, Mendoza, Bahía Blanca, Paraná y Corrientes. ¿Las razones? Supuestos agravios a la soberanía nacional.
No admitían que la presa del Paraná Medio se construyera con crédito y tecnología soviética; que los trabajadores debían constituirse en cooperativas de trabajo para así hacerse responsables de las obras civiles y el posterior mantenimiento del gran lago.
Ninguno de quienes gesticulaban en nombre de la “patria agraviada” ofrecía una alternativa diferente. No se les caía una idea ni por asomo. Rodolfo Tecera del Franco se arrepintió de tamaña tropelía pero ya era demasiado tarde.
Tampoco sabían de geopolítica, de las presiones de Brasil y menos del régimen del río Paraná y las formas de represamiento de las aguas. Tampoco, en su fanatismo, observaban el poder transformador de las aguas y su aprovechamiento hidroeléctrico.
En mi archivo se encuentran ediciones completas de los diarios El Liberal y La Nación tergiversando los hechos. Noticias que eran amplificadas por la radio. Muy pocas veces las direcciones de la Cadena Gigante (cuya cabecera era radio Belgrano), la Red Argentina de Emisoras Splendid y la ultrapoderosa Radio El Mundo de Buenos Aires y su Cadena Azul y Blanca de Emisoras Argentinas habían acordado una misma línea editorial.
Luis Clur, Armando Repetto, Bernardo Neustadt, Jacobo Timerman, Mariano Grondona y una serie de periodistas y economistas ligados a Wall Street fueron los encargados de unificar los discursos. Al fin sabríamos, de una vez y para siempre, que el cemento tenía ideología. Era comunista.
Excelente articulo. Imprescindible para armar el rompecabezas llamado verdad.