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¿Tiempo de elecciones, promesas, medias verdades y decepciones?

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 Por Silverio E. Escudero

La República Argentina, en medio de una de las tantas y recurrentes crisis económicas y financieras por la ineficiencia y torpeza de nuestros gobiernos, transita un nuevo tiempo electoral. Elige, en distintos turnos, presidente y vice de la Nación, senadores y diputados nacionales, gobernadores provinciales, legisladores provinciales, intendentes municipales y miembros de los concejos deliberantes y de los tribunales de cuentas.
Esquema electoral que representa en forma cabal la estructura federal de la República y el respeto por las autonomías municipales, logros fundamentales de nuestra rica vida institucional.
Representación que, por distintos motivos, está siendo agraviada por grupos de tecnócratas, gobernantes, políticos y comunicadores sociales que hacen gala de una supina ignorancia de la Constitución Nacional y las leyes que reglamentan su ejercicio. Opiniones disparatadas que hasta fomentan el quiebre del orden institucional.
Quienes así piensan -insistimos- incuban el germen del autoritarismo que celebra el silencio de los cementerios antes que el bullicio y la vocinglería de la democracia. Se niegan a discutir, de cara a la sociedad, sus planes y programas de gobierno, porque se suponen integrantes de una casta de privilegiados que añoran los tiempos del absolutismo monárquico o sueñan con la posibilidad de generar un autogolpe que los eternice en el gobierno, más allá del fracaso o éxito de su gestión económica. Quizás, para entender mejor lo que nos sucede, debamos apropiarnos de del título de un magnífico libro de la inolvidable Lillian Hellman y decir que vivimos un Tiempo de canallas.

Lo que aquí se afirma no es otra cosa que la lectura circunstanciada de los datos duros de la historia de los argentinos. Muchos de los aspirantes a los asientos más importantes de la administración, tanto en público como en privado, han sincerado sus propósitos. Promueven la recreación de un Estado corporativo concentrado en un Poder Ejecutivo fuerte, autoritario y de mandato indefinido o “eterno”. Poder que tornaría ilusorio el ejercicio de la Libertad, restringiendo las garantías individuales, favoreciendo al dogmatismo, el culto a la personalidad entre otras “bondades” propias de la creación de “líderes imprescindibles” que terminan sus días acusados de latrocinio o en una bóveda majestuosa del más prestigioso y confortable cementerio de la región.
Mientras esto sucede, sus seguidores, sus secuaces, en un gesto de irracionalidad que los caracteriza, anuncian -en sus actos y a través de las redes sociales- el advenimiento de un tiempo de venganza y persecuciones. ¿Deberemos en esta campaña electoral junto a los votos contar por cientos los muertos y heridos como consecuencia del accionar de facciones en pugna?

Unos y otros retrotraen la historia institucional de Argentina a sus horas más aciagas.
A la concepción de proyectos corporativos que se alentaron desde los comienzos mismos de la nacionalidad bajo banderolas que proclamaban “Religión o Muerte”. Ideas que encontraron, con el paso del tiempo, continuadores en personajes de la talla de Manuel Carles, Leopoldo Lugones, Floro Lavalle,José Evaristo Uriburu y Carlos Ibarguren, padres putativos la Legión Cívica -única organización paramilitar y parapolicial creada oficialmente por el Estado- y los ideólogos de los asesinatos del diputado socialista José Guevara, en las calles de Córdoba y, del senador nacional electo por la provincia de Santa Fe, Enzo Bordabehere.
Nómina a la que sumamos el nacionalismo católico, las distintas facciones del Partido Fascista Argentino, la Alianza Libertadora Nacionalista, los promotores, beneficiarios y herederos del golpe de estado del 4 de junio de 1943, los inspiradores de la Constitución de 1949 que declara los municipios dependencias de los gobiernos provinciales y prohíbe el derecho de huelga, los censores de todos los tiempos en especial los salidos de las entrañas de la revolución del 4 de junio de 1943 (que prohíbe el uso del lunfardo en el tango) o los de la Revolución Libertadora que clausuran unidades básicas y sancionan a los medios de comunicación y a las entidades civiles por pronunciar los nombres de Juan Domingo Perón -el tirano prófugo- o el de su mujer, Eva Duarte.

El desencuentro de los argentinos se profundiza. Nadie, por este tiempo,se responsabiliza de la confabulación entre la iglesia Católica, representada por el nacional-falangista que encabezaba Juan Carlos Ongania, los laboratorios medicinales y la industria petrolera que promovió el derrocamiento del presidente Arturo U.Íllia con la complicidad del movimiento obrero organizado y del general Juan Perón que, desde Puerta de Hierro, recomendó a los suyos “desensillar hasta que aclare”.
Así vamos sumando episodios inconmensurables que profundizan los abismos que separan a los argentinos. Generaciones enteras deberán trabajar para sanar las heridas del terrorismo de estado y la aplicación del Somatén. Heridas que no se cierran con fallos de la justicia que fue cómplice necesaria de los crímenes de lesa humanidad.
La recuperación de la Democracia abrió caminos de esperanza que pronto se vieron jaqueados por las socios del atraso. Los capitanes de la industria -quienes se habían enriquecido durante la dictadura militar-, la patria financiera, las fuerzas armadas que se negaban ser investigadas por las violaciones de los derechos humanos, por las deserciones y defecciones de oficiales y suboficiales en el frente de combate, por el ultraje y maltrato que sufrieron los soldados en la turba malvinense y el destino final de la multimillonaria colecta que conformó el Fondo Patriótico.
Fresco que no sería completo sino se consideraran las sanciones económicas que Gran Bretaña impuso a nuestro país para el cobro de las indemnizaciones de guerra y los honorarios papales por sus gestiones de paz con Chile, primero, y el Reino Unido, después.
Causas eficientes para desatar la hiperinflación de post guerra que no supo o no pudo controlar el gobierno constitucional de Raúl Ricardo Alfonsín y que fueron condicionantes de los fracasos de la Argentina reciente.

Cuadro que se agravara, en el turno presidencial que encabezó Carlos Saúl Menem, con la venta de las joyas de la abuela, la desactivación del ferrocarril, la desaparición de la Caja Nacional de Ahorro Postal, el desguace del Correo, la desaparición de Líneas Marítimas del Estado (ELMA) entre tantos otros ejemplos, para el enriquecimiento de una poderosa banda de maracanaces con sólidos vínculos gubernamentales y acostumbrados a someter a la justicia cuando los jueces ponen la lupa en sus intereses.
Cada uno de los lectores hará su propio canon de la corrupción de nuestros gobernantes. Gobernantes que cuando el país arde por su ineptitud manifiesta prefieran guarecerse en una iglesia para reclamar un milagro que nunca llegó que asumir sus irrenunciables responsabilidades.
Y luego la ópera bufa que tuvo por escenario el Congreso de la Nación cuando declararon, en medio de discursos irresponsablemente patrioteros, cantos de marchas partidarias que “combatían al capital” la cesación de pagos de nuestro país y su salida de los organismos multinacionales de créditos. Decisión “revolucionaria”, por cierto, que nos llevó a caer en los brazos de los mal llamados fondos buitres y transformarnos en dependientes la “solidaridad militante” del presidente venezolano Hugo Chávez Frías quien, “en nombre del Socialismo del Siglo XXI”, facilitó prestamos con un interés hasta 27 por ciento más caro que el siempre denostado Fondo Monetario Internacional. Gesto que, a todas luces, se transformó en un ejemplo de “usura revolucionaria”,

Como los bienes argentinos estaban sujetos a embargos fue necesario estructurar un sistema de triangulación con terceros países que compraban y vendía nuestros productos “con bandera falsa”. Nunca nadie ha dado cuenta del precio que se pagó por tamaño gesto solidario y que permanece oculto en los balances del Estado Nacional.
Este breve repaso histórico nos debe servir para que nos demos cuenta de que todos los candidatos a presidente carecen de un programa de gobierno y hacen de la improvisación y la torpeza su blasón y su bandera. Es tiempo de exigir a los aspirantes gestos de seriedad porque “no es para todos la bota de potro”.

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