Teletrabajo en el sector público: ¿todo tiempo pasado fue mejor?

Por Marcela Palacios (*)

A dos años y un poco más de la puesta en marcha de la Ley Nacional 27.555 Régimen Legal de contrato de Teletrabajo, nos queda un sinsabor por todo lo que impactó esta nueva modalidad, tanto en los ámbitos laborales como en la vida en general de las personas, las organizaciones, las economías, etc.. La metodología, sin embargo, parece ir perdiendo fuerza y alcance a pesar de todo lo que significó como fenómeno característico y “heroico” durante la época de pandemia que nos afectó desde el 20 de marzo de 2020 hasta no hace mucho tiempo.

Es que si hacemos retrospectiva de lo que sucedía hace 28 meses atrás aproximadamente nadie entendería lo que hoy está sucediendo en esta materia.

Ante la urgencia que impuso el Decreto de Necesidad y Urgencia N° 297/2020 por el Covid-19, y el mismo instinto del ser humano de adaptarse y aprender cosas nuevas, se generaron muchos fenómenos sociales interesantes que fueron objetos de análisis y estudio.

El teletrabajo se impuso en todos los ámbitos laborales. Primero como una medida de necesidad incuestionable para continuar trabajando en empresas y otros sectores como el sector público, algo inédito e impensado. Pero a medida que la pandemia se desarrollaba fue asentando nuevas culturas de comportamiento en las familias, vínculos laborales, sociales, estilos de liderazgos, incluso las mismas economías locales se vieron obligadas a reinventarse encontrando nuevos mecanismos de seducción comercial para potenciales clientes.

Fue un cambio paradigmático que generó múltiples impactos a toda escala.

Pese a tantas variables a favor, también existía mucha resistencia de algunos mandos que se veían amenazados ante los cambios que requerían el tener que desarrollar nuevas culturas de trabajo y maneras de relacionarse, pero que finalmente se veían debilitadas por los amplios beneficios que empezaron a materializarse en los indicadores de productividad y bienestar de las organizaciones. Sin mencionar las mejoras en los costos de transacción y de mantenimiento de estructuras laborales fijas y sedes de trabajo convencionales que fueron reducidas hasta eliminarse, en muchos casos.

No es mi intención en este artículo insistir en los beneficios que ya he remarcado en anteriores publicaciones.

Hoy resulta interesante analizar qué pasó con todo ese potencial desarrollado, tanto en habilidades blandas, como duras, el montaje de una nueva modalidad y entender por qué en diversos sectores se volvió atrás, como si la pandemia no hubiera dejado efectos valiosos para conservar luego de una crisis mundial como la que se vivió producto del Covid-19.

Haciendo referencia al tema que me trae en esta ocasión, se puede apreciar una evolución negativa sobre todo en el sector público, ya que solo en muy pocos espacios laborales públicos se mantuvo la modalidad por “convicción institucional” y en la mayoría, por “preferencias de gestión”, se regresó a la modalidad presencial, ignorando todo el caudal de aprendizaje, beneficios tanto para el empleador como los empleados, el costo de puesta en marcha de una nueva forma de trabajo, el costo de oportunidad por no desarrollar una nueva cultura del trabajo en el sector público con nuevos pilares o valores de trabajo basados en eficiencia y eficacia de gestión, conciencia ciudadana, compromiso, liderazgos participativos y, por qué no, en la felicidad de las organizaciones.

Esto responde a las burocracias fundadas en un “control” meramente operativo y un “poder” ejercido bajo el “control” de “dominación” y no en un poder construido sanamente desde el liderazgo ganado por el compromiso del equipo, la credibilidad, la conducción hacia objetivos claros y la inclusión en el sentido de pertenencia. Lo que se ha podido observar es que ha disminuido en gran medida el éxito de una modalidad de trabajo, que vino para quedarse pero, sin embargo, sigue siendo resistida. Principalmente en el sector público aún no se han podido abandonar viejas prácticas y manera de hacer política y gestión que va desapareciendo, incluso en los ámbitos que parecía imposible.

La digitalización, la modernización, las nuevas tecnologías y diferentes modalidades de trabajo, como el teletrabajo, van de la mano y “piden pista” para avanzar definitivamente.

Seguir negando y cerrando puertas a las nuevas realidades implica un costo social cada vez mayor en detrimento de las sociedades actuales.

¿Cuántas pandemias vamos a necesitar para vencer los viejos paradigmas de una cultura del empleo público que ya no responde a las nuevas realidades sociales y organizacionales?

(*) Magíster en Administración Pública.

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