Una serie televisiva que cambió muchas percepciones. Fue un ejemplo, para lo jurídico, de cómo el arte por medios masivos influye sobre la realidad.
Por Luis R. Carranza Torres
Era la versión hollywoodense y legal de la novela televisiva o “culebrón” latinoamericano que despuntó en las pantallas chicas. Su título era el mismo de la tradicional fórmula con que solemos concluir, por estas partes del mundo, los escritos judiciales.
Así se conoció en Latinoamérica la serie de abogados más vista de mediados de la década de 1980 y que revolucionó el género. La denominación original en los Estados Unidos era L.A. Law (literalmente: La Ley de Los Angeles).
Ficcionaba sobre la cotideanidad de un gran bufete de abogados californianos, metiéndose en la existencia de las distintas categorías de integrantes del tan prestigioso como ficticio estudio jurídico McKenzie, Brackman, Chaney y Kuzak. A lo largo de ocho temporadas y 172 episodios, combinó de un modo atrayente para sus fanáticos tanto la vida interna y ante los tribunales del bufete como las relaciones personales de los abogados, los empleados, los clientes y hasta alguna fiscal y juez.
En cada episodio se mostraban dos casos judiciales, por lo general uno civil y otro penal, desarrollados desde que los abogados los preparaban para presentarlos en la corte, hasta el desarrollo del juicio y sus repercusiones en los implicados tras el fallo. A la par de dicha línea argumental, se contaban los sucesos cotidianos en la vida de los miembros del bufete.
En uno y otro caso, se tocaban toda clase de problemas diarios y temas de interés social. Es así que temáticas como la vuelta al mundo del trabajo de una mujer por causa de su divorcio, la adicción al trabajo de algunos, la promiscuidad amorosa de otros, el mantener una relación afectiva a partir de verse en el trabajo o la lucha por mantener esa relación aun enfrentados en la corte fueron algunos de los temas tratados.
Mostrados como drama en algunos casos y desde el humor en otros. Se conseguía de esa forma un mix equilibrado de emociones que satisfacía a casi todos. Dependiendo de lo que buscara el espectador, la serie era para algunos un divertimento y para otros hasta una disimulada ficción de protesta social. Tenía, además, por tema de introducción una melodía creada por Mike Post con uno de los mejores solos de saxo que la tele haya podido crear.
Nunca en sus historias se rehuyó la controversia, mostrando temas tabú para la época tales como las prácticas sexuales perversas de personajes que en público parecían impolutos, el amor lésbico entre dos abogadas, los cánones caprichosos de la belleza, el nudismo, la discriminación velada a las minorías o el maltrato psicológico a una divorciada por su ex esposo.
Como todo producto novedoso y con audiencia, tuvo una catarata de premios. En su año debut, 1987, ganó tanto el Emmy como el Golden Globe a la mejor serie dramática. Luego, en el mismo rubro al año siguiente repetiría con el Golden Globe en esa categoría y tendría tres Emmy consecutivos entre 1989 y 1991.
Debido a su popularidad, la serie tuvo gran influencia en cómo los estadounidenses vieron la ley y los abogados. El New York Times dedicó un artículo al tema, entendiéndola como “el más serio intento de la televisión hasta la fecha para retratar las leyes estadounidenses y las personas que lo practican. LA Law quizás más que cualquier otra fuerza ha llegado a dar forma a las percepciones del público sobre abogados y el sistema legal”.
Su impacto social abarcó varios campos, desde lo estético a cuestiones más profundas. En las primeras temporadas, el problemático y apasionado romance entre la fría fiscal Grace van Owen, encarnada por Susan Dey, y el bonachón abogado Michael Kuzak, interpretado por Harry Hamlin, acaparó todas las miradas juveniles y generó imitación en el estilo de ambos. Muchas se cortaron a los hombros el cabello como ella y no pocos se generaron el jopo de él, principalmente en las facultades de derecho, tanto en Estados Unidos como entre nosotros, en las dos del ramo que existían por ese tiempo en Córdoba. Me consta personalmente ese último hecho, aunque me abstengo de ejemplificar al respecto por pedido expreso y unánime de los implicados e implicadas.
Pero el programa también tuvo otros efectos más profundos. Con el personaje de Victor Sifuentes, encarnado por un debutante Jimmy Smits, fue la primera vez que en la televisión de EEUU aparecía un hispano en un rol clave de un bufete. Luego de eso, varias universidades en ese país exprimentaron un incremento en las solicitudes para abogacía de parte de integrantes de esa comunidad.
La prestigiosa revista jurídica especializada The Yale Law Journal le dedicó uno de sus volúmenes, el 98, en el año 1989. En él, el profesor Lawrence Friedman advirtió de que la serie había ofrecido al público más “bytes de información (veraz o no)” que cualquier otro medio, creando estereotipos culturales difíciles de destronar, aun con la verdad.
Criticada por inexacta sobre el modo de vida y de trabajo de los abogados o ponderada por sus defensas de aspectos invisivilizados de la realidad social, como expresó Stephen Gillers, también en ese número 98 de The Yale Law Journal, la serie mostró “a sus decenas de millones de espectadores los agravios, la ética, y otras ideas jurídicas básicas y los dilemas que componen el primer año de la educación legal”. Una suerte de introducción al derecho, liviana y actuada. Para muchos, ajenos al devenir diario del derecho, y aun con los ribetes de adorno propios del género, eso no debió ser poca cosa.