Por Silverio E. Escudero
Los adictos a las teorías conspirativas y las supersticiones están exultantes. Hemos leído, al menos, una cincuentena de informes especiales y correos dictados por alguna deidad de existencia imposible en los que se explica por qué 1968 resultó tan trágico y preponderante en la historia del siglo XX.
Los últimos están dirigidos a revelar las razones esotéricas por las cuales Robert Francis Kennedy (RK), senador de los Estados Unidos y candidato a la Presidencia, tras celebrar su triunfo en las elecciones primarias de California, moría baleado, en la cocina del Hotel Ambassador de la ciudad de Los Ángeles, en la madrugada que va del 5 al 6 de junio de 1968. Hace exactamente 50 años.
No fue una muerte más en la larga lista de asesinatos políticos que jalonan la historia de EEUU. La pequeña bala calibre 22 no solo destrozó el cerebro del político más lúcido de su tiempo. Asesinó el futuro de la mayor potencia política y militar de Occidente.
Acababa para siempre con el Gran Sueño Americano. Quedaban en la banquina de la historia el american way of life, el new deal rooseveltiano y la great society que apenas pudo formular Lyndon B. Johnson (LBJ), sucesor del presidente John Fitzgerald Kennedy (JFK), asesinado en las calles de Dallas el 22 de noviembre de 1963.
Bob era el modelo del nuevo político que esperaba como al Mesías la humanidad, según se nos cuenta. El político que, más allá de las luces del estrellato, fue capaz de comprometerse con las causas justas y hacerlas suyas. Un político al que no le pesaran las responsabilidades como lo había demostrado hasta el hartazgo desde su posición de fiscal General (ministro de Justicia) durante el gobierno de su hermano.
“Ésta es la historia de un niño poco prometedor que se convirtió en un gran hombre”, escribió Evan Thomas, uno de sus biógrafos más afamados. Jeff Shesol, otro protagonista-testigo de la construcción del último mito americano, lo describe como el modelo del perdedor nato, del que tiene todos los números de una lotería cuyo premio nunca saldrá. Lo describe como un underdog desde que era estudiante, la personalidad de un actor secundario y agrega, en su libro Mutual comtempt (Desprecio mutuo) -dedicado a la compleja relación que mantenía con LBJ-: “De crío siempre fue el menospreciado entre los compañeros que le rodeaban y eso hizo que de adulto sintonizara con los pobres, con los negros, con la gente que tenía que luchar día a día para sobrevivir. Su hermano John se preocupaba por ellos, pero no se identificaba. Robert estaba verdaderamente conectado con ese movimiento en términos morales”.
Cuestiones éstas que horrorizaban al atormentado Johnson que encargó a su círculo íntimo la manera de diluir la creciente fama de Bob, que ganaba los titulares de los diarios y los horarios centrales de la radio y televisión, con la promesa de acabar con la Guerra de Vietnam mientras se abrazaba con los deudos de los muertos en combate.
Las preguntas agobian. Como la maraña de hipótesis y teorías que circulan por la web. La más febril nos llevo a reconstruir qué sucedió en el mundo en los 68 días que separan la muerte de RK de la de su admirado Martin Luther King. Sesenta y ocho días que le permitieron a Kennedy saber que era el próximo. Quizás porque en su itinerario de campaña figuraba una visita a Cuba y la consiguiente entrevista con Fidel Castro.
¿Quién estaba detrás de ambos asesinatos y movía los hilos de las marionetas que los ejecutaron? ¿Por qué el eficaz servicio secreto de Estados Unidos se mostró absolutamente incapaz de dilucidar un asesinato que se produjo ante los ojos de todos de los que estaban en la cocina del hotel Ambassador? ¿Si el cargador del revólver del matador tenía capacidad para ocho balas por qué se encontraron 13 vainas servidas?
Las novelas policiales -cuando la trama se complica- apelan a la figura del mayordomo. Esta vez no contamos con ese recurso. Volvemos una y otra vez a nuestros cuadernos con apuntes y a un conjunto de recortes de diarios y revistas de época. Buscamos pistas en la primera lectura de los hechos que proporciona la astucia de los periodistas. Hábito que deberíamos adoptar siempre antes que la información sea zarandeada por las presiones de intereses económicos y políticos.
Uno de nuestros corresponsales –que conocimos en otro tiempo- se ufanaba ante sus colegas y amigos de ser el único que accedió a la historia clínica del hospital Good Samaritan (Buen Samaritano), donde Kennedy permaneció internado alrededor de 26 horas. Un mes después del asesinato habían desaparecido cuatro hojas foliadas. Las que corresponden a las instrucciones para el personal de enfermería. Personal de piso que en su totalidad había desaparecido como por arte de magia. ¿Acaso por necesidad de ocultarlos cuando la prensa especuló con la existencia de un segundo y de hasta un tercer tirador?
En esta historia aparecen actores que se confunden con los invitados especiales. Algunas líneas de investigación comprometen a Richard Nixon (RN) y el Partido Republicano. La desaparición de Kennedy allanó su camino hacia la Casa Blanca; otras, se centraron en la figura de George Wallace, gobernador demócrata de Alabama, reputado miembro del KKK, quien había sido investigado por la fiscalía General sospechado de participar del secuestro y violación de tres nenas negras a la salida de su escuela en la ciudad de Huntsville.
A la hora de sumar enemigos, RK no vacilaba. Allí está, para quien desee profundizar en su figura, su libro El enemigo interior: La cruzada del Comité McClellan en contra de Jimmy Hoffa y los sindicatos laborales corruptos. Texto de lectura imprescindible para entender el clima de época y las razones por las que Hoffa, en un mitin, había augurado la muerte violenta del fiscal General.
Hasta aquí la historia. Podríamos sumar el detalle de la desaparición, en sede judicial, del protocolo de la autopsia y las adulteraciones de las copias de los informes preliminares que apenas agregaron un condimento más al detrás de escena. Pero toma cuerpo y valor cuando, al entrecruzar datos, el diario nicaragüense La Prensa anota que los anátomo-patólogos participantes ingresaron abruptamente al régimen de testigos protegidos sin dar razón siquiera a sus familias.
Falta, sin embargo, un último apunte. ¿Quién era Sirhan Bishara Sirhan (SBS), el joven jordano de 24 años que, nacido en el seno de una familia cristiana palestina, tuvo motivos suficientes para asesinar a Bob Kennedy? Nuevamente las especulaciones, los dimes y diretes de la historia.
Lo cierto es que lo asesinó el día en que se cumplió el primer aniversario del comienzo de la Guerra de los Seis Días. Todo un simbolismo. El mismo que guardan todos los grandes atentados que han conmovido a la comunidad internacional en los últimos 60 años. Los parientes de SBS aseguran que tomó tamaña decisión cuando la televisión mostró un documental sobre la estrecha relación de Kennedy con Israel. Film en el que el que me mostró como ardía la casa de sus abuelos tras el paso del ejército israelí.
En tanto, la familia Kennedy en continúa investigando. Quiere saber quién estuvo detrás del asesinato. Todas las hipótesis son posibles. Robert Kennedy Jr., uno de los 11 hijos de Bob, visitó a finales del 2017 a Sirhan B. Sirhan. La entrevista habría duro alrededor de 13 horas. Al salir, según el Post, lo hizo convencido de que el preso no fue quien asesinó a su padre. En tanto, crece la versión de que el matador habría actuado bajo los efectos de la hipnosis y que los exilados cubanos financiaron el magnicidio.