La humanidad se encuentra -como infinitas veces en la Historia- ante una encrucijada atroz. Debe optar por qué camino transitar. Elegir entre la racionalidad o la locura que le proponen maniáticos religiosos que juegan a ser dioses sanguinarios y que encuentran, en ese su desvarío, la razón de su existencia.
Los conflictos bélicos en los que interviene la religión fomentan las diferencias étnicas. Dato este que se puede corroborar, sin temor a equívocos, en todos los enfrentamientos de los que se tenga memoria. Es parte esencial del fenómeno de la violencia y de la guerra. Así ocurrió en la Primera y en la Segunda Guerra Mundial, en Irlanda del Norte, en todo el continente africano, en los Balcanes, en la India y, está ínsito, en las políticas de exterminio que se imponen en la Media Luna Fértil o en el corazón del Asia.
¿El hermanamiento de las religiones con la violencia extrema, con las guerras santas, será el sino característico del siglo XXI? ¿Dónde abrevan las bestias que se solazan con las crucifixiones, empalamientos, asesinatos en masa, violaciones de mujeres y castraciones en los frentes de combate? La búsqueda nos llevó a revisar los textos sagrados. No sin sorpresa leemos en el libro 1 del profeta Samuel: “Decid así a David: El rey no desea la dote, sino cien prepucios de filisteos, para que sea tomada venganza de los enemigos del rey. Pero Saúl pensaba hacer caer a David en manos de los filisteos. Cuando sus siervos declararon a David estas palabras, pareció bien la cosa a los ojos de David, para ser yerno del rey. Y antes que el plazo se cumpliese, se levantó David y se fue con su gente, y mató a doscientos hombres de los filisteos; y trajo David los prepucios de ellos y los entregó todos al rey, a fin de hacerse yerno del rey. Y Saúl le dio su hija Mical por mujer.”(1 Samuel 18:25-27).
Si las relaciones de la humanidad, como sostienen numerosos filósofos, historiadores y politólogos, con las deidades a lo largo de su existencia fueron cíclicas ¿en qué etapa nos encontramos? ¿El dios nacionalista y sanguinario del Antiguo Testamento, que aceptó como ofrenda los prepucios de los filisteos, ahora clama venganza? De ser así ¿asistiremos, pasivamente, a nuestra propia destrucción y de nuestra cultura por ser contraria a sus designios? ¿Cómo deberá entender tamaña propuesta Malala Yousafzai, la adolescente pakistaní que fue víctima de un atentado de los talibanes por defender su derecho de mujer a ser educada?
En la obra de Hans Kung -el controvertido teólogo católico que sacude las estructuras vaticanas con sus proposiciones- subyacen dos preguntas que aún no encuentran respuesta. Las hacemos propias. ¿Cuál es la posición de las tres religiones proféticas -judaísmo, cristianismo e islam– frente a la violencia represiva (en contraposición con la violencia política legítima) y la guerra? ¿Es posible que existan aspectos de violencia inherentes a cada religión como tal, y que las religiones monoteístas, por estar vinculadas con un único dios, sean especialmente intolerantes y bélicas y estén más predispuestas al empleo de la fuerza? ¿No estarán subestimando la medida en que algunos representantes de la Iglesia fomentan el sentimiento antirreligioso en nombre de Dios y, apoyándose en su autoridad moral, imponen grandes exigencias a la sociedad, sin resolver los problemas en su propia casa?
“A veces, los dogmatistas cristianos -se responde- manifiestan un sentimiento increíblemente antimonoteísta y tratan de sustentar sus especulaciones trinitarias en argumentos polémicos contra la creencia de los judíos, los cristianos y los musulmanes en un dios, supuestamente responsable de tanta intolerancia y discordia. ¿Acaso no se lanzaron las Cruzadas precisamente en nombre de Cristo y no se quemó en la hoguera a brujas, herejes y judíos precisamente en nombre de la Santísima Trinidad?”
Kung, a pesar de la grita de los exégetas de las guerras santas, que claman venganza a los cielos, invita a reflexionar sobre las relaciones entre la religión y la guerra, “reconociendo, sin más, que las religiones nacieron junto con el hombre y que, desde que existe la humanidad, existe también la violencia. En el mundo humano, que ha evolucionado a partir de reino animal, no se conoce ninguna sociedad paradisíaca en la que no exista alguna forma de violencia (…)
Se entienden por guerras “santas” -continúa- las guerras de agresión lanzadas con un fin supuestamente misionero siguiendo órdenes de una divinidad dada. Que se libren en nombre de un dios o de varios es secundario. No obstante, sería erróneo atribuir motivos religiosos a todas las guerras libradas por “cristianos” en los siglos más recientes. Está claro que la culpa de que los colonos blancos mataran a innumerables indígenas y aborígenes en América Latina, América del Norte y Australia, de que los colonos alemanes dieran muerte a decenas de miles de hereros (etnia del grupo bantú) en Namibia, de que los soldados británicos mataran a grandes masas de protestantes en India, de que los soldados israelíes aniquilaran a cientos de civiles en el Líbano o Palestina y de que las tropas turcas exterminasen a cientos de miles de armenios no puede atribuirse verdaderamente a personas que creen en un solo dios. Pero miremos más de cerca qué guerras apoyadas en razones religiosas tienen su raíz en las tres religiones proféticas.”