Por Iñaki Ceberio de León (*), Pablo Sánchez Latorre (**) y Clara Olmedo (***)
Desde el 5 de junio de 1974 se celebra el Día Mundial del Medio Ambiente, establecido en la primera Conferencia Mundial de las Naciones Unidas en 1972. A pesar del tiempo transcurrido, 47 años, las deudas en materia ambiental siguen pendientes en el mundo. Estas deudas también tienen una marca de profunda desigualdad e injusticia ambiental global, el llamado Tercer Mundo carga con los costos de un modo de vida opulento y ecocida del Primer Mundo.
Cabe señalar que tampoco los gobiernos del Tercer Mundo están haciendo grandes esfuerzos para reequilibrar estas injusticias ambientales y sociales.
Si bien puede reconocerse que cada vez hay más conciencia que se traduce en numerosos hechos -como las conferencias de Medio Ambiente, Agenda 21 y Agenda 2030, leyes ambientales, la bula Laudato si y el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), por citar los más significativos-, por otro lado, los problemas ambientales son cada vez más graves y estamos superando los límites planetarios de los cuales depende nuestra supervivencia. Esto se debe a un estilo de vida que no tiene conciencia de los límites ecosistémicos ni de las injusticias ambientales que implica tal estilo de vida.
Este año, el lema elegido por Naciones Unidas es la contaminación del aire, cuyas causas obedecen en su mayoría a la acción irresponsable del ser humano. Las principales son la industria, transporte, agricultura, usos domésticos, causas naturales como las erupciones volcánicas y las basuras. En el caso de éstas, el problema que generan se relaciona con cada una de las dimensiones y formas de vida que conviven en el planeta, pues no sólo generan contaminación del aire sino que también contribuyen con la contaminación de tierras y de aguas, es decir, afectan todo el ecosistema.
La gestión de la basura
El problema de la basura y sus implicancias directas en la contaminación es responsabilidad de todos, y va desde lo local a lo global. En el caso de Argentina, son pocas las comunidades que disponen de una correcta disposición final de la basura, algo que se explica por las ineficaces políticas públicas que no la tratan con la seriedad que se requiere.
Los basurales a cielo abierto son una triste tónica del cantar de nuestro país y una imagen pésima que deteriora el paisaje en todos sus sentidos. Los basurales a cielo abierto generan la proliferación de roedores, malos olores, gases tóxicos, filtraciones a las napas de agua, todo lo cual genera una contaminación considerable de aire, agua y tierra.
Los datos duros sobre el impacto de las basuras ofrecen un panorama desolador. A modo de ejemplo: “Cada dos segundos, Argentina produce una tonelada de basura. Una fracción grande de ella termina en rellenos sanitarios que están al borde del colapso. Hoy, el mundo produce cerca de 1.500 millones de toneladas anuales de residuos” (http://patagoniambiental.com.ar/info/produccion-de-basura-cual-es-la-realidad-en-argentina-y-que-se-podria-hacer/). “Sólo los seres humanos producimos basura que no puede o no podrá ser usada nuevamente, lo cual contamina el ambiente.
En cambio, la naturaleza descubrió el secreto: en ella, todos los desechos creados son usados por otros seres vivos. Cada elemento es reciclado y reutilizado en un proceso sin fin”, dicen Fratoni y Carreras. Un estudio del Banco Mundial de 2012 señala que el mundo genera 1,3 billón de toneladas de basura por año, y se espera que para 2025 sean 2,2 billones de toneladas.
En el índice per cápita de generación de basura, Argentina muestra un 1.03, con proyección de alcanzar 1.6 para 2025, siguiendo una tendencia mundial que acompaña el crecimiento poblacional y la urbanización. A su vez, este estudio subraya que, en relación con los países desarrollados, los más pobres son los más afectados por el manejo deficiente de la basura, lo cual es un gran obstáculo para lograr un mundo sustentable.
Hoy, la basura es uno los problemas más serios que enfrenta la gestión política de las autoridades municipales. Para los países en vías de desarrollo la situación se agrava pues un manejo adecuado demanda recursos que en estos ellos no abundan, lo cual genera un círculo vicioso de difícil solución.
El problema de la basura se resuelve con relativa facilidad en el ámbito rural pero se agrava con el crecimiento de las ciudades, la industrialización y la elevación de los niveles de vida. No se debe olvidar que los municipios y provincias “grandes” son los que más basura generan. De hecho, Buenos Aires lleva la delantera con 25.457 toneladas por día.
En Argentina la temática está presente en las agendas gubernamentales desde hace varios años y, en particular, a partir de la adhesión a los principios de la Agenda 21 (año 1992).
Nuestro país cuenta con un marco normativo general, la ley N° 25916 de Gestión de Residuos Domiciliarios, que define como “residuo sólido” todos los elementos que son producidos por el consumo y las actividades doméstica, residencial, comercial, sanitaria o industrial, las cuales producen desechos que se abandonan. Es importante señalar que esta ley distingue específicamente los residuos peligrosos, que son objeto de otra normativa: la ley N° 24051.
Un camino
Una posible solución al problema de las basuras y sus consecuencias en la contaminación es el enfoque del Desarrollo a Escala Humana (DEH) desarrollado principalmente por el economista chileno Manfred Max-Neef. Esta mirada establece que el desarrollo se sustenta en la satisfacción de las necesidades humanas fundamentales, en la generación de niveles crecientes de autodependencia y en la articulación orgánica de los seres humanos con la naturaleza y la tecnología; los procesos globales con los comportamientos locales, la dimensión personal con la social, la planificación con la autonomía y la sociedad civil con el Estado.
Para alcanzar esas metas, se propone una diferenciación analítica entre necesidades y satisfactores, entendiendo que mientras las necesidades son finitas, pocas, clasificables e iguales en todas las culturas y en todos los períodos, los satisfactores (formas de satisfacer esas necesidades que se identifican con las prácticas sociales) están determinados socioculturalmente.
Según esta perspectiva de las necesidades y las formas de satisfacerlas, alcanzar el DEH es un proceso que trasciende la dimensión económica y se entiende como el resultado de un cambio cultural que expresaría un abandono de prácticas/satisfactores destructores o inhibidores del desarrollo humano y su reemplazo por satisfactores que estimulen y contribuyan a la satisfacción de las necesidades humanas de una forma sistémica. No se trata de relacionar necesidades solamente con bienes y servicios que presuntamente las satisfacen sino de relacionarlas con prácticas sociales, formas de organización social, modelos políticos y valores que repercuten sobre las formas como se expresan las necesidades y las formas de satisfacerlas.
Este entendimiento de las necesidades humanas se inscribe en un enfoque sistémico que concibe las necesidades simultáneamente como carencias y potencialidades, en el cual no caben linealidades jerárquicas entre esas necesidades.
El enfoque sistémico implica una superación de la racionalidad formal-instrumental dominante en los actuales modelos y discursos del desarrollo, sin que ello excluya las metas de crecimiento económico que persigue la sociedad.
Por el contrario, lo que se busca es un desarrollo que se sustente en una racionalidad ambiental, que integre de manera sinérgica el conjunto de necesidades humanas, trascienda la noción de “carencia material” para integrar necesidades de participación, identidad, afecto o solidaridad y cree así los fundamentos de un orden que concilie crecimiento económico, cuidado del planeta y crecimiento de todas las personas.
La responsabilidad individual y la empatía con la naturaleza
Separar los residuos en su origen para recuperar los materiales reutilizables o reciclables conlleva beneficios ambientales, económicos y sociales. Se reduce el consumo de recursos naturales renovables y no renovables destinados a la producción industrial; bajan las emisiones de gases que colaboran con el calentamiento global y el cambio climático; produce el ahorro de costos de energía, insumos y entierro.
La separación de residuos busca reducir la cantidad de elementos que terminan en la basura, ya que muchos de ellos no son desechos propiamente dichos. La separación de residuos sumada a iniciativas de reciclaje tiene una doble ventaja: primero, promueve que no se establezcan nuevos rellenos sanitarios, y segundo, alivia la descarga de basura en la tierra.
Los residuos, cuando se depositan en “basurales” sin ningún tipo de discriminación sobre lo que puede ser reutilizable o no, generan un gran impacto ambiental, porque esas enormes cantidades de basura liberan gases tóxicos que contaminan el aire y los cursos de agua.
Es importante la separación en origen de los residuos domiciliarios para recuperar los materiales y convertirlos nuevamente en materia prima mediante el reciclaje. La separación de residuos y el reciclaje ayuda a reducir el impacto negativo de la disposición final y recupera los materiales de los productos una vez terminados en su uso.
La basura gestionada de una manera no adecuada contamina aire, agua y suelo y presenta un peligro para la salud humana, animales y plantas.
Hoy en Argentina todavía 40% de los residuos sólidos urbanos termina en basurales a cielo abierto (según Observatorio RSU, Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable). Además, los sitios de disposición final de la basura son espacios perdidos que podrían utilizarse mucho mejor para vivienda, agricultura o parques naturales conforme a un nuevo paradigma de ordenamiento territorial. Emerge así la necesidad de celebrar un contrato social sostenible con la naturaleza, con una profunda ética ambiental de las obligaciones de cada uno.
* Doctor en Filosofía por la Universidad del País Vasco (España); investigador y docente de la Universidad Nacional de Chilecito, La Rioja.
** Docente de las facultades de Derecho de UCC y UNC. Investigador. Abogado ambientalista
*** Doctora en Sociología. Docente Universidad Nacional de Chilecito, La Rioja. Investigadora