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Prensa revolucionaria

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Por Edmundo Aníbal Heredia (*)

En su génesis, el periodismo argentino de la independencia contiene diversos elementos, valiosos y hasta curiosos; a partir de esos orígenes es posible seguir a través del tiempo algunos rastros de sus características. Por eso es que la observación de esa prensa con la perspectiva que dan los 200 años transcurridos puede resultar de interés, en tanto se acompañen con la observación de su evolución en el tiempo y su estado actual.
Esa génesis ocurrió necesariamente en Buenos Aires. Los gobernantes porteños se valieron desde un comienzo del asesoramiento de agentes que operaban en Londres, quienes contaban en esta materia con la experiencia británica. La Casa Hullett Hermanos -comerciantes. banqueros, políticos- fueron los consejeros del gobierno. Bien pronto la lección fue aprendida por los periodistas argentinos. Algunos de los consejos de aquellos Hermanos pueden ser utilizados ahora, adaptados a los acontecimientos actuales, no obstante los maravillosos avances que nos ha dado esta tecnología alcanzada en el siglo XXI.
Un factor importante a tener en cuenta para evaluar la significación de la prensa de entonces es que desde fines del siglo XVIII la opinión pública se había convertido en un factor de honda gravitación en la vida política de las naciones. Los gobernantes tomaron conciencia de la importancia creciente que ella fue adquiriendo y no pudieron ignorarla a la hora de la toma de decisiones.

Un ejemplo significativo, en los primeros meses del nuevo gobierno, sirve para introducirnos en la comprensión del profundo valor de esta prensa y de la visión notable de su primer periodista, Mariano Moreno, al crear la Gazeta como órgano oficial: en septiembre de 1810, el gobernador realista de Montevideo Javier de Elío decidió bloquear el puerto de Buenos Aires, para lo cual pidió el apoyo del capitán Elliott, quien comandaba la flotilla británica ubicada en el estuario. El gobierno revolucionario carecía de barcos, en tanto el gobernador poseía una pequeña flota; el capitán inglés -quien quizá tenía alguna incertidumbre sobre la pragmática estrategia de su nación en la guerra contra Napoleón- decidió apoyar el bloqueo con sus barcos. Un artículo de la Gaceta -en el que se intuye la pluma de Moreno- acusó de indignos de los ingleses este apoyo y amenazó con pedir la protección de Francia. Con ese motivo se produjeron las primeras manifestaciones callejeras en la historia argentina, contra los ingleses, a quienes se creía aliados. Los comerciantes británicos se dividieron en la opinión, lo que aumentó el desorden. La Junta presentó un reclamo a Strangford, el embajador británico en Río de Janeiro, y éste -consecuente con el principio de la diplomacia inglesa de evitar todo lo que pudiera beneficiar a Napoleón- ordenó a Elliott quitar apoyo al bloqueo. Así, la revolución siguió en pie. El episodio es demostrativo de la importancia de la prensa y de la opinión pública, ésta movilizada por la primera.

Obviamente, los barcos eran el único vehículo para las conexiones con Europa y la bandera de éstos podía ser condicionante por varias razones. Una de ellas era su nacionalidad, porque podían portar versiones acomodadas a las posiciones de sus países en el conflicto europeo; ello obligaba a evaluar con prevención la veracidad de las noticias que traían los marinos y de las gacetas que bajaban a tierra. Por otra parte, la mayoría de las naves era mercante y sus tripulaciones respondían a los intereses comerciales, más allá de patrias o banderas; por ello, las noticias que bajaban a tierra podían estar condicionadas por los variados intereses del tráfico y de quienes lo ejercían. Había, pues, una suerte de censura previa, según los intereses de cada quién.
Es evidente que los sucesos de Mayo en Buenos Aires se precipitaron en forma correlativa a las noticias inquietantes que llegaban de Europa. El virrey Cisneros era consciente de que esas noticias eran la chispa que encendía los ánimos y que los conspiradores estaban expectantes para dar el golpe, como que la decisión final de Saavedra de sacar las tropas a la calle fue cuando tuvo la noticia de la disolución de la Junta Suprema de Sevilla y la constitución de la Regencia. Por eso, una preocupación del virrey era controlar en lo posible las noticias que llegaban de ultramar, que la prensa divulgaba; por eso ordenó a Elío que detuviera en Montevideo todos los barcos que llegaran de Europa, sin dejarlos que continuasen a Buenos Aires hasta que el gobierno analizase las noticias que traían.

Como contraparte de éstas, la prensa revolucionaria porteña necesitaba ser cuidadosa en el orden internacional, pues la publicidad de los pasos que daba no debían causar el disgusto de las potencias que tenían la capacidad de cohonestar los planes revolucionarios, sino por lo contrario ganar su adhesión; esto fue determinante para que no se divulgaran desde el Río de la Plata las ideas de emancipación absoluta durante los primeros años, por lo menos hasta 1814. Este criterio no siempre fue observado pero los gobiernos hicieron todo lo posible para que no fuese ostensible su vocación de emancipación.
Así se llegó a 1815, cuando se inició una nueva etapa hacia la independencia, para lo cual el gobierno convocó a un congreso que tendría también la misión de sancionar la Constitución de la nueva nación. En tanto, elaboró un Estatuto Provisional, que dedicó una atención especial a la prensa, estableciendo la creación de dos periódicos. Uno de ellos, titulado El Censor, debía ejercer las funciones de vocero de la opinión pública e ilustrar al pueblo sobre sus intereses y justas demandas. Decía el artículo sexto: “Su objeto principal será reflexionar sobre todos los procedimientos y operaciones injustas de los funcionarios públicos y abusos del país, ilustrando a los pueblos en sus derechos y verdaderos intereses”. La decisión era extraordinaria pues el gobierno creaba un órgano encargado de observar y criticar sus propios actos y le encargaba a su director la tarea de advertir al público de esos defectos. De más está decir que esta medida no ha sido imitada por los sucesivos gobiernos nacionales.

El otro periódico debía ser en cierto modo la continuación de la anterior Gazeta del gobierno; sin embargo, debía quedar ahora al margen de las directivas de las autoridades, y para hacerlo evidente su título se limitó al de Gazeta de Buenos-Ayres. Tendría a su cargo “dar todas las semanas una Gaceta, noticiando al pueblo los sucesos interesantes, y satisfaciendo a las censuras, discursos o reflexiones del Censor.” Este periódico abundó en noticias tomadas de periódicos londinenses, hasta transcribir diálogos sostenidos en su Parlamento, de los que intentó extraer una aplicación provechosa. Su redactor -el chileno Camilo Henríquez- consideraba que una de las muestras de la postración del pueblo español era la situación en que se encontraban los periódicos, contrastándolos con los ingleses, a quienes tomó como modelos de libertad.
Una evidencia que surge de la lectura de la prensa de la revolución es que se trató de una verdadera prensa de combate y de formación de la opinión pública que apuntaló a la acción de los dirigentes para llegar desde la revolución hasta la independencia política, y a la vez ventiló y agitó las diversas y contrapuestas posiciones de los sectores en pugna. Su acción y efectos deben ser ponderados como uno de los factores decisivos en la formación de la república y en el afianzamiento de la lucha por la independencia.

Nota: Las citas textuales han sido tomadas de documentos existentes en el Archivo General de la Nación Argentina.

(*) Doctor en historia. Miembro de Número de la Junta Provincial de Historia de Córdoba

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